La
conmemoración de los 40 años de la firma de los Tratados Torrijos-Carter ha
sido utilizada por los dirigentes del Partido Revolucionario Democrático (PRD)
para exaltar la figura de su fundador, Omar Torrijos, y resaltar el supuesto
“error” de los que, por razones patrióticas o antiimperialistas, no apoyamos en
ese momento el acuerdo. El momento obliga a la evaluación objetiva de los
hechos, donde la verdad histórica suele estar equidistante de cualquier
unilateralismo.
Olmedo Beluche / Para Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
Las razones del Sí y las razones del No
Desde el
momento en que se conoció el texto del tratado, y durante los pocos días de
debate democrático que se abrió, entre el 7 de septiembre, fecha de la firma, y
el 23 de octubre, fecha del plebiscito, quedó en evidencia su carácter
contradictorio. Sin duda alguna, el tratado contenía grandes conquistas, pero
también contenía importantes retrocesos que afectaban, y siguen afectando, la
soberanía.
Quienes se
inclinaban por el voto Sí, reivindicaban el desmantelamiento de la Zona del
Canal, el comienzo de la reversión y una fecha fija para la salida de Estados
Unidos y sus bases militares, el 31 de diciembre de 1999. Quienes se inclinaban
por el voto No, señalaban la legalización de las bases militares, el Pacto de
Neutralidad que no era neutral y no tenía fecha de finalización, así como ceder
por 23 años la administración primaria del canal.
Por
supuesto, también las subjetividades y convicciones políticas influyeron en el
debate. Las razones para votar “Sí” o para votar “No” eran tan diversas como la
sociedad panameña: desde los gringueros de derecha, para quienes Panamá sólo
podía existir como colonia; hasta los oportunistas que aprobaban lo que dijeran
los militares panameños sin importar más razones.
En la
izquierda también había sus extremos, desde los pancistas que, desde 1972,
recibían prebendas del régimen a cambio de apoyo incondicional; hasta la
izquierda independiente, separada de Torrijos por las violaciones a los
derechos humanos, los asesinados y desaparecidos de los años anteriores.
Entre esos
extremos estaba la mayoría de la ciudadanía, motivada por verdaderos
sentimientos antiimperialistas y patrióticos forjados por generaciones que
lucharon valientemente contra la Zona del Canal y su status colonial. Aquí
también la gente se dividió, la mayoría a favor del tratado, la minoría en
contra, evaluando “los pros y los contras” según fuera su lectura del tratado.
El mérito es de los Mártires del 64
Algo que se
suele pasar por alto es que las conquistas contenidas en el tratado se deben
primero que, y por encima de todo, a la lucha generacional del pueblo panameño,
pero especialmente a los Mártires del 9 de Enero de 1964. Ellos fueron los que
obligaron al imperialismo yanqui a sentarse a negociar y a aceptar la
derogación del oprobioso Tratado Hay-Bunau Varilla, impuesto durante la
invasión de noviembre de 1903 y la manipulada separación de Colombia, para imponer
una república intervenida y colonizada.
Algunos
sectores del PRD, por evidentes motivos políticos, manipulan los hechos para
concentrar exclusivamente en su líder fundador, lo positivo alcanzado en los
Tratados de 1977, y suelen olvidarse de la Gesta Heroica que fue el verdadero
acontecimiento que cambió la historia. También es cierto que entre la derecha y
las élites oligárquicas panameñas se pretende menospreciar la figura histórica
del general Torrijos.
Parafraseando
a los religiosos, en este caso, “la gloria sea”, en primer lugar, a los
Mártires del 64. En ese marco, hay que reconocer objetivamente los méritos a
Omar Torrijos y su equipo negociador, a quienes tocó la responsabilidad de
firmar lo bueno y lo malo del tratado. Al menos Torrijos fue sincero y
reconoció al momento de firmarlo que el Tratado nos mantiene (hasta hoy) “bajo
el paraguas del Pentágono”.
Lo positivo y lo negativo del Tratado de 1977
En el libro
Diez
años de luchas políticas y sociales en Panamá (1980-1990), hemos
evaluado el contenido del Tratado de la siguiente manera:
“La
conclusión rápida de los tratados en 1977 fue forzada por varias circunstancias
coincidentes: en el plano nacional, la crisis económica interna de Panamá, y el
comienzo del desgaste del apoyo popular al régimen militar panameño. En el
plano exterior, se destaca la instauración de un nuevo gobierno demócrata en
Estados Unidos, más abierto a la posibilidad de modernizar sus relaciones con
Panamá, debido a la crisis política de Watergate y a la reciente victoria de
Vietnam (1975), después de más de 10 años de intervención militar yanqui.
El Tratado
Torrijos Carter tuvo un carácter contradictorio, puesto que a la vez que Panamá
obtuvo importantes conquistas, sobre todo en materia jurisdiccional, tuvo que
ceder en aspectos relativos a la defensa y neutralidad del canal.
Entre las
conquistas del tratado podemos señalar: el fin de la perpetuidad con la firma
de un acuerdo con fecha fija de terminación; eliminación de la situación
colonial de la Zona del Canal, con el retorno a la jurisdicción panameña de ese
territorio; entrega a Panamá de los puertos (Balboa y Cristóbal) adyacentes al
Canal; participación creciente de Panamá en la administración del canal y
aumento de los beneficios directos (10 millones de dólares anuales fijos y
otros 10 millones en caso de haber superávit).
En cambio,
el gobierno panameño tuvo que conceder que la responsabilidad primaria del
manejo, mantenimiento, protección y defensa del canal era de los Estados
Unidos, mediante una agencia de dicho gobierno, la Comisión del Canal, y bajo
leyes norteamericanas (Ley 96-70), lo cual de hecho coarta la jurisdicción y la
soberanía.
En materia
de defensa, el tratado legalizó la presencia de las bases militares
norteamericanas, que antes estaban de hecho y no de derecho, bajo la excusa de
proteger el canal. Y en cuanto al Pacto de Neutralidad, el Senado
norteamericano consignó una cláusula que permite la intervención militar
norteamericana en Panamá, en cualquier momento después del año 2,000 (o sea, a
perpetuidad) si a juicio de Washington estuviera en peligro el libre tránsito
por el canal.
Como se
puede apreciar, los ingresos económicos que Panamá obtuvo del tratado no fueron
lo suficientemente significativos como para revertir la crisis económica, la
cual a partir de comienzos de los años ochenta se volvió a profundizar.
El tratado
tuvo, además, otra consecuencia muy importante para el país, como lo fue el
acuerdo para la democratización de las instituciones políticas que el gobierno
de James Carter impuso al General Omar Torrijos como condición para aprobar el
tratado. Retomaremos este aspecto más adelante, baste mencionar por el momento
que la firma del Tratado Torrijos Carter significa el fin del período de
confrontación relativa, entre el régimen bonapartista de Torrijos y Estados
Unidos, respecto al canal, y el comienzo de la implementación de una estrategia
política para Panamá ejecutada de común acuerdo entre ambos.
Es el fin
del bonapartismo "sui generis" apoyado en las masas y confrontado con
el imperialismo, para dar paso, nuevamente, a un régimen bonapartista que
gobierna confrontando a las masas y en acuerdo con el imperialismo”.
La invasión y el uso “menos colectivo posible” del
Canal
Pero “la
vuelta a los cuarteles”, proclamada por Torrijos, fue solo aparente, porque los
coroneles siguieron manejando los hilos de la política nacional y el Cuartel
Central siguió siendo la sede del poder real. Durante la siguiente década los
militares impusieron un criterio militarista del uso de las instalaciones que
iban revirtiendo. Cada cuartel yanqui era sustituido con uno panameño.
Muerto
Torrijos, el gran proyecto del general Noriega era que la Guardia Nacional
panameña se convirtiera en un ejército profesional, denominado Fuerzas de
Defensa, para suplantar al ejército norteamericano en el canal. En ello fue
apoyado financieramente por Estados Unidos. Así se ejecutó, hasta que la crisis
por las medidas neoliberales del gobierno fraudulento de Barletta, 1984-85,
puso en jaque este proyecto.
Salvo la
bandera en la cima del cerro Ancón, de gran valor simbólico, no hubo ningún
criterio para dar a las áreas revertidas el “mayor uso colectivo posible”, como
había prometido Omar Torrijos durante el debate del plebiscito. Todo el enfoque
fue militarista.
Tampoco se
utilizaron los millones adicionales del canal para tratar de revertir la brecha
social entre ricos y pobres que se ensanchó abrumadoramente entre 1980 y 1990.
Cuando más, algunas viviendas fueron repartidas con criterios políticos y
amicales.
Cuando la
crisis escaló en 1988, gracias a las sanciones norteamericanas, un sector
destacado de la burguesía organizó un proyecto alternativo a los militares
fundando no sólo la Cruzada Civilista, sino que los hermanos Lewis Galindo
crearon el llamado grupo Modelo, que incidió no solo en el apoyo a la invasión
de 1989, sino en la configuración de un proyecto de uso del canal al servicio
de la burguesía y no de los militares.
De manera
que, sobre la pila de muertos de la invasión del 20 de Diciembre de 1989,
Estados Unidos impuso a Panamá no sólo el modelo político de estado oligárquico
corrupto con careta “democrática” que tenemos, sino que apadrinó la imposición
de un modelo de apropiación de las áreas revertidas y manejo del canal
conveniente a la burguesía y tutelado por ellos.
El conjunto
de los partidos políticos burgueses, incluyendo al PRD, desarrollaron el
enfoque empresarial de la Ley de Uso de Suelos para las áreas revertidas, por
la cual se las ha ido vendiendo, no siempre al mejor postor. Lo que no se
vende, se ha dejado deteriorar, antes que traspasarlo a organizaciones cívicas
y sociales. La idea es, no perder el valor comercial artificialmente definido.
Así también
los Acuerdos de Coronado sentaron las bases para la redacción del título constitucional
sobre la administración del canal, que convierte a la Junta Directiva de la
ACP, y al cargo de Administrador, en un club exclusivo para la élite
empresarial panameña, como si de una nueva “zonita sin gringos” se tratara. De
manera que, el resto del país no puede opinar, menos influir, sobre las
decisiones que ahí se toman, como se evidenció recientemente con el
presupuesto. A lo cual se agrega una Junta Asesora compuesta por las
transnacionales del comercio marítimo, cuya opinión cuenta más que la de los
gremios panameños.
Hagamos
memoria, ese título constitucional, que permite una Junta Directiva sin
representación de la clase trabajadora, los gremios profesionales y las
organizaciones sociales, fue aprobado por dos Asambleas de manera unánime, bajo
los gobiernos de Guillermo Endara (Panameñista) y Ernesto Pérez Balladares
(PRD).
Bajo la
administración de Pérez Balladares (1994-1999) también se diseñó un plan para
tratar de incumplir con el retiro de todas bases militares norteamericanas,
permitiendo que la base aérea de Howard se disfrazara con la “guerra contra las
drogas”, bajo la máscara de un Centro Multilateral Antidrogas (CMA),
proponiendo que se quedara más allá del año 2000.
Pero la
movilización popular y el descontento producido por sus privatizaciones y
medidas neoliberales (abaratamiento del despido de trabajadores y desprotección
a productores agrícolas bajando los aranceles), llevó al fracaso de este plan
antinacional del primer gobierno del PRD en la postinvasión.
El Pacto de Neutralidad y los acuerdos de seguridad
Fracasado
el CMA, y con la reversión total el 31 de Diciembre de 1999, el gobierno
norteamericano y sus lacayos empresariales y políticos en Panamá, dieron paso a
continuar el control militar del territorio nacional, no con las llamativas y
repudiadas bases militares, sino con diversos acuerdos de seguridad, ninguno de
los cuales ha pasado por la Asamblea Nacional ni el debate público.
Tan
temprano como 1999-2000, el gobierno de Mireya Moscoso firmó el acuerdo Salas –
Becker, por el cual se cede la soberanía para que Estados Unidos custodie o
“vigile” el espacio aéreo y el mar territorial de Panamá, con el cuento de la
“guerra contra las drogas”. De modo que lo “conquistado” en materia de
soberanía en el Tratado de 1977 ha quedado en papel mojado.
Miles de
habitantes de las regiones limítrofes con Colombia dan testimonio de la
presencia de soldados norteamericanos en la región. También se sabe que la
administración del Canal de Panamá ha firmado acuerdos de seguridad con
agencias norteamericanas, pero su contenido se desconoce.
El gobierno
del PRD del hijo del general Torrijos, Martín Torrijos (2004-2009), no sólo no
anuló estos acuerdos de seguridad que menoscaban la soberanía panameña, sino
que nos siguió manteniendo “bajo el paraguas del Pentágono” participando del
llamado Plan Mérida de seguridad para toda la región centroamericana diseñado
por los norteamericanos.
Durante el
gobierno del segundo Torrijos también se impuso en un referéndum, cuestionable
por la alta abstención, el criterio de destinar miles de millones para la
ampliación del canal y un tercer juego de esclusas que no eran urgentes, pero
que desviará miles de millones de dólares de sus ingresos a favor de bancos y
empresas constructoras, y no al pago de la “deuda social” que exigíamos los
sectores populares nucleados en el Frente por el NO de 2007.
Nuevamente
tuvimos razón. El Grupo Unidos por el Canal, que ganó la licitación de la
ampliación y tercer juego de esclusas, no solo cometió la deshonestidad de
estar compuesto por una empresa de la familia del administrador del canal
(CUSA), Alemán Zubieta, sino que ahora ha demandado sobreprecios que triplican
el valor originalmente presupuestado.
El gobierno
de Ricardo Martinelli (2009-2014) profundizó la intromisión militar yanqui con
un acuerdo para la construcción de 12 bases aeronavales que podrían contar con
“asesores” norteamericanos, cuya cuantía y tipo es imposible calibrara dada la
ubicación remota de estas bases militares.
El gobierno
de J. C. Varela (2014-2019) ha mantenido todas estas vejaciones a la soberanía
nacional y las ha profundizado convirtiéndonos en títeres de la política
exterior de Washington, al sumarnos a la Coalición Internacional contra ISIS y
a las presiones contra el gobierno legítimo de Venezuela en la Organización de
Estados Americanos (OEA).
Por encima
de todos estos acuerdos flota la sombra del nefasto Pacto de Neutralidad que,
en realidad, no nos hace neutrales, sino que nos alía con el Pentágono como
dijo Torrijos. El cual constituye una amenaza permanente de intervención
militar cuando, a juicio unilateral de Estados Unidos, el “libre tránsito” por
el canal se encuentre en peligro.
El Pacto de
Neutralidad, con toda su letra intervencionista, que no se limita a la Enmienda
De Concini, es como el Hay-Bunau Varilla, un tratado sin fecha de término y,
por lo tanto, violatorio del derecho internacional. Ese Pacto de Neutralidad
fue una de las principales razones por las que muchos sectores
antiimperialistas y patrióticos votamos que NO en el plebiscito de 1977.
Si, pasados
40 años, nos pidieran ratificar el Pacto de Neutralidad con un nuevo
plebiscito, los antiimperialistas y patriotas consecuentes, volveríamos a VOTAR
NO. Por eso, seguimos luchando por su derogación total.
Panamá, 14 de octubre de
2017.
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