Lo sucedido el domingo 15
de octubre es solamente una batalla ganada. La segunda después de las
elecciones constituyentes del 30 de julio. En Venezuela hay una enconada guerra
por la hegemonía, en la que el chavismo ha sido desgastado por la crisis
económica y de desabasto.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde Puebla,
México
En las elecciones
regionales del domingo 15 de octubre de 2017 triunfó de manera contundente el
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) alcanzando en números redondos un
54% de los votos, contra el 46% de los partidos de la coalición derechista, la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Por
supuesto al saberse los resultados, inmediatamente la propia MUD, el
Departamento de Estado, el Grupo de Lima (los 12 países latinoamericanos en los
cuales la más beligerante derecha neoliberal está en el poder), el Secretario
General de la OEA y la Unión Europea se han apresurado a descalificar los
comicios acusándolos de fraudulentos. No deja de causar escozor que entre los
que hoy se rasgan las vestiduras se encuentre el gobierno de México, cuando en
dicho país el fraude electoral ha sido la manera en que se ha mantenido
gobernando un grupo de poder de enorme corrupción. O que también se sume a ese
coro el gobierno de Brasil, integrado por un grupo de golpistas corruptos.
La derecha venezolana
ha alegado fraude como explicación de su derrota. Se olvida que tanto el
oficialismo como la oposición legitimaron la auditoría que se les hizo a las
máquinas electorales. Que decenas de observadores electorales estuvieron
presentes. El líder opositor Henry Ramos Allup, atribuyó al abstencionismo la
derrota derechista. Pero el abstencionismo en estas elecciones fue de 39%.
Antes de la llegada del chavismo al poder, la abstención en las elecciones
regionales era de 45 y 55%. Y en algunos
de los países del Grupo de Lima, la abstención en este tipo de elecciones es
parecida o mayor: Chile (49%), México (54%), Colombia (60%).
Por lo demás, las
alegadas elecciones fraudulentas hicieron subir a la oposición de derecha de 3
gubernaturas conquistadas en 2012 a 5, entre ellas la del estado más poblado y
rico del país, Zulia. En Táchira, la oposición ganó aplastantemente con 63% de
los votos. Derrotas y victorias se miden de acuerdo a las expectativas. Y la
derecha y el mundo manipulado por la guerra mediática contra la revolución
bolivariana, supuso que era cierto que la inmensa mayoría del pueblo venezolano
había transitado a la oposición. Finalmente las imágenes en televisión y redes
sociales nos pintaron durante 4 meses, un país sumido en el caos y aplastado
por una dictadura sangrienta. La realidad parece ser otra: las convulsiones se
escenificaron predominantemente en los municipios gobernados por la derecha y
en los barrios de clases altas y medias acomodadas. Las “guarimbas” (violentas
manifestaciones callejeras) - parte del
libreto imperial y del establishment neoliberal global para reventar al
bolivarianismo-, consiguieron lo contrario: el que la mayoría del pueblo
venezolano advirtiera los peligros de
una derecha feroz con ánimo de venganza.
De todos modos, lo sucedido
el domingo es solamente una batalla ganada. La segunda después de las
elecciones constituyentes del 30 de julio. En Venezuela hay una enconada guerra
por la hegemonía, en la que el chavismo ha sido desgastado por la crisis
económica y de desabasto.
Cuando se resuelvan
estas crisis, habrá ganado la guerra.
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