sábado, 6 de marzo de 2021

Las elecciones en El Salvador

 Muy grave para una América Latina que debería buscar el fortalecimiento del Estado de derecho y abandonar las formas autoritarias y dictatoriales que la han caracterizado, es la creciente presencia de los militares en el gobierno de Bukele, característica que también comparte con otros gobiernos actuales de la región.

Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA- Costa Rica



El proceso electoral de El Salvador que culminó el pasado domingo es digno de la mayor atención porque, aunque responde a características específicas de ese país, condensa también una serie de tendencias que se presentan en la vida política latinoamericana contemporánea. En ese sentido, se pone en consonancia con lo que ya viene sucediendo en otras partes, evidenciando así que se inscribe en una tendencia dominante y, por otra parte, también anuncia lo que puede suceder en el futuro en otros países.

 

Lo primero que habría que resaltar es la impronta que están marcando las nuevas formas de hacer política, sus contenidos y los medios que se utilizan. Ya hemos visto cómo estas se han hecho presentes en los Estados Unidos desde la elección de Barak Obama, cuando las redes sociales pasaron a convertirse en el canal fundamental para la difusión del mensaje político y que alcanzaron su culmen con Donald Trump. El uso de Twitter se ha convertido en una verdadera espada que sustituye el análisis pausado y la argumentación sopesada. Facebook, por su parte, es el nuevo campo de batalla en el que prevalece lo expresado y tan difundido por Umberto Eco, en el que pululan las fake news. Quien las domina, como lo hace Bukele como buen millenial, tiene una herramienta poderosísima en sus manos: es la época ya no solo de la demagogia, que caracterizó a nuestra vieja política, sino de la frivolidad y la superficialidad total. 

 

En segundo lugar, nos parece que muestra el cansancio de amplios sectores de la población con la política tradicional, que, luego de decenios de acogotamiento por las políticas neoliberales, no ve luz al final del túnel y se aferran a los que les prometen "cambio" y alejar a "los mismos de siempre". Atrás de ese lema hay todo un ambiente de época que remite al hastío, a la desesperanza que, en el caso de El Salvador, lleva a que oleadas de gente abandone al país.

 

En tercer lugar, muestra que existen amplios sectores sociales que se mueven, indistintamente de las ideologías, de un lado para otro del espectro político. Ya eso sucedió en Brasil, cuando Lula da Silva se perfilaba como posible ganador, pero, al no estar él, alguien con propuestas totalmente distintas llegó al poder. ¿Qué buscan, quiénes son, por qué son tan volubles y se comportan como veletas que se orientan según sople el viento?

 

Hay quienes, como Horacio Castellanos, uno de los más conocidos escritores contemporáneos de El Salvador, han resaltado también una cierta disposición de los latinoamericanos al caudillismo, a seguir al líder carismático. Quien mira sin apasionamiento desde afuera a Bukele, con su ridícula gorrita echada para atrás, su gestualidad espástica y sus performances estúpidos, ve con asombro que ese pueda ser un caudillo. Tal vez porque guardamos aún en nuestro imaginario las imágenes que nos legó el siglo XX, pero lo cierto es que esa es la nueva imagen del que arrastra a las masas: el fanfarrón, el que no tiene pelos en la lengua: el Trump, el Bolsonaro... el Bukele.

 

Muy grave para una América Latina que debería buscar el fortalecimiento del Estado de derecho y abandonar las formas autoritarias y dictatoriales que la han caracterizado, es la creciente presencia de los militares en el gobierno de Bukele, característica que también comparte con otros gobiernos actuales de la región. Los militares de El Salvador son responsables de algunos de los más atroces atropellos a los derechos humanos de nuestro continente, y sus hasta ahora posiciones dominantes en gobiernos denominados de posguerra han impedido que puedan esclarecerse y, eventualmente, juzgarse hechos terribles, algunos de lesa humanidad, en los que estuvieron involucrados. Pero no sé trata solo de eso, sino de la carga de autoritarismo y prepotencia que arrastra su presencia, más aún si aparecen respaldando públicamente actos como el que Bukele protagonizó al apersonarse en las instalaciones del Congreso de la República, acompañado de una multitud enfebrecida por su arenga, sentándose en la silla del presidente legislativo y haciendo el espectáculo de hablar con Dios para que le dictara línea.

 

Esa mezcla de populismo y autoritarismo es terriblemente peligrosa, sobre todo en un país que tiene un pasado reciente del que sus acuerdos de paz, a los que Bukele ve con tanto desprecio, trata de distanciarse. Ese autoritarismo, que en El Salvador de expresa asociado al creciente protagonismo de sus fuerzas armadas, no les es exclusivo. Las tendencias autoritarias, catalogadas por algunos analistas como fascistoides, también se hacen presentes en otros países de la región, incluso en Costa Rica, en donde se fortalece un autoritarismo prepotente de derechas que no vacila en conculcar normas fundamentales de su Constitución.

 

Pero también hay que tomar en cuenta los errores de la izquierda. El FMLN ha dilapidado un caudal de apoyo y simpatía que pocas organizaciones de izquierda han tenido en América Latina, un caudal que se concretó en un compromiso que, acorde con los valores de una época que parece que se esfuma, implicaba que podía poner en riesgo la vida y que, como parecen certificar estás elecciones, fue arrasado por escándalos de corrupción y un discurso y unas prácticas que ya no calan en las nuevas generaciones que no vivieron la guerra.

 

No se trata solamente, sin embargo, de adaptarse a los nuevos tiempos. El FMLN ha sido omiso con el cumplimiento de los acuerdos de paz y ha protagonizado vergonzosos episodios en los que se pretendió dejar en la impunidad graves violaciones a los derechos humanos perpetradas en los años de la guerra. Es decir, que se trató de una izquierda agiornada a una realidad que, según los basamentos sobre los que levantó su accionar, pretendía cambiar radicalmente. No sólo no pasó eso sino que, como muestra el ejemplo que traemos a colación, se coaligó con el sistema. Al borde de la inanición, a la izquierda salvadoreña solo le queda por delante renovarse o morir.

 

Las elecciones en El Salvador son un campanazo. Qué no se diga después que no hubo advertencias porque esta es una muy grande que invita a la urgencia de la reflexión y del análisis profundo. Qué no se desprecie en América Latina lo aquí ocurrido porque es un país pequeño de América Central. En esta región han sucedido en el pasado procesos y acontecimientos que luego se expandieron por todo el continente. Verdaderos planes piloto, como el que mostró la socióloga norteamericana Susanne Jonas para el caso guatemalteco.

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