sábado, 10 de diciembre de 2022

Economías primario-exportadoras: historia con retorno

 La consolidación de las economías de exportación primaria marcó la vida latinoamericana hasta el presente. No estuvieron aptas para fomentar progreso técnico y peor investigación científica.

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com

Después de los procesos de independencia, las economías latinoamericanas tuvieron que adecuarse al mercado internacional abierto con Europa, en el que dominaba la Gran Bretaña, también a los espacios nacionales resultantes del fraccionamiento del Estado colonial y, además, a la vorágine de la vida política interna. Si bien algunas condiciones previas, como fue la consolidación del sector primario agrícola sustentado en la propiedad terrateniente, quedó esbozada a mediados del siglo XVIII, fue durante el siglo XIX cuando se consolidaron las estructuras de las economías de exportación primaria de la región, que perduraron hasta mediados del siglo XX.
 
Hay que distinguir tres sectores productivos: la agricultura destinada al consumo interno, aquella orientada a las exportaciones y, finalmente, el sector minero. La agricultura interna se asentó en haciendas y estancias de origen colonial, pero que se heredaron, ampliaron o cambiaron de dueños. Producían básicamente maíz, papas, cereales, verduras, frutas y también carnes, aunque la ganadería, exceptuando Argentina y Uruguay que exportaron carne y a fines de siglo instalaron máquinas, fue muy tradicional. Además del consumo rural, abastecían a pueblos y ciudades. Utilizaron esclavos hasta las manumisiones de mediados del siglo XIX y además trabajadores sujetos a diversas formas de servidumbre pre-capitalista, e indígenas sometidos a las peores condiciones desde la época colonial, que no cambiaron durante la vida republicana, como ocurrió en México, Guatemala y, sobre todo, Ecuador, Perú y Bolivia. Es indudable que la riqueza de la clase terrateniente no provino de su emprendimiento, que apenas consistía en tener tierras y sujetar trabajadores, sino esencialmente de la explotación a tantos seres humanos dependientes de sus haciendas. Los estudios científicos y, además, una serie de obras literarias, han destacado esta economía en la cual la vida y riqueza de pocas familias contrastaba con la extendida pobreza y miseria de los campesinos e indígenas.
 
Hay que sumar, finalmente, las exportaciones mineras: plata en México y Bolivia, nitratos y más tarde salitre en Chile, piedras preciosas del Brasil, y conforme entró el siglo XX, el petróleo (varios países), cobre en Chile, estaño en Bolivia. Fueron excepcionales las exportaciones de guano del Perú. “Empresarios” internos, pero también compañías extranjeras se dedicaron a la minería y en el siglo XX éstas predominaron en el área petrolera, el cobre, el estaño y el hierro, estableciendo sobre los países regímenes propios de administración, condicionando a gobiernos y de una u otra manera recibiendo la protección de los países capitalistas centrales de las que provenían, como ocurrió con la United Fruit Co. en Centroamérica o con las empresas petroleras en su terrible historia en América Latina, que involucra explotación, neocolonialismo, golpes de Estado, corrupción.
 
Esa matriz histórica de las economías primarias siguió condicionando las posibilidades de una mayor modernización capitalista y un dinámico desarrollo interno a pesar del “desarrollismo” de las décadas de 1960 y 1970. De hecho, la modernización y el desarrollo se basó en el mismo sector primario, de modo que las industrias y las tecnologías del siglo XX se orientaron a crear valor agregado en productos “tradicionales”: alimentos, pesca y otros productos del mar, flores, enlatados varios, confites, chocolates, frutas diversas, aceites, cereales, quesos y otros lácteos, maderas, etc. y continúan petróleo y otros minerales. El neoliberalismo desde la década de 1980 tampoco alteró la “matriz productiva”, volvió a asentarse sobre viejas visiones oligárquicas que recobraron terreno en las mentalidades de las elites empresariales (clasismo, racismo, exclusivismo, etc.) y claramente ha contribuido a la reprimarización de las economías de América Latina, aunque contando ahora con un mercado mundial globalizado y diversificado.


La agricultura de exportación fue la base de la acumulación en casi todos los países. Varios produjeron lo mismo, lo cual incidía en la competencia comercial externa, aunque los más destacados fueron el cacao en Ecuador y Venezuela, el café de Brasil, Colombia y Cuba, país a la cabeza en producción de azúcar y tabaco, en Brasil maderas y caucho, el trigo (y carnes) de Argentina y en el siglo XX banano en Centroamérica y Ecuador. El eje productivo estuvo en las plantaciones, con esclavos (hasta su liberación) y peones asalariados o semiasalariados, igualmente explotados y con vida pobre, aunque con ingresos que les permitía ciertas capacidades de consumo de las que carecieron los trabajadores de las haciendas. Los ingresos por exportaciones no solo distinguieron a una elite de familias enriquecidas por sobre la clase terrateniente tradicional, como los “gran cacao” de Ecuador, que desde fines del siglo XIX se daban el lujo de vivir en Europa, o la famosa “sacarocracia” de Cuba. Además, de los ingresos por la agroexportación aprovechó el Estado, aunque sujeto a los ciclos estacionales o del mercado internacional, que siempre determinó el ascenso o caída de los precios. Normalmente, los pocos gobiernos que pudieron hacer obras y multiplicar servicios, dependieron del auge exportador. También dependió de la economía exportadora la formación del sector de comerciantes, que incursionaron en la importación de bienes y, además, de los banqueros, que aprovechaban de los depósitos, los créditos y el manejo privado del interés, los giros y el cambio, con lo cual estaba bajo su control todo el sistema financiero. Comerciantes y banqueros fueron las primeras capas de la “burguesía” latinoamericana, estrechamente vinculada a las clases terratenientes, de modo que las sociedades nacionales estuvieron sujetas a la visión oligárquica, común a estas clases económicas dominantes.


La consolidación de las economías de exportación primaria marcó la vida latinoamericana hasta el presente. No estuvieron aptas para fomentar progreso técnico y peor investigación científica. Tampoco pudieron modernizar los países pues el rentismo era suficiente, la maquinaria “competía” con la baratura de la fuerza de trabajo, se carecía de un mercado interno altamente consumidor e incluso las importaciones debieron dirigirse al consumo de las élites; los aranceles y fletes estatales estorbaban, de manera que la evasión o resistencia tributaria campeaban; se dependía tanto de la demanda como de los precios fijados en los mercados externos y también de los generosos subsidios que les otorgaron los gobiernos para aliviar los ciclos de crisis.


Estas características generales fueron obstáculos para el desarrollo económico y el “cuadro del subdesarrollo” que se podía trazar a partir de la segunda mitad del siglo XX está ligado, históricamente, a esos sistemas oligárquicos de un pasado que no era tan remoto. El primer estudio de la CEPAL, con los datos existentes en esa época, se titula Estudio Económico de América Latina, publicado en 1948, y examina algunos países -ya que no hay datos para todos- y trata la agricultura, industria, minería, construcción, transporte, comercialización, financiación, demografía, comercio externo, inflación. Está retratada la región, en la que hay que considerar que fueron pocos los países que a fines del siglo XIX iniciaron las primeras industrializaciones. De acuerdo con Víctor Bulmer-Thomas, en La historia económica de América Latina desde la independencia (1998), la estructura de la producción manufacturera en las primeras décadas del siglo XX se resumía en alimentos y bebidas, textiles y ropa, destacando únicamente Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú, Uruguay y Venezuela. En los demás, el atraso y el “pasado” se proyectaron por décadas.

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