El pensamiento crítico se mantiene y acrecienta mediante la educación científica, laica, pública y popular, y en las transformaciones sociales encabeza los postulados de vanguardia y acicatea a las fuerzas renovadoras a llevarlos a cabo.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
Comienzo el año con la siguiente reflexión. Más allá de la izquierda y la derecha, más allá del partido y del mercado, aparece cada vez con más fuerza el pensamiento crítico. Su principal inspiración es una ciencia que es interdisciplinaria, colectiva, pública y con compromiso social y ambiental. Esta ciencia se ha construido en las últimas décadas a contracorriente del aparato académico. Esta nueva modalidad de ciencia, que surge de la suma de la teoría de la complejidad con la teoría de la emancipación, ya no se detiene ciegamente en el oficio exclusivo del quehacer científico especializado, sino que pone en el mismo plano al conocimiento, a la filosofía y a la ética.
Esta ciencia crítica es la que ha advertido con todo rigor y no menos detalle que o se enfrentan y remontan la urgencia social y la urgencia ambiental, o la humanidad estará en unas cuantas décadas sumida en el caos. Ambas urgencias las provoca la globalización capitalista o si se prefiere el capitalismo corporativo, y ambas han sido reveladas por una ciencia preocupada por transmitir a la opinión mundial sus principales e inquietantes conclusiones. La emergencia social es que la humanidad vive la peor desigualdad social de la historia y la mayor concentración de riqueza en una minoría de minorías. La principal comprobación científica proviene del Laboratorio de París sobre la Desigualdad Social, en el que colaboran unos 100 investigadores de 80 países encabezados por Th. Piketty y L. Chancel. La emergencia ambiental o ecológica la realiza el Programa Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), fundado en 1988 por Naciones Unidas, el cual ha publicado numerosos reportes; el último en 2021. Las revelaciones del IPCC realizadas por miles de investigadores han cimbrado e incluso se han vuelto subversivas.
De los varios pensadores que desde mediados del siglo pasado advirtieron sobre lo que estamos viviendo hoy día, entre los que destacan Erich Fromm, Arthur Koestler e Ivan Illich, comparto unas frases del filósofo Karel Kosik (1926-2003) provenientes de su último libro, traducido directamente del checo de manera magistral por Fernando de Valenzuela, Reflexiones antediluvianas(Editorial Icaria, 2012).
“El sistema del socialismo real que fracasó en Europa Central y Oriental funcionaba convencido de que la razón superior de la sociedad estaba personificada y encarnada por el partido, que tenía por lo tanto el derecho monopólico e inalienable a dirigir, ordenar y regular cualquier cosa: desde lo económico, lo político y lo cultural hasta lo científico y lo militar. Pero al final quedó de manifiesto que el tan elogiado y venerado partido, aquel conglomerado de iglesia pagana y de vulgaridad policial burocrática, sólo existía y actuaba como una mezcla de terquedad y arrogancia ciega. Por eso su dominio tenía que derrumbarse antes o después. Hoy ocupa el sitio de aquella fracasada institución otra instancia que con la misma arrogancia y ceguera se presenta como la normalidad que responde a la naturaleza humana, como la razón histórica finalmente encontrada y aplicada a la sociedad, cuyo funcionamiento garantizará la prosperidad y la libertad. Esa instancia es el mercado, que se considera asimismo como la realidad superior y decisiva. Al igual que en el pasado el partido, el mercado se atribuye hoy una posición de monopolio y se niega a tolerar que algo distinto, diferente, pueda estar a su altura y menos aún por encima de él. A todo lo que no esté sujeto al mercado –lo libre, lo digno, lo poético– éste termina por engullirlo e incorporarlo a su mecanismo” (pp. 126 y 127).
Kosik identifica como la causa de esta doble ceguera, una obsesión del ser moderno racional y libre: “Por dominar a la naturaleza, de convertirse en propietario monopólico y señor… [que] construye un sistema que garantiza el confort y produce el bienestar, pero también la devastación, la insensatez y el vacío” (p. 25).
El pensamiento crítico se mantiene y acrecienta mediante la educación científica, laica, pública y popular, y en las transformaciones sociales encabeza los postulados de vanguardia y acicatea a las fuerzas renovadoras a llevarlos a cabo. En México, el gobierno de la 4T está contribuyendo, como no se veía en mucho tiempo, al ensanchamiento y multiplicación del pensamiento crítico entre las generaciones jóvenes, especialmente de los sectores marginados, con sus programas de Jóvenes Construyendo el Futuro (2.4 millones de becas), el sistema de Universidades Benito Juárez (45 mil estudiantes), el reforzamiento de las 12 universidades interculturales, y el cambio de rumbo en la política científica y tecnológica con la transformación del Conacyt. Hoy día el pensamiento crítico estimula y robustece a los cinco sectores que conforman las principales fuerzas de transformación radical: el feminismo, las comunidades campesinas, los pueblos indígenas, los ambientalistas y los científicos.
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