sábado, 7 de enero de 2023

Argentina: En tono surrealista

 A partir del pasado domingo 18 de diciembre, con la victoria de la copa mundial de fútbol de Qatar, todo fue un desmadre. Tercer campeonato mundial luego de 36 años fue digno de celebrar. Y cómo… Ganarle a los galos, los campeones 2018; hecho aclamado en el mundo entero de manera apoteótica

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Fue y es algo surrealista. Uno de esos momentos raros, extraños en el extraño mundo que dejó la pandemia. Noche del domingo, lunes de espera todo un día a la espera de la llegada de los héroes. Martes la locura… la locura total.
 
La mayor manifestación en la historia argentina que se tenga en cuenta. Algo así como cinco millones de personas, más del 10% de la población total, se congregó en los alrededores del aeropuerto de Ezeiza, en la avenida General Riccieri, que comunica el aeropuerto internacional con la Capital, en las adyacencias de la General Paz y en la 9 de julio, teniendo como epicentro al Obelisco.
 
Desde la base Marambio en la helada Antártida, hasta en los pueblitos de las quebradas jujeñas en el extremo norte del país. En el litoral húmedo serpenteado de ríos y esteros que desembocan en el Plata, en las lejanías que se amparan en el espinazo de América y se va hundiendo en su extremo austral. No hubo lugar que no fuera conmovido por el triunfo, imponiendo esa alegría irreprimible. 
 
Se olvidaron las penas y las luchas cotidianas quedaron ahogadas por la euforia triunfalista. Todos unidos por la selección nacional. Un milagro hecho realidad, hermanados por esos genios deportivos de perfil bajo, conducidos por un director de orquesta también de perfil bajo, casi desconocido, del que nadie daba un peso, criticado hasta el cansancio en los medios, como lo hacían con Lionel Messi, devenido en el nuevo mesías.
 
En ese aquelarre no hubo, aunque a decir verdad, sí, hubo víctimas (heridos o muertos), en esos tumultos multitudinarios en los que – raro también – todos se trataban con afecto. Se arrojaron desde el puente a la scaloneta, el ómnibus descubierto que llevaba a los futbolistas, hecho visto en el mundo, uno cayó dentro y otro fuera. No cayó el joven que se trepó a la punta del Obelisco y salió por la ventana, ni las decenas de fanáticos trepados en las farolas callejeras a varios metros de altura. Prueba desopilante de que Dios es argentino y que tiene su oficina en la reina del Plata, como nos vienen repitiendo desde el siglo pasado los mayores y, que en estos días post mundial, la Corte Suprema que falló a favor de la CABA la coparticipación de recursos que, desde el vamos, el gobierno nacional expone que no acatará. Pero bueno, no nos amarguemos antes de Navidad, para no hacerles el juego a la oposición, al coro de medios odiadores que inundaron el mundo con críticas a Messi como “pecho frío”, “cipayo” o gallego, cuando siempre estuvo en Barcelona. Mucho menos al domador de reposeras que instaba a trabajar cuando se declaró el feriado nacional, después del resultado.
 
La calle es el espacio de las masas en la historia argentina desde el famoso 17 de octubre del ’45, aunque erróneo sería decir, la calle es peronista. No. Con los milicos y la guerra de Malvinas en 1982, la gente salió. También lo hizo cuando en 1983, ganó la presidencia el radical Raúl Alfonsín o cuando el turco riojano le sucedió, que, hablemos claro, no era peronista, sino no se hubiera aliado a los más rancios conservadores. 
 
Tampoco los diciembres fueron felices. No hablemos del 2001. Allí la calle era otra cosa. La bronca y la desesperación pateaban la puerta de los bancos, maldiciendo al helicóptero que se escapaba con el presidente. 
 
Los muertos de la patria también tuvieron convocatorias masivas, desde Bartolomé Mitre, el General Roca, Hipólito  Yrigoyen, Carlos Gardel, Eva Perón o el General, tres veces presidente, en el siglo pasado o, Néstor Kirchner o el Diego cuando la pandemia todavía hacía estragos y fue velado en la Casa Rosada. El dolor y las lágrimas, la lluvia a veces, lo gris de los días pusieron su sello de amargura. Muchos, muchísimos. Pero nunca tantos. Tantos sin congoja ni tristeza. Llorando sí, porque la emoción tiene varios cauces y las cuencas de los ojos están ahí, en la mirada que inunda el paisaje y borronea las siluetas. Y no hay nada más contagioso que ver llorar. No hace falta pelar cebollas. Lo sabe un novato que se sube al escenario. Y este escenario era inmenso, espontáneo, se fue armando persona a persona, metro a metro, ganando espacio. Primero veredas, luego calles, avenidas, rutas nacionales. Una ocupación bullanguera como de postal universal difícil de definir, porque nunca antes se vio fenómeno similar, algo diferente, interminable y que nadie quiere que termine. Porque mientras dura – se supone – habrá felicidad. Felicidad que debe empalmar con Navidad y Año nuevo, aunque el nuevo año sea un albur. Una lotería sin premio o, el premio fue y será seguir viviendo, con el agua al cuello. 
 
Camisetas y banderas albicelestes como nunca. Multitudes y gente solitaria vagando sonámbula, zombies hostigados por el alcohol y el cansancio. En otros extremos promesantes cumpliendo por el milagro cumplido, colas en los santuarios y en locales tatoo para hacerse tatuajes. La geografía del cuerpo con la piel a disposición de la tinta para imprimir rostros del pibe rosarino besando la copa. Otros se empeñan por el Dibu Martínez, el arquero imposible, famoso por su frase “ahora te como”, fruto de un esfuerzo de terapia psicológica realizado por David Priestley.[1] Su costo, un dineral, aunque cabe preguntarse cuánto vale un deseo cumplido con creces. 
 
Los más modestos muestran la fecha del acontecimiento, la bandera con el sol en el centro, el escudo de la AFA con tres estrellas, los rostros de otros jugadores. En fin… cada uno como ilusiona y puede.
 
Párrafo aparte merece el texto del periodista y escritor Hernán Casciari, que habla “del desarraigo de un hombre sencillo” dirigido a Lionel Messi y que ha hecho llorar a millones de compatriotas, incluido el propio futbolista que, saliendo del mutismo que cultiva desde siempre, mandó un emocionado mensaje al programa de radio conducido por Andy Kutnetzoff y que circula por las redes. 
 
Emigrado a España, a Barcelona como el adolescente jugador, Casciari que volvió al país luego de quince años de vivir allí, insiste que en esos años de juventud, cada vez que le hacían un reportaje a esa estrella de la pelota, respondía con un sí  un no, agregando al finalizar un gracias, que se comía las eses, además de mantener el yeísmo propio del habla rioplatense. Messi nunca olvidó su argentinidad. Jamás dijo: hostia, tío, vale. Nunca se asimiló al habla del lugar ni perdió su identidad, en la que todos se refugiaban esos años. Decía yuvia, caye. Siempre llevaba el termo y el mate a los vestuarios. Todas las navidades visitaba a la familia en Rosario y conversaba con los vecinos, como si nunca hubiera salido de allí. 
 
Concluyendo: “Esta historia épica no hubiera ocurrido nunca, si el Lionel de quince años hubiera escondido su valija en el ropero.”[2]
 
Casciari emociona, agrega más a la épica futbolera de estos días que intentan no terminar jamás; continuar en ese estado de ensoñación del que no se quiere regresar. 
 
Ensoñación que nos hace olvidarnos de todo, sobre todo del sufrimiento y dolor compartido, tanto en el partido dichoso, como en la dichosa vida que no deja de reclamarnos “Primero hay que saber sufrir. Y bueno… es parte de nuestra vida, de nuestra contradictoria vida de argentinos.
 
Mientras tanto, uvuzelas y bombas de estruendo suenan por doquier, perros y gatos huyen despavoridos, se recluyen en rincones y bajo las camas. Tanto como esa murga de yetatores y mufas que siguen buscándole el pelo al huevo, indignándose con la alegría ajena, con el disfrute popular y que sólo se contentan con los fallos malsanos de una Corte apócrifa y perversa que sigue concentrando riquezas y poder en esos doscientos kilómetros cuadrados, de espaldas al gran país que somos.
 
Perdón entonces si se me fue la mano, si fui tan surrealista. No creo, al menos en mi humilde y afiebrada opinión, que haya otra manera de narrar lo sucedido.
 

[1] Pacho O’Donnell, El Dibu y el dominio psicológico del rival, Página 12, 23 de diciembre de 2022.
[2] Federico Rivas Molina, El texto de Hernán Casciari que hizo llorar a Messi, El país, 22 de diciembre de 2022.

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