Hay dos proyectos, que se han visto las caras en América desde los mismos inicios de nuestra vida republicana, latinoamericanismo y panamericanismo. Cada uno busca la asociación colectiva, la unidad, la marcha conjunta, pero desde el principio ha quedado claro que tienen grandes diferencias.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El panamericanismo es, básicamente, una idea de los Estados Unidos, a quienes les interesa asociarse para sacar réditos para sus propios intereses. En esa visión, América Latina es vista como espacio en el que las grandes compañías norteamericanas tienen, como acaba de decir con gran claridad la jefa del Comando Sur, una fuente enorme de materias primas.
Han sido ingentes los esfuerzos que ha hecho para llevar adelante proyectos que giran en torno a esa idea. Las bases están ya en los llamados “padres de la patria” estadounidenses en el siglo XVIII. Desde entonces, se sintieron “destinados por la providencia” (el entrecomillado no es gratuito), es decir, por mandato divino, a ejercer su dominio sobre el sur del continente.
Las tácticas han sido disímiles. Ya en el siglo XIX, José Martí lanzaba llamados de alerta cuando asistió en 1889 a la Primera Conferencia Internacional Americana que agrupó a los representantes de las naciones del continente. Washington deseaba crear una unión aduanera, establecer una red de comunicación más eficiente entre los principales puertos del continente, adoptar una moneda común basada en el patrón plata, uniformar el sistema de pesos y medidas, ajustar los criterios de la propiedad intelectual e instaurar un sistema de arbitraje internacional para solucionar los conflictos entre los países americanos. Unos meses más tarde, del 7 de enero al 8 de abril de 1891, la Comisión Monetaria Internacional se reunió en Washington para echar las bases de una unión panamericana. Estados Unidos deseaba asentar su hegemonía económica y comercial, y por consiguiente política, en el continente e imponer la plata como moneda de cambio.
Es decir, que ya a finales del siglo XIX venía viendo cómo fundar una organización como la OEA y un tratado de libre comercio como el ALCA. Su poderío, sobre todo después de 1945, cuando se convirtió en la primera potencia mundial, le posibilitó concretar la creación de la OEA.
Al tratado de libre comercio para toda América llegaron tarde, porque cuando hicieron su mejor esfuerzo en América Latina estaba ya andando la primera ola progresista que le puso un freno en seco en Mar del Plata en 2005 y, para peores, le contrapuso otro proyecto, esta vez con visión latinoamericanista, es decir sin la participación de Estados Unidos y Canadá, que denominó ALBA.
El latinoamericanismo ha sido parte del horizonte utópico latinoamericano también desde el siglo XIX. Las ideas de unión o integración latinoamericanas que permitan velar por los intereses propios se han esgrimido a lo largo de toda su historia, pero ha sido imposible concretarla. Hasta que, en el siglo XXI, por primera vez en nuestra historia, surgieron gobiernos progresistas que hicieron posible empezar a realizar la idea.
No ha sido fácil porque nuestros grupos dominantes siguen solazándose con ser vagón de cola (el último vagón) de los Estados Unidos. Teniendo esa vocación lacayuna, cuando llegan al poder hacen todo lo posible por hacer retroceder lo avanzado, por ponerse otra vez a las órdenes del señor que los manda en el norte.
Por eso, lo que se había adelantado en la primera década del siglo XXI, se echó para atrás cuando llegaron los Lenin Moreno, los Jair Bolsonaro y compañía. Pero ahora las cosas vuelven a cambiar de rumbo, sobre todo con la llegada de Lula al gobierno de Brasil.
Eso es lo que ha quedado evidente en la reunión de la CELAC que recién termina en Buenos Aires, cuando vuelven a soplar los vientos del andar conjunto en Nuestra América.
Ojalá duren mucho tiempo, que hayan muchas iniciativas de trabajo conjunto y apoyo mutuo. Es la única forma de salir adelante en el mundo contemporáneo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario