Nos encontramos en la transición desde una cultura centrada en la aspiración al crecimiento sostenido hacia otra organizada en torno a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos. Empezamos apenas a entender que quien aspira a un ambiente distinto lo hace, también, a una sociedad diferente.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá
Desde Ciudad de Panamá
La discusión sobre el carácter y el alcance de la crisis que aqueja al sistema mundial se enriquece a la luz del debate en torno a las transformaciones en curso en el sistema climático de nuestro Planeta. Allí, por ejemplo, ya resulta evidente que explicar esas trasformaciones como el resultado de un proceso de variabilidad o de cambio en el sistema climático carece de sentido. El cambio ocurre a través de un incremento en la variabilidad que – con altas y bajas, avances y retrocesos – seguirá intensificándose hasta desembocar en una normalidad nueva, que incluirá por supuesto sus propios márgenes de variabilidad.
Ya ocurrió así en el curso del desarrollo de nuestra especie, con el ir y venir de cambios en el clima mundial que condujo al final de la Era Glacial y la formación del sistema climático dominante en los últimos 12 mil años, con sus Pequeñas Edades Glaciales incluidas. Ese sistema, a su vez, determinó las posibilidades y opciones fundamentales de expansión y asentamiento de nuestra especie en el Planeta, como el nuevo sistema climático en formación alterará sin duda esas posibilidades y terminará por ofrecer nuevas opciones. El carácter regresivo o progresivo que esas opciones lleguen a tener, en lo que a nosotros respecta, dependerá sobre todo de lo humano que para entonces haya llegado a ser nuestro desarrollo.
Las transformaciones en curso en el moderno sistema mundial – de las que tanto depende aquel factor humano – operan también a través de una intensificación de los conflictos entre múltiples factores interdependientes. Ese proceso ha rebasado ya los rangos de variabilidad que en el pasado garantizaron la estabilidad del sistema en su conjunto, sin acercarse aún a los que eventualmente habrán de garantizar su estabilidad futura. Nos encontramos, pues, en medio de un proceso de transición, en el que las cosas ya no son lo que fueron, ni han llegado aún a ser lo que serán. Todo lo sólido, una vez más, se disuelve en el aire, con una intensidad y un alcance que sin duda serán mayores que los que motivaron esa frase en 1848.
En lo que hace al sistema mundial, esa agudización de sus contradicciones internas estimula tanto los rasgos más morbosos como los más virtuosos de los subsistemas sociales y políticos involucrados. Por un lado, la exacerbación de la resistencia al cambio en las mentalidades, las conductas y los sistemas institucionales de gestión económica, social y – en la intersección entre ambas – política, se traduce en un auge de la corrupción, del descrédito de las instituciones y del recurso a la violencia abierta o encubierta como medio de control. Por el otro, sin embargo, se expande también la disposición a reclamar y efectuar las transformaciones que ese cambio requiere, que se expresa en vastos y complejos procesos de cambio cultural, movilización social y construcción de alternativas políticas innovadoras.
En esta doble circunstancia – de la que participan tanto el sheriff Joe Arpaio, de Arizona, como el teólogo brasileño Leonardo Boff -, en la que el consenso nunca fue tan necesario ni tan difícil, la promoción consciente de la disposición al cambio adquiere una importancia crítica. Hoy, tras la cumbre de los pueblos sobre el cambio climático realizada en Cochabamba en abril como respuesta al fracaso de la Conferencia de las Partes sobre el tema ocurrida en Copenhague en diciembre pasado, el sistema internacional de gestión ambiental está tan lesionado políticamente como el de gestión económica tras el surgimiento y desarrollo del movimiento altermundista en la década de 1990.
Ya no cabe, como ayer, debatir en torno a que otro mundo sea posible o no. Nos encontramos en la transición desde una cultura centrada en la aspiración al crecimiento sostenido hacia otra organizada en torno a la sostenibilidad del desarrollo de la especie que somos. Empezamos apenas a entender que quien aspira a un ambiente distinto lo hace, también, a una sociedad diferente. Establecer esa diferencia, y construirla, es sin duda el desafío mayor de nuestro tiempo.
1 comentario:
Brillantemente expuesto. Es la viabilidad de la especie lo que está en juego. Y eso implica -obligatoriamente- el binomio am-
biente/modelo de desarrollo.
Yo añadiria que sin la cultura co-
mo herramienta -o arma- es una lu-
cha perdida.
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