Ha sido importante que los Bicentenarios coincidan con una era de cambios en la región, en la que toman nueva dimensión y valor los conceptos de dignidad nacional, soberanía, libertad, democracia, constitucionalismo, republicanismo, solidaridad, equidad, buen vivir. Habría sido indigno celebrar los Bicentenarios bajo la pasada época neoliberal.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)
(Ilustración: Mural sobre la Batalla del Pichincha, por Luis Peñaherrera Bermeo, ubicado en Carondelet en Quito).
La Revolución de Quito que el 10 de agosto de 1809 instaló una Junta Soberana, constituyendo así el primer gobierno criollo en Hispanoamérica, inició el largo proceso de la independencia del país que hoy se llama Ecuador.
Este fue un momento crucial de la participación civil, pues los actores fueron universitarios, profesionales, intelectuales y políticos de la élite criolla, que movilizaron conceptos revolucionarios de libertad, autonomía, soberanía, representación de los pueblos, identidad y, sin duda, dignidad y valentía. La revolución avanzó hasta 1812, cuando se constituyó el Estado de Quito y se dictó la primera Constitución. En el camino, los más célebres patriotas fueron masacrados el 2 de agosto de 1810 en el propio Cuartel Real donde se hallaban presos.
Una década más tarde, bajo condiciones totalmente distintas, la Revolución de Guayaquil del 9 de octubre de 1820 abrió el camino para la independencia total del país. Ella recibió el inmediato auxilio de las tropas grancolombianas, de manera que en Guayaquil se inició la fase decisiva de la liberación del resto del territorio patrio.
Con la campaña final también se desplazó la influencia decisiva de los civiles y tomaron preeminencia los militares. El general Antonio José de Sucre condujo las tropas que, una vez independizada Cuenca, ascendieron por el Callejón Interandino, llegaron a Quito y libraron la decisiva Batalla del Pichincha del 24 de mayo de 1822, con la que definitivamente se conquistó la independencia de la Real Audiencia de Quito.
La Batalla del Pichincha fue la más “internacionalista”, pues en ella participaron oficiales y tropas provenientes de amplias regiones de América Latina y algunos europeos. No fue un hecho aislado, sino que perteneció al orden de sucesos que culminaron con la liberación anticolonial. Formó parte del proceso independentista latinoamericano, que movilizó no solo a los criollos sino a amplias capas de la población. Todas las capas sociales se beneficiaron de la ruptura del coloniaje, que hizo posible el nacimiento de las repúblicas.
Al celebrar los Bicentenarios del inicio de la independencia de América Latina estamos recordando hechos que son patrimonio histórico de nuestros pueblos y un motivo de legítimo orgullo. También ha sido importante que los Bicentenarios coincidan con una era de cambios en la región, en la que toman nueva dimensión y valor los conceptos de dignidad nacional, soberanía, libertad, democracia, constitucionalismo, republicanismo, solidaridad, equidad, buen vivir. Habría sido indigno celebrar los Bicentenarios bajo la pasada época neoliberal, en la que importaban los buenos negocios por encima de los conceptos y valores sociales, en la que el progreso se medía por el mercado libre y los intereses empresariales privados.
Doscientos años atrás, próceres y patriotas de las revoluciones de independencia latinoamericana pensaron en la libertad soberana antes que en los resultados simplemente económicos. Si se hubieran movido solo por cálculos económicos, sin privilegiar los valores y los conceptos humanos, nunca se habría dado la independencia.
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