El uso maniqueo de la información concluye en añorar el pasado reciente bajo el cual supuestamente Ecuador caminaba hacia una economía abierta y moderna, a tono con la realidad globalizada del mundo. Nada más falso.
Con demasiada frecuencia, la simple consideración de la coyuntura económica, practicada por una serie de “analistas” de la realidad nacional, descuida por completo la perspectiva histórica.
En Ecuador, el régimen capitalista (“economía de mercado”) se consolidó recién durante las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Llegó de la mano del Estado “desarrollista”, gracias a cuyo concurso creció la empresa privada. Los “cambios de estructura” de la época (reforma agraria, industrialización sustitutiva de importaciones, integración regional, apertura selectiva al capital extranjero, proteccionismo relativo, urbanismo acelerado, etc.) transformaron al país. Se volvió “moderno”. Y en ninguna otra época del pasado o del presente el Ecuador creció a un promedio del 10% anual como lo hiciera en la época petrolera de los setenta. Sin duda hubo crecimiento, pero no desarrollo, si se toma en cuenta que éste incluye la promoción social y laboral, conforme se hablaba en aquella misma época.
Durante las décadas de los 80 y 90 el “desarrollismo” ecuatoriano fue suplantado por una creciente versión simplemente “empresarial” de la economía, que anunció el triunfo arrollador del mercado libre, en un mundo globalizado y exitoso para los negocios y las transnacionales, en el que el derrumbe del socialismo pareció liquidar cualquier otra alternativa.
En estas últimas décadas la economía hegemónica (y sus teóricos, seguidores y opinadores) hizo gala del rol que cumplían las cámaras de la producción, de la necesidad del retiro del Estado y las privatizaciones, del mundo nuevo que se ofrecía con el “aperturismo”. Las consecuencias sociales, laborales y políticas para el Ecuador fueron devastadoras: flexibilidad, precarización, emigración, desempleo, subempleo, pobreza, deterioro de los servicios públicos, caída de la educación, la salud pública y la seguridad social, junto con la desinstitucionalización del Estado y hasta la debacle gubernamental, con siete gobiernos y tres de ellos derrocados en tan solo una década.
Y todavía hay quienes pretenden defender esa época de libre mercado y libre empresa. Su mayor respaldo argumental sostiene que desde la dolarización (2000) hubo crecimiento económico y “modernización”. Comparan esas cifras con el presente y fácilmente concluyen que “hoy” la economía es crítica, mientras años atrás “estábamos bien” o por lo menos “mejor”. “Todos” los datos económicos del presente apuntarían a reforzar esa idea.
Una vez más, el uso maniqueo de la información concluye en añorar el pasado reciente bajo el cual supuestamente Ecuador caminaba hacia una economía abierta y moderna, a tono con la realidad globalizada del mundo. Nada más falso. Tal como ocurrió bajo el petrolerismo de los 70, durante el primer lustro que siguió al año 2000 hubo crecimiento, pero no desarrollo. El Ecuador no salió del subdesarrollo. La riqueza se reconcentró y la economía se puso al servicio de sectores sociales y empresariales minoritarios. Eso es lo que había que cambiar. Y en esa transición las antiguas variables que medían el triunfo del capital se desarticulan en la coyuntura.
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