Hasta la victoria de un hijo de la pobreza, Lula, la casa grande [de los patrones] y la senzala [de los esclavos] constituían los goznes que sustentaban el mundo social de las élites. La casa grande no permitía que la senzala descubriese que la riqueza de las élites estaba construida con su trabajo superexplotado, con su sangre, y sus vidas, convertidas en carbón del proceso productivo.
Para mí el significado mayor de estas elecciones es consolidar la ruptura que Lula y el PT [Partido de los Trabajadores] han instaurado en la historia política brasilera. Derrotaron a las élites económico-financieras y su brazo ideológico, la gran prensa comercial. Como es sabido, éstas siempre mantuvieron al pueblo al margen de la ciudadanía, en el duro lenguaje de nuestro mayor historiador mulato, Capistrano de Abreu, «capado y recapado, sangrado y resangrado». Las élites han estado montadas en el poder durante casi 500 años y organizaron el Estado de forma que sus privilegios estuviesen siempre protegidos. Por eso, según datos del Banco Mundial, son las que proporcionalmente más han acumulado en el mundo y se cuentan, política y socialmente, entre las más atrasadas e insensibles. Son veinte mil familias las que controlan más o menos el 46% de toda la riqueza nacional, y el 1% de ellas posee el 44% de todas las tierras. No es extraño que estemos entre los países más desiguales del mundo, lo que equivale a decir, uno de los más injustos y perversos del planeta.
Hasta la victoria de un hijo de la pobreza, Lula, la casa grande [de los patrones] y la senzala [de los esclavos] constituían los goznes que sustentaban el mundo social de las élites. La casa grande no permitía que la senzala descubriese que la riqueza de las élites estaba construida con su trabajo superexplotado, con su sangre, y sus vidas, convertidas en carbón del proceso productivo. Con hábiles alianzas, barajaban de distintas maneras las cartas para mantener siempre el mismo juego y, graciosos, repetían: «hagamos nosotros la revolución antes de que la haga el pueblo». La revolución consistía en cambiar algo para que todo quedase como antes. De esta manera, abortaban la aparición de otro sujeto histórico de poder, capaz de ocupar la escena e inaugurar un tiempo moderno y menos excluyente. A pesar de ello, contra su voluntad, redes de movimientos sociales de resistencia y de autonomía irrumpieron, y ese poder social se canalizó en poder político hasta conquistar el poder del Estado.
Escándalo de escándalos para las mentes sumisas y alineadas con los poderes mundiales: un obrero, «superviviente de la gran tribulación», representante de la cultura popular, un no educado académicamente en la escuela de los faraones, llega al poder central y devuelve al pueblo el sentimiento de dignidad, de fuerza histórica y de ser sujeto de una democracia republicana, en la que «la cosa pública», lo social, la vida maltratada del pueblo ha ganado centralidad. En la línea de Gandhi, Lula anunció: «no vine para administrar, vine para cuidar; una empresa la administro, un pueblo vivo y sufrido lo cuido”. Lenguaje inaudito e instaurador de un nuevo tiempo en la política brasilera. «Hambre Cero», después «Bolsa Familia», «Crédito consignado», «Luz para todos», «Mi Casa, mi Vida», «Agricultura familiar», «Prouni», «Escuelas profesionales», entre otras iniciativas sociales, permitieron que la sociedad de los despojados conociese lo que las élites económico-financieras nunca les permitieron: un salto de cualidad. Millones pasaron de la miseria sufrida a la pobreza digna y laboriosa, y de la pobreza a la clase media. Toda la sociedad se movilizó para mejor.
Pero esta derrota inflingida a las élites excluyentes y anti-pueblo, debe ser consolidada en esta elección por una victoria convincente, para que se configure un «no retorno definitivo» y aquellas pierdan la vergüenza de sentirse pueblo brasilero así como es y no como les gustaría que fuese. Terminó el largo amanecer.
Hubo tres miradas sobre Brasil. Primero, fue visto a partir de la playa: los indios asistiendo a la invasión de sus tierras. Segundo, fue visto a partir de las carabelas: los portugueses «descubriendo/encubriendo» Brasil. Tercero, Brasil osó verse a sí mismo y ahí comenzó la invención de la república mestiza étnica y culturalmente que somos hoy. Brasil hizo frente además a cuatro duras invasiones: la colonización que diezmó a los indígenas e introdujo la esclavitud; la venida de los pueblos nuevos, los emigrantes europeos, que substituyeron a indios y esclavos; la industrialización conservadora de substitución de los años 30 del siglo pasado, que creó un vigoroso mercado interno; y, por fin, la globalización económico-financiera, insertándonos como socios menores.
Ante esta historia tortuosa, Brasil se mostró resiliente, es decir, enfrentó estas visiones e intromisiones, consiguiendo saltar por encima y aprender de sus desgracias. Ahora está recogiendo los frutos.
Urge derrotar a las fuerzas reaccionarias que se esconden detrás del candidato de la oposición. No juzgo a la persona, eso es cosa de Dios, sino lo que representa como actor social. Celso Furtado, nuestro mejor pensador en economía, murió dejando una advertencia, título de su libro La construcción interrumpida (1993): «Se trata de saber si tenemos un futuro como nación que cuenta en el devenir humano o si prevalecerán las fuerzas que se empeñan en interrumpir nuestro proceso histórico de formación de un Estado-nación» (p. 35). Éstas no pueden prevalecer. Estamos en capacidad de completar la construcción de Brasil, derrotándolas con Lula y con las fuerzas que realizarán el sueño de Celso Furtado y nuestro.
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