Hoy como ayer, el mapuche apretó los dientes, irguió la cerviz, entornó su mirada de indio y dijo ¡basta!
Tito Tricot /Director Centro de Estudios de América Latina y el Caribe-CEALC
Por entre las grietas del tardío invierno asoma urgente la furia de saberlos mapuche de hambre, de cárcel, de frío, perlado el orgullo antiguo por la sempiterna lluvia sureña. Y es esta ira la que me compele a escribirles desde un país llamado Chile que se ubica al norte del País Mapuche. Es un país novel, apenas unos doscientos años, que se empina recién en la adolescencia tratando de entender su propia historia, acaso porque no pidió nacer o lo hizo a regañadientes de algunos y por la porfía de otros. Y fueron esos arañazos de parto los que le obnubilaron el sentido de su propia raíz, del aroma a canelo tierno, del olor a humo que atiza el alma en las noches de luna llena. Entonces, allá por el amanecer de la independencia de este paisito del fin del mundo, alguien aclamó la extraordinaria valentía del mapuche en su lucha contra el conquistador hispano y todos dijeron Amén, para enaltecer su memoria, sus victorias y sus cánticos de libertad que eran los mismos, decían, de la liberación chilena del yugo español.
Así, la elite chilena se reconocía vaporosamente mapuche en el discurso que intentaba construir una nueva identidad, pero lo hacía desde la seguridad de la distancia del pasado. Era la reivindicación del mapuche fosilizado en el tiempo, un indio arqueológico que no perturbara sus tierras y sus minas y sus sueños de blancos impolutos. Pero pronto otros gritaron: indio, salvaje, bárbaro, y el horror transformó los rostros de los nuevos amos del poder que, la verdad, eran los mismos oligarcas de antes. Y la oligarquía no perdona, tortura cuando tiene que torturar y mata cuando tiene que matar, a mineros, obreros, campesinos, estudiantes, indígenas, mujeres o niños. Da lo mismo si se trata de defender sus intereses económicos y políticos, pues todos son dispensables.
Bien lo sabemos acá en Chile cuando un día cualquiera decidieron no dejar germinar la primavera y nos clavaron una dictadura militar en medio del corazón y para siempre. En esos días también nos llamaron terroristas, para desaparecernos, detenernos, exiliarnos y asesinarnos. No hubo primavera ni amores sin sobresaltos en noches eternas, como la noche chilena que se cernió sobre vuestro país hace dos centurias. Vino del norte a lomo de caballo y fuego de fusil para quedarse. Entonces, hoy como ayer, el mapuche apretó los dientes, irguió la cerviz, entornó su mirada de indio y dijo ¡basta!, como el pueblo chileno que luchó contra la dictadura armado de dignidad.
Por eso estas palabras impregnadas de lágrimas, de memoria, de solidaridad, de pasado, de furia, de ternura, de aliento y, por sobre todo, de esperanza que en un futuro no lejano los chilenos entiendan que son más mapuche de lo que creen o quieren y que el País Mapuche posee raíces ancestrales en los bosques del sur donde nació un atardecer desde las entrañas de una estrella azul que quiso ser mujer, pájaro, volcán mucho antes que Chile fuera Chile.
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