Un médico internacionalista y educador de vocación, un amigo de la Revolución Cubana y combatiente en la ofensiva final de la Revolución Sandinista. Un patriota cabal de Costa Rica y de nuestra América.
El pasado 7 de setiembre falleció en San José de Costa Rica el Dr. Rodrigo Gutiérrez Sáenz, una figura señera de la política y la medicina costarricense, y quien dejó su fructífera huella en todos los campos donde incursionó.
Hablar de su persona y su legado exige retratar a un hombre de profunda sensibilidad humanista, comprometido con el socialismo democrático y la liberación de los pueblos latinoamericanos. Un médico internacionalista y exdecano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Costa Rica (“un médico de barrio que nunca dejó a un paciente sin atender, gratis cuando eran pobres y pagando, cuando era necesario, las medicinas de su propio bolsillo”, escribió en estos días José Merino del Río, presidente del Frente Amplio); un amigo de la Revolución Cubana y combatiente en la ofensiva final de la Revolución Sandinista. Un patriota cabal de Costa Rica y de nuestra América.
En 1968, año de ebullición política y cultural en América Latina y el mundo, y cuando el Partido Liberación Nacional (PLN) ya daba muestras del descarrilamiento ideológico que hoy conocemos –y padecemos-, el Dr. Gutiérrez fue uno de los firmantes del Manifiesto de Patio de Agua: documento que emplazaba a los cuadros y dirigentes del PLN para rectificar el rumbo histórico de la Revolución de 1948, al tiempo que convocaba a emprender una nueva Revolución Social: ahora, para transformar de raíz lo que entendían como “una organización social injusta y deficiente, unida a un proceso político generalmente dominado por uno clase privilegiada, que, de hecho, pone a su servicio esa organización y ese proceso”.
Decía el Manifiesto: “Una enorme mayoría del pueblo costarricense sufre esas condiciones de privación, mientras una minoría que retiene al máximo de privilegios y otros grupos que han logrado mejorar sus niveles de vida, son insensibles a las situaciones en que viven esas mayorías nacionales, sin tomar debidamente en cuenta el derecho que les asiste a reclamar su justa participación en aquellos altos valores”. Esta preocupación por la injusticia social y el sentido crítico frente a la realidad del país, acompañaron permanentemente el quehacer del Dr. Gutiérrez.
Sus desencuentros con la cúpula dirigente y el distanciamiento, cada vez mayor, entre el discurso político y la praxis del PLN, lo llevaron a presentar su renuncia al partido. Y desde entonces se convirtió, por méritos propios, en un referente de la izquierda costarricense: fue candidato a la presidencia de la República en 1986 por la Coalición Alianza Popular; y diputado en la Asamblea Legislativa por el partido Pueblo Unido, entre 1990 y 1994. Su contacto con movimientos sociales y nuevas organizaciones políticas fue permanente, hasta el final, porque entendía que Costa Rica necesitaba “estructuras políticas donde la sociedad civil pueda, finalmente, pronunciarse y construir otro país”.
Antes de conocerlo en persona, lo fui descubriendo en los archivos de la Asamblea Legislativa, mientras realizaba una investigación periodística. Conservaba el vago recuerdo de sus campañas políticas, pero fue en las actas y páginas de los expedientes de la Comisión que investigó la penetración del narcotráfico en la política costarricense, a principios de la década de 1990, donde se me reveló su dimensión ética y su compromiso.
La tarde del 24 de setiembre de 2003 finalmente tuve la oportunidad de entrevistarlo. Conversamos sobre el narcotráfico en la política y el Estado costarricense, los vínculos de la CIA y la DEA con los negocios de la droga y la contrarrevolución en Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, en ese oscuro período que fueron las décadas de 1970 y 1980 en Centroamérica.
Sus palabras, la fortaleza de sus argumentos y los documentos que compartió conmigo en esa ocasión, parecen tener hoy más vigencia que nunca. Especialmente cuando, desde los Estados Unidos, poderosos intereses perfilan un nuevo tipo de políticas de contrainsurgencia para combatir el narcotráfico en México y Centroamérica: un problema que precisamente fue incubado, en buena medida, al amparo de la guerra de contrainsurgencia de aquellos años.
En su Informe a la Comisión de Narcotráfico, de 1992, sostenía: "En los Estados Unidos o en Costa Rica, igual que en muchos países latinoamericanos, las redes internacionales del contrabando [de droga] sobreviven por la capacidad que tienen para corromper a los políticos con acceso al poder, a las altas autoridades de la policía, a los organismos especializados en el combate del comercio ilícito, a los altos mandos de las fuerzas armadas y a los poderes judiciales".
Más tarde, los caminos se cruzaron de nuevo, durante la campaña electoral del 2006, cuando dio una otra batalla organizando a las fuerzas políticas y sociales frente a la ofensiva neoliberal encabezada por Oscar Arias y los grupos de poder –político y económico- que impulsaron la aprobación del Tratado de Libre Comercio con los EE.UU. Lo recuerdo junto al expresidente don Rodrigo Carazo Odio, ambos trabajando, tesoneramente, para unificar lo que intereses personales y discrepancias absurdas separaban, en momentos en que el país requería de la unidad para vencer. De esos días recuerdo, también, unos de sus sueños: la Universidad Popular, dedicada a la formación humana y la alfabetización política de hombres y mujeres, condición indispensable para emprender cambios verdaderos en la sociedad costarricense.
Sabía que la política grande, la que acompaña y se encumbra con el pueblo desde sus aspiraciones de liberación, requiere compromiso y renunciamientos: deponer el interés egoísta y la búsqueda del poder como fin en sí mismo, para optar por la construcción y defensa del bien común. Y de eso dio testimonio siempre.
Nos dejó un hombre y un líder como pocos. Uno de esos imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht: de los que luchan toda la vida.
1 comentario:
Un hombre como pocos, cuyo origen Guadalupano de zapateros, lo hizo sensible a las clases mas desprotegidas, inteligente y luchador por ideales, cualidad que ya no tiene la mayoría de la gente mas joven. Que lastimosa pérdida, para quien luchó por un pueble malagradecido e ignorante, que por lo general, se merece el diluvio.
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