sábado, 18 de septiembre de 2010

La Argentina kirchnerista, la Venezuela chavista... ¿Son o se hacen?

Si uno analiza las políticas concretas practicadas por los distintos gobiernos de los países del “giro a la izquierda”, la naturaleza de los proyectos implementados, verá que es en Venezuela, en Bolivia y en menor medida en Argentina que se ha puesto más en jaque a los defensores del statu quo.
Daniel Gatti / Semanario Brecha (Uruguay)
De tanto en tanto, por un tema o por otro, un conflicto, un exabrupto, algún encuentro de investigadores, alguna mesa de discusión entre “progres”, la pregunta se plantea: ¿pueden los gobiernos actuales de Argentina o de Venezuela ser considerados “de izquierda”? ¿O acaso no “califican” más para ser vistos como una expresión suplementaria de cierta tradición populista latinoamericana, con sus caciquismos, sus autoritarismos y sus políticas del “como si”? Brecha trasladó la polémica a dos investigadores uruguayos que se autoubican en la izquierda, la politóloga –y ahora legisladora por el Frente Amplio– Constanza Moreira y el historiador Gerardo Caetano, y convocó a diversos analistas pertenecientes a la progresía argentina.
¿Cómo se puede decir que Chávez no es de izquierda?
—Lo primero que habría que definir es qué es eso de ser de izquierda. No hay una respuesta única, por supuesto, pero se puede simplificar a partir de ciertos modelos de ideología. Identificaría tres: el espacial, es decir una manera de situarse en función de ciertos valores o códigos compartidos con un conjunto de gente. Alguien o algo podría ser identificado como “de izquierda” (o de derecha) en comparación con otro, de manera más relativa que sustantiva. Es decir: lo que en un país podría ser visto como “de izquierda” en otro se ubicaría al centro o incluso a la derecha. El segundo modelo sería el cultural: se es de izquierda en función de aspectos culturales que tienen que ver con la educación, el trabajo, la pertenencia de clase. Un ejemplo de esta interpretación cultural de la ideología: la izquierda es estatizadora, la derecha liberal. El tercero sería el modelo partidario: se pertenece o se vota a un partido por su perfil ideológico. Es un modelo que funciona cuando en un país determinado existen partidos “ideológicos” estables, institucionalizados.
¿Cuáles serían los partidos de izquierda hoy en América Latina si se partiera de aquel primer modelo “espacial”?
-- El FA uruguayo, sin duda, puesto que los partidos que tiene enfrente –el Colorado y el Nacional– se autoidentifican como estando desde el centro hacia la derecha del espectro político. El PT brasileño o el Movimiento V República (ya no se llama así) encabezado por Chávez en Venezuela están en el mismo caso. Y también entra allí la Concertación chilena cuando se la compara con los partidos con representación parlamentaria que se situaban enfrente cuando aquélla era gobierno. Pero difícilmente uno podría ubicar en la izquierda, en función de los valores que la sustentaban, de las políticas que aplicaba, a la Concertación de sus dos primeros períodos de gestión, hegemonizada por la Democracia Cristiana. Otro caso particular es el del kirchnerismo argentino. Ocupa una franja de un partido que obviamente no es de izquierda, pero desde el gobierno aplica políticas que yo identifico sin duda alguna como “progresistas”. Diría más: de las más progresistas que se aplican hoy en América Latina.
El argentino es un buen ejemplo de un país en el que el modelo partidario determina la ideología, en vez de lo contrario. Cuando en los años noventa el justicialismo, ese partido al que los propios argentinos perciben como la única opción capaz de gobernar, estaba hegemonizado por el menemismo, se lo veía como un partido de derecha; el kirchnerismo, siguiendo un movimiento que ya había iniciado el Frepaso, lo corrió hacia la izquierda.
Todavía resulta difícil que surjan en Argentina partidos de izquierda o progresistas exitosos al margen del kirchnerismo. Aun así, su política de “transversalidad”, de captación de todo lo que pueda ser considerado “progre”, parece haberse frenado, tener dificultades grandes para consolidarse. Le funcionó al comienzo, cuando operó como una succionadora, pero ahora le cuesta y es de prever que hasta el final de su mandato Cristina Fernández y el kirchnerismo en general deban moverse en medio de una gran fragilidad política y también social.
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Hoy el argentino es de los gobiernos latinoamericanos que practican una política de izquierda más reconocible como tal: en política exterior, un aspecto en el que emprendió un camino por izquierda en la integración latinoamericana; en materia de derechos humanos; en la depuración –que llevó a cabo como en ningún otro país de la región– de las fuerzas armadas; en su manejo heterodoxo de la política económica, en su enfrentamiento con corporaciones que en Argentina tienen un poder gigantesco, como el agro o los medios de comunicación... En políticas sociales fue también de los países de esta parte del mundo que más avanzaron en los últimos años: aun con las incertidumbres que puedan generar los datos del Indec, el cuestionado instituto de estadísticas argentino, el aumento del salario real ha sido el más fuerte de los registrados en el área, la reducción de la pobreza fue notable, mejoraron las jubilaciones.
La defensa del mercado interno realizada por los gobiernos llamados K puede ser entendida como una política de izquierda. ¿Qué es en definitiva una política de izquierda en el plano económico? Podría ser la recuperación de los recursos estratégicos, la recuperación para el Estado de áreas que habían sido privatizadas, comprar problemas con la deuda porque querés beneficiar a grupos sociales postergados, el aumento del gasto público social, redistribuir en favor de los más pobres... Todo eso se llevó a cabo en Argentina,
Por otra parte, los Kirchner fueron abanderados de un combate autonomista y nacionalista en el buen sentido de la palabra, de resistencia a los dictados de las multinacionales o de potencias como Estados Unidos. Esa postura soberanista no tiene tanto arraigo en Uruguay y aun menos en Chile, pero emparenta a los Kirchner con un Chávez o con un Evo Morales en Bolivia, aunque en Bolivia la retórica y los conceptos sean distintos.
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¿Se puede hablar de giro a la izquierda en América Latina desde fines de los noventa hasta ahora? ¿Se puede ubicar efectivamente a todos los gobiernos que luego se hizo habitual ubicar como parte de ese giro (Uruguay, Argentina, Brasil, Chile hasta este año, Venezuela, Bolivia, Ecuador) como perteneciendo al campo de las izquierdas o del progresismo? A ambas preguntas respondería que sí.
A decir verdad, las propias izquierdas latinoamericanas no percibieron la existencia de un giro a la izquierda en la región sino hasta la llegada de Lula al poder en Brasil. No lo hicieron cuando la Concertación comenzó a gobernar en Chile, en 1989, ni cuando Chávez accedió al poder por primera vez, diez años después. La Concertación –a pesar de que lo que tenía enfrente en el arco político parlamentario chileno era claramente de derecha– no era percibida como “de izquierda” por el resto del progresismo regional, sobre todo en sus dos primeras gestiones, cuando con la Democracia Cristiana a su frente (los gobiernos de Patricio Aylwin y de Eduardo Frei) llevó a cabo políticas económicas internas que estaban más o menos en línea con las de la dictadura, y en el plano de la política exterior no apuntó a la integración regional.
El de Chávez es un caso diferente. Cuando asume postula netamente una política de izquierda, de corte nacionalista, y sin embargo la izquierda regional no se reconoce en él. Porque era militar, y eso de por sí suscitaba suspicacias, y porque era un general golpista, protagonista para peor de un golpe no contra un gobierno autoritario sino irrumpiendo contra un bipartidismo bien instalado. Recordaba a aquellos militares progresistas de otros tiempos, de los que la izquierda había renegado. Luego Chávez adquiere credenciales democráticas poco discutibles. Bajo su gobierno Venezuela debe tener un récord de votaciones de todo tipo, en las que Chávez indefectiblemente ganó, por mayor o menor margen, pero eso no le fue suficiente para quitarse de encima un sambenito de autoritario que también le colocó gente de izquierda.
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Hay una parte de la izquierda venezolana que no se reconoce en Chávez, que lo odia incluso. Pero lo que está del otro lado, frente al chavismo, en su contracara radical, es tan rancio, tan típicamente “de derecha”, conservador, reaccionario (la Iglesia, los grandes medios de comunicación, las megacorporaciones económicas), que no se entiende que esa izquierda no chavista se alíe con ellos.
A Chávez se le critican sus rasgos supuestamente autoritarios, al chavismo el culto a la personalidad del líder. Y es cierto que visto desde aquí puede rechinar, pero hay que poner las cosas en contexto. No es de hoy que la izquierda recurre, en ciertos lugares, a un líder carismático para poder consolidarse. Lo ha hecho en aquellos países marcados por cierto analfabetismo político, donde se ha producido un derrumbe del sistema de partidos y lo nuevo no termina de aceitarse.
El proyecto de un partido de izquierda sólido, estable, con referentes claros, o de una coalición de partidos de ese tipo, no ha aterrizado aún en Venezuela. Se está en una fase muy inicial de algo de ese tipo. De ahí que se dependa tanto del liderazgo, de la capacidad de Chávez para conducir y amalgamar. No es tan fácil crear las condiciones para reproducir un proyecto político autónomo, sobre todo cuando se imponen grandes cambios en tan poco tiempo en sociedades con tanta desigualdad y tan polarizadas. Lo mejor –capaz que lo ideal– sería que se diera un proceso como el que ocurrió en Uruguay, con el Frente Amplio, o en Brasil, con el pt, donde el instrumento político comenzó siendo construido desde abajo, desde los sindicatos, desde las organizaciones sociales, siguiendo a grandes rasgos el modelo laborista. No siempre se puede.
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Ahora bien: si uno analiza las políticas concretas practicadas por los distintos gobiernos de los países del “giro a la izquierda”, la naturaleza de los proyectos implementados, verá que es en Venezuela, en Bolivia y en menor medida en Argentina que se ha puesto más en jaque a los defensores del statu quo, y en Brasil y en Chile fue donde menos se lo hizo.
En todos esos países se produjo de todas formas un doble proceso de reducción de la pobreza (un fenómeno que no es patrimonio exclusivo de los gobiernos progresistas, porque también se redujeron los índices de pobreza y extrema pobreza en gestiones “conservadoras”, por ejemplo en Uruguay y en Brasil) y de reducción de las desigualdades. En todos se aplicaron, con mayor o menor fuerza, políticas sociales, en todos se aumentó el gasto público con orientación social y en todos se llevaron a cabo políticas laborales. Combinadas, esas medidas tuvieron un impacto considerable sobre la concentración del ingreso y fueron propias de las gestiones progresistas.
Pero allí donde se puso más énfasis en la redistribución de la riqueza fue en Venezuela. Bajo la administración de Chávez, la participación en el ingreso nacional del 40 por ciento más pobre llegó a 18,4 por ciento en 2007, la cifra más alta en estos países, y la del 10 por ciento más rico cayó al 25,7 por ciento, la más baja. La nacionalización de algunas industrias, y sobre todo la transformación de Petróleos de Venezuela (PDVSA), contribuyeron a esto.
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Hay otra cosa. Se puede decir que con mayor o menor profundización según los casos, la izquierda latinoamericana ha avanzado en los temas de la “vieja agenda”, en materia de reducción de las desigualdades, de cierto grado de justicia social, de afirmación autonómica respecto a factores de poder extrazona como Estados Unidos. Sin embargo, en lo que tiene que ver con una agenda de reivindicaciones “de nuevo tipo”, eso que se llama “agenda secular” y que se relaciona con las libertades individuales, con los derechos de las minorías, con el tema de género, hay diferencias fuertes entre países –y dentro de los países entre partidos y sectores de partidos– muy importantes. En esos planos, de manera general, el camino a recorrer todavía es enorme. Capaz que los que más avanzados sean el Frente uruguayo y los socialistas chilenos, pero con muchos matices y dependiendo de en qué temas. Aquí nos falta culminar la agenda de secularización que sí culminaron los países europeos, y nos falta tomar conciencia de que esa agenda tiene tanta importancia como la otra. Es más: te diría que en alguno de esos temas hasta me puedo reconocer más en un cardosista brasileño que en ciertos dirigentes del PT, y ni que hablar que en un militante del MAS boliviano. Esa defensa de la justicia comunitaria indígena que hace el mas, por ejemplo, encierra aberraciones, excesos.
—Desde ese ángulo, ¿no hay un flanco de crítica posible a alianzas con países como Irán?
—Son planos distintos de las cosas, pero es cierto que a veces la izquierda, o algunas izquierdas, se ven presas de esa lógica de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y habría que verlo.

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