La llegada del general sinaloense Salvador Alvarado a Yucatán (1915-1918), marcó el inicio de una nueva época: decretó la Ley General de Educación Pública, que establecía la enseñanza primaria como obligatoria y laica, así como la fundación de escuelas rurales en cada comunidad marginada. En un período de dos años, se fundaron más de mil escuelas en las que once mil yucatecos aprendieron a leer y a escribir.
Cristóbal León Campos / Especial para Con Nuestra América
Desde Yucatán, México.
(Fotografía: General Salvador Alvarado)
Al iniciar el siglo XX, la vida en el estado de Yucatán era desigual. Por un lado, se encontraba la clase alta conocida como la “Casta Divina”, dueña de la producción del henequén de las haciendas que le permitía acumular grandes cantidades de dinero y controlar la economía y la política del Estado. Por el otro, las grandes capas de la población de origen maya, hombres y mujeres que sobrevivían en difíciles condiciones por la falta de recursos económicos y por el extenuante trabajo que realizaban en la haciendas. Aunque tenían a su cargo el cultivo y la producción del henequén, no gozaban de su riqueza.
En esa época, Yucatán era uno de los estados más ricos del país, pero también uno de los que tenía mayor grado de injusticia. La situación en todo el país era de crisis social por el resultado de las políticas del gobierno de Porfirio Díaz, que llevó a la gran mayoría de la población a vivir en pobreza y desigualdad, provocándose además un gran rezago educativo. El analfabetismo era la característica común entre los pobladores de las comunidades rurales y urbanas. Esta falta de justicia social originó un fuerte descontento que desencadenó la Revolución Mexicana en 1910.
El triunfo revolucionario abrió un nuevo camino para el desarrollo y el bienestar de la gran mayoría de la población. Se implementaron cambios radicales en todos los ámbitos de la vida y fue la educación el pilar y el soporte de la nueva sociedad que comenzaba a construirse. La llegada del general sinaloense Salvador Alvarado a Yucatán ―1915-1918― marcó el inicio de una nueva época en esta materia. En 1915 decretó la Ley General de Educación Pública, que establecía la enseñanza primaria como obligatoria y laica, así como la fundación de escuelas rurales en cada comunidad marginada. En un período de dos años, se fundaron más de mil escuelas en las que once mil yucatecos aprendieron a leer y a escribir. Alvarado otorgó un reconocimiento necesario a la labor del magisterio; más de dos mil maestros se formaron y se dedicaron a trabajar en las zonas necesitadas en la campaña de alfabetización implementada por la Revolución.
El gobierno de Alvarado encontró el ambiente propicio para sus reformas educativas, pues desde antes de su llegada un grupo nutrido de profesores, en el que destacaron Eduardo Urzaiz Rodríguez, Rodolfo Menéndez de la Peña, Albino J. Lope, Agustín Franco Villanueva, Manuel sales Cepeda, Santiago Pacheco Cruz y José de la Luz Mena, entre otros, dedicaba horas después de las aulas al estudio y a la propagación de las variadas corrientes del pensamiento pedagógico. Las ideas de cambio que la Revolución introdujo en la educación fomentaron discusiones importantes sobre el futuro de la enseñanza. En septiembre de 1915, bajo el apoyo del gobernador Alvarado, se organizó el Primer Congreso Pedagógico. La educación mixta, junto a la Escuela Racionalista, fueron los temas más discutidos.
El 16 de septiembre al finalizar el Primer Congreso Pedagógico, Salvador Alvarado pronunció un discurso dirigido al magisterio, en el cual, lo alienta para cumplir el que consideraba era el más grande deber de la Revolución: “Ustedes traicionarán a la Patria, si no cumplen con su deber; al maestro está encomendada la redención del pueblo y para ello no deben escatimar ni energías ni oportunidad que yo, por mi parte, lo abandono todo para hacer girar el volante del Progreso que tiene como eje la educación primaria. La mejor política; de un gobierno es la protección a la escuela y al maestro, es mi política, contad con ello”.
Con la misma fuerza y seguridad les encomienda la tarea a realizar con su accionar pedagógico por todo el Estado: “la cuestión palpitante, la cuestión capital, es la cultura del niño; ese es el problema nacional y ustedes son los estadistas encargados de darle solución”.
Con la seguridad de que en la niñez esta el porvenir del país, y de la necesidad de que el magisterio se comprometa con la sociedad, contribuyendo a enmendar el daño causado por tantas décadas de abandono Alvarado sentencia con su sapiencia de estadista: “Hecho grande el maestro, recoja su escudo y tiéndale la mano al analfabeta, sacándole de la ignominia, de su ignorancia, como dijera el señor profesor Menéndez, porque, de otro modo, seréis culpables, señores, si por vuestro abandono deja de salir de los campos o de los pueblos un Juárez, un Altamirano o un Ocampo de los muchos escondidos en el mundo de los olvidados”.
Las sabias palabras del general sinaloense, a pesar de que fueron pronunciadas a principios del siglo pasado, mantienen hoy una enorme vigencia, por ser unos de los pendientes más importantes el otorgar educación a cada niño del país, y por ser el magisterio quien a su cargo tiene tan importante deber, el cual, debe ser cumplido con el compromiso que nuestros tiempos reclaman y sin claudicación, con la seguridad de que se está contribuyendo a conformar el país que tanto queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario