El arriba español, nervioso, acude hipócritamente a su institucionalidad cuestionada para reprimir las protestas. Habiéndose autoproclamado campeones del mundo libre, vanguardia de la democracia, no encuentran cómo acallar esa voz multitudinaria que no esperaban.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: protestas en la Puerta del Sol, en Madrid)
Cielo del 69 es una canción del hoy extinto grupo uruguayo Los Olimareños que, en una de sus estrofas, acota la frase que sirve de título a este comentario. En el exilio, Los Olimareños difundieron su canción por una América Latina que, en la década de los 70, atravesaba una época de dictaduras militares y represión mortal contra todo aquello que “se moviera” en el abajo insurrecto.
Pasado el tiempo, apenas unos 20 años después, acontecimientos políticos cataclísmicos llevaron a algunos a pensar que “el abajo” debería conformarse, de ahí en adelante, con perfeccionar una sociedad basada en los principios del liberalismo. Era como si todo aquel camino de rebeldía y búsqueda que pasaba por la Revolución de Octubre rusa, la Revolución Cubana o el Mayo del 68 francés, fuera un callejón sin salida, una ruta equivocada que, cuando más, debería verse como esfuerzos románticos que estaban condenados al desván a donde van a parar los trastos que ya no sirven.
“El abajo”, sin embargo, no tardó mucho antes de empezar a moverse nuevamente, y en esto hemos sido avanzada los latinoamericanos. Pero insertos en un espacio “atrasado y marginal” del mundo, nuestros esfuerzos y búsquedas no pocas veces han sido catalogados de folclóricos o remanentes de un pasado que debía ser superado. Desde sus poltronas madrileñas, londinenses o newyorkinas, los grandes medios de comunicación, expresión ideológica de grandes grupos de poder económico y político mundial, nos han visto como niños inmaduros enredados en la telaraña del caciquismo y las utopías rebasadas por la historia.
Pero poco a poco, el movimiento del abajo se les ha ido acercando y, ahora sí, asustados por la proximidad de los acontecimientos, no dudaron en bombardear Libia o intervenir para tratar de mediatizar los procesos que podían favorecer al abajo en movimiento. Eso sucedió en Egipto.
Pero ahora les llegó el turno. Grecia ha visto la ira popular brotar por los cuatro costados y España se suma, en los últimos días, a las protestas contra un sistema que cree que el abajo es tonto, que no se da cuenta que el peso de la resolución de la crisis que ha provocado “el arriba” (ahora nervioso) está cayendo sobre sus hombros.
La que se subleva es la España del 40% de desempleo. Un segmento de la población bien educado, que no vivió los años de privaciones y represión política de la segunda mitad del siglo XX (cuando quienes campeaba eran las huestes franquistas), y que se encuentra bajo el amparo de políticas que, en América Latina, muchas veces ni soñamos, como el seguro de paro. Se trata, claro, de reivindicar el empleo digno y la apertura del horizonte de realización personal, que parece que para muchos se encuentra clausurado; pero también de algo más profundo, que los emparenta con las reivindicaciones de sus pares egipcios: la lucha por la dignidad, el hartazgo de la corrupción y el cinismo de los grupos dominantes que se expresan en la vida política institucionalizada, la misma que hoy corre despavorida para tratar de sustituir al caído Dominique Strauss Kahn en el Fondo Monetario Internacional.
El arriba español, nervioso, acude hipócritamente a su institucionalidad cuestionada para reprimir las protestas. Habiéndose autoproclamado campeones del mundo libre, vanguardia de la democracia, no encuentran cómo acallar esa voz multitudinaria que no esperaban. Ahora, el Tribunal Electoral español desautoriza las movilizaciones con la excusa de que el país se encuentra en período electoral. Es dañino para la democracia, dicen, expresar abiertamente el disgusto y la ira. No se dan cuenta que no hay nada más democrático que estas protestas, aunque ellas mismas no tengan muy claro el rumbo para llegar a lo que tampoco se tiene muy claro qué es.
El arriba está nervioso. Se está dando cuenta que ni hemos llegado al fin de la historia ni las búsquedas de alternativas son propias solo de pueblos inmaduros e imberbes.
Como dice la misma canción de Los Olimareños de la que hemos hecho mención en estas notas: “Que el mango vayan soltando, ya no existe la sartén.”
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