En Panamá, una salida a la crisis que se limite a ampliar las contradicciones internas del modelo de desarrollo vigente terminaría poniendo en riesgo las funciones que hoy cumple el país en el sistema mundial.
Guillermo Castro H. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
La premisa de que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, mientras la salud – que no se reduce a la ausencia de enfermedad – es un producto del desarrollo social nos remite a las formas de organización del trabajo humano que produce ese desarrollo. Sin duda, se trata de un tema en el que inciden múltiples factores de orden ecológico, social, cultural y político. Aun así, en el análisis de las relaciones entre estos elementos el objeto a considerar “es en primer término la producción material. Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: este es naturalmente el punto de partida.”[1]
El rasgo distintivo de los 500 años que conducen al presente es que, por primera vez en la historia de nuestra especie, esa determinación social de la producción opere a escala planetaria, si bien en la práctica se expresa en múltiples variantes a escala local. Así, lo global constituye un concepto abstracto que expresa la síntesis de múltiples, quizás infinitas, situaciones locales vinculadas entre sí en el mercado mundial, de un modo que expresa con singular claridad aquella interdependencia universal de los fenómenos que algunos han considerado la cuarta ley de la dialéctica.
Esto, por otra parte, es menos novedoso de lo que parece. El mercado mundial ha venido desarrollándose desde aquel siglo XVI “largo” que, para Fernand Braudel, iba de 1450 a 1650. Organizar ese desarrollo, decía Marx en 1858, había sido la tarea histórica mayor de la burguesía (europea), que la había culminado en la práctica hacia 1850. En el proceso, la propia burguesía se había reproducido en un número cada vez mayor de regiones de la periferia de ese mercado.[2] A ese proceso expansivo se refería José Martí en 1891 cuando, en las primera líneas de su ensayo Nuestra América, advertía que
Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.[3]
Es justamente en atención a esos gigantes y cometas que el análisis de las opciones que la crisis le presenta a Panamá debe partir del conocimiento de la función de apoyo al movimiento de mercancías, capitales y personas que nuestro país viene desempeñando en el sistema mundial desde el siglo XVI. Esa función ha dado lugar a una extraordinaria concentración del poder político y económico – y de los mecanismos que garantizan nuestra condición dependiente – en el entorno del Canal que cruza el Istmo. Y el poder así concentrado, como es natural, ha hecho todo lo que ha estado a su alcance para preservar la función que le da vida en todas las coyunturas de nuestra historia.
Así, la llamada “vocación de servicio” a la circulación del capital en el mercado mundial constituye, justamente, una modalidad socialmente determinada de organización de la producción y el desarrollo social en el Istmo. Por lo mismo, esa determinación debe ser comprendida tanto en la estructura que da forma a la sociedad panameña como en su desarrollo histórico, esto es, en el espacio como en el tiempo.
Desde fines del siglo XX, ese desarrollo ha adoptado una forma usualmente designada como el “proceso de globalización”. Se trata de un movimiento de cambio desde un orden que se agota hacia otro que emerge. En lo más visible, ese movimiento va desde un mercado mundial organizado en mercados nacionales que comercian entre sí, hacia otro que se organiza a partir de flujos de valor entre regiones económicas determinadas. En lo fundamental, sin embargo, se trata de un proceso de transformación cualitativa a partir de una acumulación de cambios cuantitativos, que conduce hacia una fase superior y más compleja en el desarrollo del sistema mundial.
Uno de los cambios en curso en ese proceso consiste en el agotamiento de la etapa neoliberal de su conducción inicial. Así encarada, la pandemia de COVID 19 constituye el aspecto principal de una contradicción más profunda, que conduce a una fase superior de integración de la Humanidad a escala planetaria. Por lo mismo, esa transición incluye a la vieja civilización que entra en crisis, prisionera de su incapacidad vincular entre sí su visión de la economía y la salud de su población en un mismo proceso de desarrollo humano.
Ante la bancarrota cultural y moral del neoliberalismo, la pandemia - como aspecto principal de la contradicción de fondo en esta coyuntura - abre paso a un momento político nuevo. Se trata del debate de las opciones de transformación a partir de los cambios generados por la pandemia como problema social de salud, y como detonante de todos los problemas larvados por una economía que ha entrado en la que quizás sea la peor crisis de su historia.
Así las cosas, toda propuesta post COVID19 que no sea planteada en esta perspectiva de cambio para la transformación está destinada en convertirse en un obstáculo para la marcha general del proceso global, y a generar una conflictividad interna que impedirá llevarla a buen término. Este proceso es tan amplio, complejo y vigoroso – cambio de épocas, no época de cambios -, que permite crear los espacios políticos necesarios para definir un interés general de la Humanidad que abra paso a la reforma cultural, moral y política de las formas de vida social y económica creadas por el capitalismo a escala mundial.
En Panamá, una salida a la crisis que se limite a ampliar las contradicciones internas del modelo de desarrollo vigente terminaría poniendo en riesgo las funciones que hoy cumple el país en el sistema mundial. Para garantizar el cumplimiento de esas funciones, y llevarlo a un nivel superior de eficiencia a escala del país entero, nuestra sociedad demanda una prosperidad sostenible y equitativa, que solo puede ser ambas cosas en la medida en que sea democrática. Y eso plantea un serio desafío político, sin precedentes en el país.
Hemos pasado por una diversidad de regímenes políticos a lo largo de nuestra historia – protectorado extranjero, democracia oligárquica, dictaduras militares populistas y de las otras, y una democracia neocolonial de baja intensidad, como le dicen algunos a lo que tenemos ahora. Lo que no hemos tenido hasta ahora es una revolución democrática que permita a todas las opciones que tengan asidero en nuestra realidad social a encontrar su lugar y aporte en la transformación de nuestra realidad política, de la que depende el futuro de todos.
Panamá, 23 de abril de 2020
[1] Marx, 2007. I, 3
[2] Marx To Engels In Manchester: Marx-Engels Correspondence 1858. Source: MECW Volume 40, p. 345. First published: in Der Briefwechsel zwischen F. Engels und K. Marx, Stuttgart, 1913.
[3] El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 15.
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