sábado, 13 de marzo de 2010

Centroamérica y el convite de las potencias

Creemos en el futuro de una Centroamérica unida, más independiente y plural. Ese futuro pasa, necesariamente, por su integración a proyectos políticos, económicos y sociales que favorezcan la construcción de un mundo multipolar en que, al decir de Martí, por fin nuestro modo de andar sea el andar juntos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Tras casi dos décadas de “paz”, en las que permaneció confinada a la marginalidad y librada a su suerte en el sistema internacional, Centroamérica cobró protagonismo en los últimos años, especialmente desde junio del 2009, con el golpe de Estado en Honduras, como espacio de disputa geopolítica de las potencias y bloques regionales.
Aquí, en el istmo, convergen -y compiten- las tendencias políticas, económicas y socioculturales del continente: la neoliberal-imperialista, que avanza bajo la égida norteamericana y el discurso de la globalización fatal e inevitable; la brasileña, cuyo proyecto de hegemonía regional suave crece en influencia; y la andina-caribeña (los países de la Alianza Bolivariana de las Américas, ALBA), con su apuesta por la integración nuestroamericana y una lógica alternativa en las relaciones entre Estados y pueblos (y por esto mismo, es una opción satanizada por los grupos de poder político y económico tradicionales). Pero además, Estados Unidos, China y la Unión Europea (UE) proyectan aquí sus específicos intereses.
Se trata, sin duda, de un panorama complejo. Basta señalar como ejemplos que, en el lapso de dos semanas, entre finales de febrero y principios de marzo, la UE anunció el reinicio de las negociaciones para un Acuerdo de Asociación con Centroamérica, y para ello “normalizó” las relaciones con el gobierno pos-golpista de Honduras (“las elecciones en Honduras se desarrollaron de manera transparente y equitativas” dijo a la prensa internaciones el embajador de la UE para Centroamérica).
Luego, el presidente de Brasil, Lula da Silva, desembarcó en San Salvador con $500 millones de dólares, para forjar una alianza con un socio al que considera “estratégico” para profundizar las relaciones de la potencia suramericana en el área. Y más tarde, en Guatemala, Hillary Clinton insistió, por enésima vez, en el destino de frontera imperial que Estados Unidos le reserva a nuestros países (que eso representan, al final, las promesas de prosperidad del libre comercio –dominación económica- y los planes de guerra contra el narcotráfico –dominación militar-), y en el que no hay lugar para alternativas (como la del ALBA).
Son las formas en que se expresa, hoy, el deseo o visión posible del (neo)colonizador sobre el espacio-otro: acuerdos entre élites políticas y comerciales, entre inversionistas y “dueños de todo”, que encubren a los grandes ausentes de estos procesos: los pueblos, quienes debieran ser los auténticos sujetos protagonistas de una integración que pretenda trascender lo económico.
El peso de la historia. Centroamérica, imaginada por el Libertador Simón Bolívar como el “emporio del universo” o la Bizancio del nuevo mundo, y por eso mismo apetecida como ruta comercial por los imperios modernos, ha tenido, a lo largo de su historia, ese extraño privilegio de ser escenario de las disputas geopolíticas entre las grandes potencias: un convite al que nuestros pueblos asisten como plato principal o postre, mas nunca como comensales.
Así ha sido siempre: desde que el imperio británico desplazó al español, hacia la primera mitad del siglo XIX, y desde que el imperio estadounidense desplazó al británico durante la Primera Guerra Mundial.
Esa tensión entre los apetitos de la dominación externa y las formas de dominación interna en los estados nacionales, y las respuestas ensayadas ante esto por las clases gobernantes y los movimientos populares, ha sido clave en los procesos de construcción de las identidades culturales de la región.
Por eso encontramos en Centroamérica pueblos capaces de grandes heroísmos, como el triunfo en la guerra de 1856 contra la avanzada del anexionismo esclavista estadounidense, o la gesta del ejército libertador de Sandino, en su lucha antiimperialista de 1927-1934, y la misma Revolución Sandinista de 1979. Pero también, sometida a los intereses ajenos y a las injusticias autóctonas, este trozo de tierra incubó, a lo largo del siglo XX, algunas de las más sangrientas dictaduras, fue testigo de numerosas masacres del terrorismo de Estado, y hoy recoge los frutos de esa siembra: sus sociedades se cuentan entre las más violentas y desiguales de América Latina.
Pensar otra Centroamérica. Estos antecedentes son imposibles de pasar por alto al analizar y situarnos críticamente ante eso que llaman: inserción estratégica en el mundo globalizado, que es el nombre que hoy se le da al convite histórico de las potencias, y que, más que insertarnos, podría ensartarnos aún más en una lógica de relaciones internacionales que, subordinándonos a los más poderosos, desintegra las posibilidades de nuestra unidad.
Frente a la realidad de los procesos de integración negociados “desde arriba”, que terminan por convertirse en espacios de convergencia de las élites políticas y del capital transregional y global, los centroamericanos –hombres y mujeres, organizaciones sociales, movimientos populares, partidos políticos- deberíamos impulsar una integración “desde abajo”, entre los pueblos, animada por la búsqueda común de respuestas a problemas que tienen carácter regional: pobreza y exclusión, migraciones, violencia y delincuencia, participación política y democracia, desarrollo humano integral.
Se trata, pues, de emprender una práctica intelectual y política, con su dosis de utopía, que permita abrir espacios de encuentro, discusión y movilización, más allá de los espacios consultivos institucionales (como los del Sistema de la Integración Centroamericana), para construir alternativas de orientación social y popular, que nos ayuden a perfilar el rumbo de nuestros países para el siglo XXI. Es decir, oponer a la unidad de las oligarquías regionales, la unidad de los pueblos.
En 1890, cuando en el Congreso de Washington el panamericanismo irrumpió como fuerza política poderosa, que desde entonces delineó el rasgo imperialista de las relaciones entre Estados Unidos y nuestra América, José Martí nos regaló esta valiosa imagen de la sesión final: “Ya se van, aleccionados y silenciosos, los delegados que vinieron de los pueblos de América a tratar, por el convite de Washington, sobre las cosas americanas. Ya vuelven a Centro América los de los cinco países, más centroamericanos de lo que vinieron, porque al venir se veían de soslayo unos a otros, y ahora se van juntos como si comprendieran que este modo de andar les va mejor[1] (el resaltado es nuestro).
A 120 años de aquel evento, ya es tiempo de aprender la lección. Y aunque la evidencia reciente y las condiciones de la lucha política se empeñan en “educarnos” en la desesperanza y la resignación, creemos en el futuro de una Centroamérica unida, más independiente y plural. Ese futuro pasa, necesariamente, por su integración a proyectos políticos, económicos y sociales que favorezcan la construcción de un mundo multipolar en que, al decir de Martí, por fin nuestro modo de andar sea el andar juntos.

NOTA
[1]El Congreso de Washinton”, crónica de Martí escrita para al diario La Nación de Buenos Aires, y publicada en el 15 de junio de 1890. En: Martí, José (2005). “Nuestra América. Selección de Hugo Achúgar”. Caracas: Biblioteca Ayacucho. Pág. 116.

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