Los 88 puntos establecidos en la “Cumbre de Cancún” marcan un nuevo eslabón de la integración de la Patria Grande. La inclusión en la misma de gobiernos con perfiles marcados por la influencia estadounidense es una señal de que la fuerza y potencialidad del proyecto arrastra incluso a aquellos, como Alan García, Uribe o Calderón, que han intentado mantener el orden imperial en la región.
A los que planteamos (Revista Patria Grande, Conciencia de Patria (CONDEPA), Semanario El Patriota), hace solamente diez o veinte años, la necesidad de mantener en alto las banderas de la Unidad Latinoamericana, de la Integración de la Patria Grande, de enfrentar las estrategias imperialistas en nuestra región, de emprender el camino del desarrollo endógeno y la estrategia del nacionalismo defensivo hacia la liberación nacional; los seguidores del orden imperial, del pensamiento conservador y los intelectuales sometidos al neoliberalismo y los medios de comunicación al servicio de las transnacionales nos calificaban de “retrógrados”, “populistas” o “anacrónicos”.
El pensamiento único dominante, el libre mercado, la globalización, el fin de la historia, el “ciudadano universal” estuvieron en su auge y los repetidores locales hicieron una cofradía destinada a ponderar los valores liberales y los “intelectuales” al servicio del gonismo, para definir un periodo de la historia boliviana, se convirtieron en los propietarios del pensamiento dominante y hegemónico, sobre la base del entreguismo de los recursos naturales, la destrucción de todo intento autónomo de desarrollo y la persecución ideológica y política de los críticos al orden neoliberal.
Hoy día, la inicial recuperación de la dignidad latinoamericana y boliviana, a través de los gobiernos populares en varios países, de los ideales de los precursores de la independencia, como Pagador, Tupac Katari, Pedro Domingo Murillo, de los Libertadores, como Bolivar, San Martín, Artigas, Morazán, de la recuperación de los recursos estratégicos, como las nacionalizaciones y estatizaciones, se ven impulsadas por las iniciativas de integración como la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) y la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR).
Y, ahora mismo, con la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe realizada con 33 gobiernos de la región en la Rivera Maya de México, del 21 al 23 de febrero, se proyecta históricamente la formación de la Comunidad de Naciones latinoamericanas y caribeñas.
Los 88 puntos establecidos en la “Cumbre de Cancún” marcan un nuevo eslabón de la integración de la Patria Grande. La inclusión en la misma de gobiernos con perfiles marcados por la influencia estadounidense es una señal de que la fuerza y potencialidad del proyecto arrastra incluso a aquellos, como Alan García, Uribe o Calderón, que han intentado mantener el orden imperial en la región.
El punto central es, sin duda, la exclusión de de la potencia imperialista norteamericana del proyecto integrador y, deberá marcarse también claramente, la distancia de las potencias de Europa o Asia que tienen sus propios intereses, las grandes transnacionales y las ONGs.
Las iniciativas forjadas para controlar la región, desde principios del siglo XIX, con la Doctrina Monroe, primero, y después con el Panamericanismo y la OEA, todas ellas estrategias de la dominación de Estados Unidos en el continente, no eran sino la extensión de las políticas imperialistas y coloniales de la emergente potencia mundial.
Las intervenciones militares y diplomáticas norteamericanas en México, Venezuela, Guatemala, Cuba, Puerto Rico, Nicaragua, Bolivia, Chile, Brasil, República Dominicana o Haití entre otras, son la otra cara de la medalla, es decir aquella que impulsa a las intervenciones violentas y abusivas promovidas desde Washington y que aún están presentes en América latina. No son casuales el golpe de Estado realizado en Honduras, la invasión militar a Haití aprovechando el terremoto, la ampliación de las bases militares en Colombia o la movilización de la Cuarta Flota de Estados Unidos sobre aguas brasileñas.
La geopolítica mundial está obligando a los gobiernos de América Latina a acelerar este proceso, los bloques continentales (Unión Europea, China, India y Japón, Mundo Arabe, ALCA) se han convertido en los actores de la política internacional con sus propias estratégicas y las potencias imperialistas mantienen su ambición de dominio e intervención como son los casos de las Islas Malvinas, el Acuífero Guaraní, el Amazonas o la zona del Caribe, todos ellos fuente de importantes riquezas naturales.
Asimismo, corresponde afianzar la unidad en cada Estado en lugar de fomentar las autonomías y el separatismo con discursos aparentemente vanguardistas respaldados por el imperialismo, de la misma manera que se deberá potenciar la unidad entre los pueblos y gobiernos de la región, de ahí que el “nacionalismo defensivo latinoamericano”, en la dialéctica naciones opresoras-naciones oprimidas planteada por Manuel Ugarte nos hace recordar las palabras de Perón: el siglo XXI nos encontrará “unidos o dominados”.
Doscientos años después de los gritos libertarios, de la lucha por la Independencia, de la ruptura de la dominación del imperio español y europeo, que duró quince años de guerra, hoy el imperialismo, encabezado por Estados Unidos, que también ha tenido mutaciones para mantener su hegemonía, pretende quebrar los intentos integracionistas de América Latina y el Caribe que están avanzando, con sus propias contradicciones, hacia la construcción de la Patria Grande.
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