La reunificación de la sociedad salvadoreña aún está lejos. Las campañas electorales con rasgos agresivos y de violencia verbal y la jerga de la confrontación ideológica de la guerra fría, nos hacen recordar que esa deseada y necesaria reunificación de la sociedad está pendiente. Tal vez sea tiempo de pensar en serio en unos nuevos acuerdos para la paz social, la democracia y el desarrollo.
Víctor Valle / Diario CoLatino (El Salvador)
(Fotografía: en el orden usual, Fabio Castillo, Victor Valle y Shafik Handal)
Mucho se ha escrito y escribirá sobre los veinte años que han pasado desde la firma de los Acuerdos de Paz de El Salvador, el 16 de enero de 1992, en el Castillo de Chapultepec, México.
Quienes tuvimos la buena fortuna de estar en ese histórico evento y hemos acompañado las luchas por la democracia y la dignidad en El Salvador, desde hace más de 50 años, vivimos en esa ocasión momentos intensos de, por primera vez, una esperanza fundamentada sobre la posibilidad de cambiar, para bien y radicalmente, la sociedad salvadoreña.
Es oportuno decir algo sobre el significado histórico de ese 16 de enero promisorio y esperanzador. Centraré mis palabras y reflexiones en tres hechos que nos llevan a entender por qué, 20 años después del citado hecho histórico, podemos afirmar que la lucha debe continuar.
Esos hechos son:
- Una frase fecunda dicha por el Presidente Alfredo Cristiani en su discurso del 16 de enero de 1992.
- La profundas y promisorias frases dichas en esa misma ocasión por el Secretario General de Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali y,
- Los cuatro puntos contenidos en Ginebra en abril de 1990 como conceptos orientadores de una negociación que se reputa como fructífera y bastante exitosa.
Cualquier juicio valorativo que se haga sobre los Acuerdos de Paz y sus consecuencias debería pasar a través de esos tamices condensados en los tres puntos de partida mencionados.
Dijo Alfredo Cristiani: “… (L)a crisis en que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio no surgió de la nada, ni fue producto de voluntades aisladas, esta crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales.”
Y tenía razón. Por primera vez un líder de la derecha del país aceptaba una gran verdad; pero habría que ver cómo Cristiani y sus aliados conceptuaban esas antiguas y profundas raíces.
Los fenómenos sociales tienen más de una explicación. Cada quien tienen el derecho de decir su visión e interpretación. Y para mí, la profundas raíces mencionadas por el Presidente Cristiani son, entre otras muchas:
- El liderazgo despectivo hacia los de abajo desde los tiempos de la colonia y de la independencia
- El aniquilamiento de Anastasio Aquino y sus nonualcos rebeldes en 1833
- La metida a presión del cultivo de café para tener un puesto en el comercio mundial y configurar nuestra economía y nuestra sociedad
- La expropiación, en nombre de la modernidad, de las tierras comunales, en el último cuarto del siglo diez y nueve.
- La creación de cuerpos de seguridad para ejercer control social vía represión contra el pueblo a principios del siglo veinte
- El comienzo de la dictadura militar y la masacre de 1932.
- La inserción de las luchas populares y su contrario en la lógica de la guerra fría y de la confrontación ideológica y bipolar, sobre todo a partir de los 1950s.
- Las muchas oportunidades perdidas y desperdiciadas para enrrumbar al país por senderos de modernización, dignificación y libertades.
Sabemos que la negociación hacia los Acuerdos requirió paciencia de orfebre, visión clara del problema y altura de mira para transformar una realidad.
A fines de 1989 el conflicto político-militar salvadoreño llegaba a una situación de impasse: El pueblo estaba harto y agotado. La guerra fría se estaba desmontando. Las fuerzas militares y políticas estaban prácticamente empatadas.
Y la negociación rindió sus frutos intermedios y finales: acuerdo sobre los derechos humanos, presión para que el Presidente fuera más estadista que hombre de partido, la evaporación del factor militar como lo determinante, la configuración del factor no militar como la clave nueva para hacer política y un sentido de que se podía hablar para construir y de que se podía acordar un nuevo comienzo más solidario y realista.
Por eso, el 16 de enero de 1991, en el Castillo de Chapultepec, el Secretario General de Naciones Unidos, Boutros Boutros Ghali, dijo esperanzado: “La larga noche de El Salvador está llegando a su fin. (…) No es exagerado decir que en conjunto y habida cuenta de su amplitud y su alcance, estos acuerdos causarán una revolución lograda por la negociación”.
Sin duda alguna, la noche había sido larga, como se ha visto en la lista de hechos que configuraron la antesala de la guerra y, como he dicho en otras ocasiones, la siembra de vientos….
La nueva institucionalidad y los nuevos mecanismos concebidos para abordar las raíces del conflicto permitían una nota de optimismo sobre el comienzo de una revolución política:
- Un nuevo concepto de seguridad como parte de la desmilitarización del régimen político
- Un sistema electoral honrado, transparente y democrático.
- Un sistema judicial bien fundamentado desde una Corte Suprema de nuevo y tipo y un Consejo Nacional de la Judicatura remozado.
- Una oficina de defensor del pueblo
- Un conjunto de reformas constitucionales.
- Un foro concertación socio-económica para concebir nuevas formas de organizar la economía y las actividades laborales.
¿Qué ha quedado de todo eso, veinte años después?
Sin duda una transformación política donde la libertad de expresión y la de asociación están aseguradas. Ya no hay persecución del gobierno, con tortura, destierro y asesinato, contra los opositores políticos; pero hay una permanente conmoción social que deviene delincuencia y violencia. Y cómo no puede ser de otra manera si por muchos decenios el régimen político utilizó el descuartizamiento y el achicharramiento para aniquilar opositores y destiló en la cultura un acostumbramiento a la violencia que ahora se ve por todas partes.
Uno se pregunta: ¿Qué ha fallado?
Quizá para proponer algunas repuestas generales, se debe repasar el sencillo y fecundo documento que ha pasado a la historia como el Acuerdo de Ginebra, suscrito en Suiza, el 4 de abril de 1990.
El FMLN y el Gobierno de El Salvador acordaron que emprenderían una negociación final para:
- Terminar el conflicto armado por la vía política;
- Impulsar la democratización del país;
- Garantizar el irrestricto respeto a los derechos humanos;
- Reunificar a la sociedad salvadoreña.
El conflicto político militar terminó. Durante el llamado período del Cese del Enfrentamiento Armado, de enero a diciembre de 1992, no hubo una sola violación al acuerdo y las hostilidades armadas no se reanudaron.
La democratización se impulsó, aunque hay mucho todavía por hacer en una profundización de la democracia real, sobre todo para las toma de decisiones, la real representatividad y el uso del producto del trabajo de todos.
Los derechos humanos se respetan más, pero solo los derechos políticos, no los derechos económicos y sociales. Y en ese irrespeto a los derechos económicos y sociales está la fuente de los nutrientes para que la violencia delincuencial y estructural continúen.
La reunificación de la sociedad salvadoreña aún está lejos. Las campañas electorales con rasgos agresivos y de violencia verbal y la jerga de la confrontación ideológica de la guerra fría, nos hacen recordar que esa deseada y necesaria reunificación de la sociedad está pendiente.
Por todo eso, la lucha debe continuar para evitar que cunda la desesperanza y nuestro pequeño país se torne irreversiblemente irredento.
Tal vez sea tiempo de pensar en serio en unos nuevos acuerdos para la paz social, la democracia y el desarrollo.
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