En estos tiempos de poquedad y desesperanza para evidentes mayorías, no hay como disponer de una fuente gratuita para restañar y vitalizar la marcha hacia un mundo mejor, como deseó Martí: con todos y para el bien de todos. El mejor homenaje en su memoria es leerlo, acceder a su herencia. El legado está abierto, como una invitación permanente.
Salvador E. Morales Pérez* / Cubadebate
A mi hija Victoria, que también cumpleaños, como Martí, el 28 de enero.
Pocas personas tienen la previsión de suscribir testamento. El consabido documento jurídico en el cual se recogen las disposiciones post morten, que por regla general definen el reparto de bienes a su nombre. A la mayoría nos sorprende el abordaje del viaje definitivo sin el acto. Quedan ab intestato, como se dice en la jerga notarial. Provocando así muchas veces un nefasto intríngulis familiar. La imprevisión tiene lugar porque casi siempre hay poco que heredar o porque dudamos que la Parca nos pueda sorprender. Ciertamente, quienes tienen mucho patrimonio son más propensos al buen testar. El pobrerío, salvo el caso de Pito Pérez, aquel bohemio de provincia que describió José Rubén Romero, quien en el difundido testamento en los medios electrónicos, legó a los pobres, por cobardes, su desprecio, por no rebelarse; a los ricos, sedientos de oro, la mierda de su vida; y a la Humanidad, el caudal de su amargura.
Distinto es el caso y el tono de otro pobre en efectos materiales: José Julián Martí.
Cuando se examina lo que encargó Martí repartir entre sus deudos queridos fue muy poco. Porque poco siempre tuvo, casi lo imprescindible para no dar lástima. Muchos papeles, un poco de libros y unos cuadros; de su ajuar personal, trajecitos raídos de tanto uso. Lamentablemente guardaba muy poco en laoficina neoyorkina donde trabajaba. Lo más valioso de su haber estaba desperdigado en periódicos y revistas por todo el hemisferio americano. Lo que careció en el orden material le sobró en el registro intelectual. Ese tesoro tardó años en recopilarse y hacerlo llegar a los destinatarios. Todavía quedan huacas de papel donde escarbar para exhumar las últimas reliquias. Su discípulo y amigo, Gonzalo de Quesada, fue el encargado de la tremenda tarea de buscar, reunir, organizar y publicar sus obras. Herencia para todos. Para todos quienes vibrasen en la misma cuerda política y artística que había pulsado con singular novedad y energía.
El reparto del patrimonio fue lento y costoso. Casi más de 20 años tardó el proceso de reunirlo y ponerlo al alcance de sus muchos herederos. Empezó en el Washington de 1900 y siguió lentamente de capital en capital hasta 1919. Quince tomos nada bien organizados. A cuentagotas, el legado martiano fue llegando a los destinatarios. En proporción inversa, la magnitud mítica fue arraigando. Versos, dichos y hechos, de belleza, sabiduría y ejemplaridad, prendieron en el imaginario isleño y continental. Su imagen había quedado ungida por el martirio. La tentación hagiográfica hizo camino. Y se plasmó en la estatuaria. En la confrontación con la injerencia imperialista indeseada la iniciativa popular e institucional nominó plazas y calles con su nombre. Los muchos que le conocieron en Cuba, México, Venezuela, República Dominicana, fueron aportando retazos para reconstruir la vida desbordante, creadora, volcánica, emergente de aquel cuerpo enclenque de raro empuje. Con los fragmentos reunidos del aporte oral y escrito, con la recepción de sus textos fundamentales, fue conformada la levadura de rebeldía que nutrió las primeras confrontaciones con el poder imperialista naciente.
Hoy, no nos cabe duda de que legó una gran lección de patriotismo y americanismo, en el correcto sentido de amor por la tierra en que nació y por las que vivió y defendió. Nociones distantes del nacionalismo de gran potencia, con ojos exclusivos para su beneficio y preponderancia a cualquier costo. Arropadas en el concepto de que patria es humanidad. Y nuestra América, como la patria grande. Una forma de conciencia supranacional jalonada por los más preclaros y notables pensadores y próceres de nuestra cultura política: Vizcardo Guzmán, Miranda, Simón Rodríguez, Bolívar, Artigas, Hidalgo, José Cecilio del Valle, Morazán, Francisco Bilbao, Torres Caicedo, Betances, Hostos … entre los más conocidos. Martí magistralmente la sintetizó para múltiples funciones políticas y espirituales. Conciencia latinoamericanista de que nuestro lugar en el mundo debe ser un compacto poder equilibrante. Función clave para un mundo marcado por los egoísmos y ejercicios imperialistas. Imperialismos que denunció con precisión y previsión, antes de mostrar la estela de perjuicios que han ocasionado a nuestros pueblos. Cómo no va a estar ahí, la convocatoria a contraer el compromiso grande, agobiante, que nos dejó como un pendiente, cuando cayó el 19 de mayo de 1895: enfrentar con inteligencia y denuedo las asimetrías generadas por las dependencias que oprimen, explotan, empobrecen, obstruccionan y humillan. Dependencias que corroen el ejercicio de autodeterminación y soberanía y deprimen el orgullo nacional. Aun más, nos dejó: el reto moral de ponernos siempre del lado de las víctimas, de los discriminados por razones de clase, raza, etnia o género; al lado de los oprimidos, individual o colectivamente; de parte de los desvalidos; de todos aquellos seres inmersos en la abyección. Lastres a la dignificación integral que merece todo ser humano.
El gran anhelo de Martí fue el de que fuese ley el culto a la dignidad plena del hombre. No nos cabe duda de que ese anhelo no sólo se circunscribía a los cubanos. Es decir, que se sancionara como delito cualquier trasgresión que mermara la dignidad plena de un ser viviente. Y el término pleno tampoco admite dudas acerca de la magnitud del respeto que reclamaba. Hombres y mujeres señores de sus acciones, sin menoscabo de su decoro. “Yo amo con pasión – dijo en cierta ocasión – la dignidad humana”. Y ese fin superior del hombre en libertad sin acotamientos externos – sean de clase, raza, origen, género – no puede alcanzar la plenitud total sin suprimirlos radicalmente. Por ello se definió – en ejemplar ejecutoria – como un revolucionario radical. “El que trabaja por la dignidad y bienestar de todos los hombres”. Y entendía por radical, el que va a la raíz. Ahí está la encomienda mayor que ha legado para quien la desee tomar sobre su conciencia. Para quienes deseen continuar la obra inconclusa que pesa sobre los destinos de la humanidad. Mientras se abatan sobre ella las desigualdades; la subordinación inequitativa de unos a otros; mientras la pobreza y la ignorancia generen el vicio y el crimen; las exclusiones y odios de cualquier especie; la agresión y la dependencia de unos pueblos a otros; entretanto reine entre los humanos la codicia y el egoísmo en lugar de la bondad y la solidaridad.
José Martí no dejó deslumbrantes imágenes, expresiones impactantes para uso y abuso de los demagogos y oportunistas. Se identifiquen de derecha (incluso la contrarrevolucionaria activa) o de ultraizquierda. Horroriza como unos y otros han intentado para cometidos mezquinos, desvirtuar un pensamiento concebido para fines históricos precisos aunque albergue en su seno semillas de singular trascendencia. Piratería ideológica puesta de moda sin adarmes de escrúpulo. Hay que desnudarla como flagrante delito de inconsistencia.
En contraste, mientras una minoría astuta ha saqueado sin remilgos la entrabada arca de sus ideas revolucionarias, espigando hábilmente frases sueltas y descontextualizadas, a fin de apuntalar con esa reconocida autoridad moral, planteamientos ajenos y hasta contradictorios con su esencia política progresista, humanista, antimperialista, en la otra orilla del espectro sociopolítico, estamos quienes porfiamos por difundirlo literalmente, en imitar y asumir su conducta y dar continuidad a su proyecto revolucionario inconcluso. Desde luego, ajustándolo honestamente a las realidades y problemas contemporáneos. Por lo cual nos parece erróneo y denunciable, cuantas veces se tomen dolosamente sus palabras para cohonestar situaciones de las que fue indudable contradictor.
Creemos sin equívocos de ninguna especie, en la notable importancia para estos tiempos sombríos, disfrutar el libre acceso a este tesoro fenomenal, entre los tantos que pensadores de talla universal han dejado como fina herencia para nuestra alimentación moral e intelectual. En estos tiempos de poquedad y desesperanza para evidentes mayorías no hay como disponer de una fuente gratuita para restañar y vitalizar la marcha hacia un mundo mejor, como deseó Martí: con todos y para el bien de todos.
El mejor homenaje en su memoria es leerlo, acceder a su herencia. El legado está abierto, como una invitación permanente.
* Instituto de Investigaciones Históricas /Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
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