La tiranía financiera estrecha el cerco a la movilización social y coloca entre la espada y la pared a gobiernos que simplemente administran unas “democracias falseadas”, cada vez más incapaces de representar los intereses populares y de invocar, siquiera como estrategia retórica, los viejos principios emancipadores de los que dice nutrirse: igualdad, justicia social, libertad.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: la policía griega reprime a los manifestantes en las calles de Atenas)
Una fotografía de la brutal represión contra las manifestaciones populares en Grecia, del pasado fin de semana, retrata lo que ha llegado a ser la democracia liberal representativa –occidental y burguesa, para más señas- en nuestro tiempo: un ciudadano griego, expresión del pueblo-soberano opuesto a las reformas neoliberales que exige la UE para “rescatar” la economía de su país, yace en el suelo, impotente, mientras dos policías, guardianes de un orden injusto y opresor, lo agraden sin contemplaciones.
La imagen, difundida por las agencias de prensa internacionales, es la metáfora perfecta de la crisis civilizatoria y de las formas que emplea la máquina del poder planteario, y sus subsidiarias locales, para convertir a la democracia y sus instituciones en aceite para sus engranajes. Es el sacrificio que reclama el dios Mercado en sus altares.
Para los latinoamericanos, lo que hoy vive Grecia es la puesta en escena de nuestra propia historia a lo largo de la década de 1990 y una parte de los primeros años del siglo XXI: el ajuste estructural, los recortes en presupuestos públicos, las privatizaciones forzadas, el ataque contra los derechos sociales y laborales, y la violencia de Estado desplegada sin misericordia contra los ciudadanos, para resguardar los intereses de los organismos financieros internacionales, los acreedores extranjeros y los grupos de poder “nacionales”.
Sin embargo, se trata de una historia cuyo último capítulo aún no se ha escrito. Allí donde la hegemonía neoliberal persiste en su dominación, como ocurre sobre todo en el norte de nuestra América, en México y Centroamérica, específicamente, la tiranía financiera estrecha el cerco a la movilización social y las luchas por una auténtica democratización, al tiempo que coloca entre la espada y la pared a gobiernos que simplemente administran unas “democracias falseadas” cada vez más incapaces de representar los intereses populares y de invocar, siquiera como estrategia retórica, los viejos principios emancipadores de los que dice nutrirse: igualdad, justicia social, libertad.
Eso es lo que, por ejemplo, presenciamos en Costa Rica en los últimos meses: crece el descontento social y aumentan en intensidad y frecuencia las protestas contra la política económica, de salarios y empleo público (el último aumento del sector fue aprobado por medio de un decretazo del Poder Ejecutivo, y representa apenas un 3.3% del aumento que se auto-aprobaron los diputados) y en materia fiscal (un regresivo paquete de impuestos se discute en el Congreso) del gobierno “socialdemócrata” de Laura Chinchilla. La población, en general, percibe que su administración carece de rumbo. Es un malestar generalizado, que parece alcanzar niveles inéditos en los últimos cinco años (por lo menos, desde las manifestaciones contra el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos en 2007).
Y mientras tanto, la clase gobernante, incapaz de comprender las hondas raíces de las crisis capitalista y de pensar más allá de lo que el establishment global dicta como correcto, se aferra torpemente a las soluciones neoliberales. Prueba de esto es que durante la última reunión de la Internacional Socialista, celebrada en San José a mediados de enero, la presidenta Chinchilla salió a la caza de apoyo público para su antipopular reforma fiscal (el 75% de la población la rechaza) y lo encontró, nada más y nada menos, que en el exprimer ministro griego Giorgios Papandreou, uno de los responsables del colapso de la economía helénica y su rendición ante los organismos financieros internacionales.
Como si no bastara esa velada proclama de intenciones -o macabra profecía, según se quiera ver- para descubrir hasta qué punto Costa Rica está imbuida en las redes de poder de la tiranía financiera global, esta semana, justamente en víspera de la huelga de trabajadores del sector público que logró reunir a más de 25 mil personas en las calles de la capital San José, la agencia calificadora Standard & Poors emitió un nuevo informe del “riesgo país” para Costa Rica. El documento, rápidamente respaldado por la intelectualidad neoliberal y los principales medios de comunicación hegemónicos, amenaza con una baja en la calificación de la deuda costarricense –que ahuyentaría las inversiones de capital extranjero sobre las que se asienta el modelo de desarrollo neoliberal- si no se aprueban, en los próximos meses, los ajustes necesarios para reducir el déficit fiscal del país (un poco más del 5% del PIB) .
A través de este tipo de maniobras y el asedio con las bombas incendiarias del riesgo país, las agencias y organismos financieros, ayudados por los sacerdotes de la falsa religión del mercado, instalan en el debate público la claudicación ante las realidades del orden económico como dogma de fe. Grecia, Italia y España dan testimonio de la capacidad de influencia que pueden tener esos poderes sobre los sistemas políticos, los procesos de toma de decisiones y el futuro inmediato de los países objetivo.
Este es el fin último de la ideología neoliberal: acabar con el poder popular, socavar lo que quede de aliento emancipador en la democracia, e instaurar el reino de la resignación y la desesperanza en las sociedades. Es decir, democracia en las formas y procedimientos, pero plutocracia -gobierno de los ricos- en sus entrañas.
En su libro Ensayo sobre la lucidez, José Saramago, en tono de interrogación y sutil sugerencia, formuló una crítica profunda al contrato social que sostiene a esas democracias falseadas, manejadas a control remoto desde los centros del poder global. Dijo el escritor portugués: “Puede llegar el día en que nos preguntemos: ¿quién ha firmado esto por mí?”
Hay signos que sugieren que los pueblos podrían levantarse para buscar respuestas a esa pregunta de Saramago. Ya lo han hecho en América del Sur y África del Norte. Y lo insinúan en Europa y Estados Unidos. Quizás todavía no sea suficiente para llevar adelante un cambio civilizatorio, pero sí van abriendo los caminos de un futuro que, necesariamente, debe ser distinto a nuestro caótico presente.
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