No hay duda: la geopolítica mundial ha dado un giro de 180 grados en cuestión de semanas. Las réplicas de este gigantesco tsunami tan solo han comenzado.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Este fin e inicio de año ha traído grandes sorpresas, cuyo verdadero alcance se irá experimentando y sopesando a medida que avancen los días. Intentaré diseñar un esbozo a guisa de interpretación de lo que considero más relevante de los acontecimientos de que somos actualmente testigos, esbozo susceptible, como es obvio, de eventuales correcciones o esclarecimientos a medida que esos acontecimientos se vayan precipitando; cosa normal en una época, como la actual, que se caracteriza por la aceleración y radicalidad del tiempo histórico.
El primer gran evento de este fin de año lo constituye el triunfo de Trump (relativo, pues el partido contrario y su candidata ganaron la votación directa por más de 2.300.000 mil votos) pero con la ventaja de disfrutar de una amplia mayoría en las dos cámaras del Capitolio; lo cual, paradójicamente, no quiere decir que le garantice una mayoría automática, ya que no pocos de los líderes de una u otra cámara han mostrado serias y profundas divergencias con el nuevo presidente. La adhesión de la mayoría republicana a las propuestas y políticas de la Casa Blanca está lejos de ser fácil; Trump deberá contar con una oposición cerrada en algunos casos dentro de sus propias filas republicanas. Por eso deberá impulsar sus propuestas de reformas más difíciles en este año 2017, pues el 2018 será año electoral para gran parte de los miembros de las dos cámaras. Los candidatos mostrarán cada vez más una actitud independiente, sobre todo si dentro de unos meses la popularidad del Presidente tiende a la baja.
En la acera del frente, el enfrentamiento con la Administración saliente es frontal, hasta el punto de que el nuevo equipo de gobierno ya anunció que el 70% de las medidas adoptadas por Obama serán suprimidas de un plumazo apenas Trump se instale en la Casa Blanca. Por su parte, el propio Obama ha dicho de manera desafiante y sin que Hillary reaccione, que si él hubiese sido el candidato, hubiera ganado las elecciones. Fiel a su estilo notoriamente agresivo, Trump no tardó en responder.
Todo lo cual revela que la mayor potencia imperial del mundo está lejos de mostrar la mínima unidad; su dirigencia y su pueblo están profundamente divididos; y no por causas externas, sino por sus propias contradicciones internas. Ya lo advertía San Agustín aludiendo a la caída del Imperio Romano, que los imperios no caen por presiones externas, sino porque se muestran incapaces de solventar sus contradicciones domésticas.
Por eso debemos buscar las causas del evidente deterioro de la potencia imperial más grande de la historia, en su dinámica interna. El causante de esa decadencia irreversible es la crisis del capitalismo en su fase actual, el capitalismo financiero especulativo o capitalismo de casino, que se refleja en las bolsas de valores y en los mercados financieros. Esta crisis se hizo patente en el 2008 y no ha llegado a los extremos de la crisis de 1929, que provocó el auge del fascismo que desembocó en la II Guerra Mundial, porque la solidez de la economía y la habilidad política de China lo impidieron.
China mantuvo en condiciones aceptablemente sanas al comercial internacional y, con ello, al dólar como moneda de intercambio en el comercio internacional. Hoy esta situación está cambiando de manera acelerada. China acusa un desaceleramiento de su economía; ésta había logrado mostrarse impresionantemente bien gracias a su crecimiento de un 10% por más de dos décadas. Hoy ese crecimiento difícilmente podría llegar al 7%, lo cual sigue siendo enorme si lo comparamos con las raquíticas cifras de crecimiento de las economías capitalistas. Solo la India crece a un ritmo del 10% (¿hasta cuándo?). Pero el mayor desafío de China es doméstico; el creciente y amenazante desfase entre las ciudades y regiones de la costa, que se han beneficiado de este crecimiento y el interior del país es cada vez mayor; si bien China ha sacado de la pobreza a más de 100 millones de sus ciudadanos en esas dos décadas, mientras en Occidente la pobreza y la concentración del capital, con el consiguiente crecimiento las distancias entre los sectores sociales extremos, ha crecido exponencialmente. El último Congreso del Partido Comunista de China ha decidido enfocarse en resolver este problema durante el próximo quinquenio. De ahí que China trate de vender aceleradamente sus reservas en dólares, si bien éstas siguen siendo las mayores al lado de las de Japón, que también busca vender esas reservas. Esto significa que el imperio del dólar tiene sus días contados (¿la próxima década?). Todo lo cual explica la agresiva reacción de Trump hacia China. En una actitud un tanto demagógica, tanto Trump como Obama buscan un chivo expiatorio, Obama culpando de todos los males a la Rusia de Putin y Trump haciendo otro tanto con China; todo para no verse obligados a asumir la responsabilidad de ser los impotentes y más cercanos testigos de la decadencia de un imperio, al cual su pueblo les ha encomendado administrar.
Es dentro de este contexto que se da la derrota más grande que ha tenido Occidente (OTAN) en sus últimas décadas: La Batalla de Alepo, que podría incluso compararse con la derrota del Tercer Reich en Stalingrado. La Rusia postsoviética se posicionó como una potencia de primera magnitud en el panorama de la política mundial capaz de definir el destino del Mediterráneo, haciendo ver a la Unión Europea como una potencia de segunda categoría. El destino del Medio Oriente se escabulló de las manos de Occidente, por primera vez desde que Alejandro Magno aniquiló al último gran imperio del Asia Menor en la Batalla de Isis en el año 333 a.C. al derrotar al rey persa Darío III. La paz en el Medio Oriente la definen ahora las potencias ganadoras: Rusia y sus aliados, Irán y la propia Siria. Turquía asiste porque teme la consolidación de la nación kurda más que el fortalecimiento de su vecino sirio.
El derrotado inmediato es el aliado directo de Occidente en esa geoestratégica región: Israel, gobernado ahora por una coalición de sectores de extrema derecha, tanto política como religiosa. El voto del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reveló que los países del mundo habían asumido, en todas sus consecuencias geopolíticas, el fulminante triunfo ruso-iraní-sirio en la guerra de este último país. Y para no dejar dudas al respecto, Obama y Kerry señalaron sin eufemismos al gobierno israelí como el principal obstáculo para poner las bases de una paz sólida en esa conflictiva región. El triunfo de los principios del derecho internacional se impuso finalmente. Por su parte, la reacción acre de Trump tampoco se hizo esperar; da la impresión de que teme un boicot del poderoso lobby sionista en Washington, lo mismo que la solapada pero implacable reacción del capital financiero controlado por ese lobby. Pero es obvio que, tanto el gobierno israelí, como el de Trump, tendrán que apechugar con el aislamiento prácticamente total de parte de la comunidad internacional. Lo más grave y humillante para Netanyahu es que sus supuestos aliados de siempre en el Consejo de Seguridad, como Inglaterra y Nueva Zelanda, contando con el visto bueno, que no otra cosa significa la abstención, de Obama, fueron quienes redactaron el texto de condena a la política expansionista de Israel, apoyado unánimemente por los miembros del mencionado Consejo.
No hay duda: la geopolítica mundial ha dado un giro de 180 grados en cuestión de semanas. Las réplicas de este gigantesco tsunami tan solo han comenzado. Cómo repercutirán todos estos dramáticos cambios en la otra gran zona caliente de la geopolítica mundial, como es la Cuenca del Caribe, muy pronto lo sabremos con las políticas que impulsará el gobierno de Trump en el patio trasero del imperio.
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