Barack Obama prepara su
adiós. “We can”, le había dicho a su pueblo y al mundo; pero, al final, él no
pudo. El suyo será recordado como el gobierno de transición de George W. Bush a
Donald Trump. Un hilo de continuidad imperial entre la locura guerrerista y la
demencia xenófoba y fascista. ¡Vaya
honor!
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Barack Obama, en el ocaso de su mandato. |
En el ocaso de su
segundo mandato presidencial, Barack Obama ha dejado salir a la luz tres de sus
peores imágenes: la primera, la de un comandante en jefe derrotado (carga sobre
sus hombros el fracaso en Siria y la victoria pírrica en Libia, con todas sus
nefastas consecuencias) y errático frente a las nuevas realidades de la
geopolítica del mundo multipolar (la creciente influencia de las nuevas
alianzas entre Moscú y Pekín, o entre Moscú-Teherán-Ankara y Damasco,
desnudaron las conjuras de la Casa Blanca con los mercenarios y terroristas del
llamado Estado Islámico, y su escasa capacidad de maniobra en el ajedrez
global); la segunda, la de un político desesperado (la continuidad de sus
principales logros, como por ejemplo la llamada reforma sanitaria Obamacare, dependen ahora de la voluntad
de un Congreso y un Senado dominados por los republicanos), paranoico (¡la culpa es de los rusos!, grita a los
cuatro vientos) e incapaz del más elemental ejercicio de autocrítica para
reconocer las raíces profundas de la crisis institucional, política,
socioeconómica y cultural que vive la sociedad estadounidense (algo que la
reciente campaña electoral retrató en toda su magnitud); y finalmente, la
tercera, es la imagen de un emperador triste y demacrado, que quiso reflotar al
imperio decadente con la retórica del cambio
y el poder inteligente, pero que, en la antesala de su relevo, más parece
el conductor de un cortejo fúnebre que un estadista triunfante.
En sus relaciones con
América Latina, el balance de ocho años de presidencia de Barack Obama confirma
lo que ya habíamos escrito hace algún tiempo, y que vale recordar ahora: más
allá del enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y el nuevo
capítulo diplomático abierto entre ambas naciones, Washington alentó la
restauración neoliberal por medio de la radicalización de sus acciones contra
los gobiernos progresistas y nacional-populares, especialmente los de
Venezuela, Argentina y Brasil, entendiendo que allí estaba el nodo de la nueva
integración regional y de los nuevos equilibrios de fuerzas alcanzados en los
primeros 15 años del siglo XXI. Y por supuesto, teniendo en la mira los
apetecidos recursos energéticos y de biodiversidad de nuestra región. Maniobras
de guerra económica y mediática, de conflictos institucionales entre los
poderes republicanos y golpes de Estado de nuevo patrón en Honduras, Paraguay y
Brasil, aunado al asedio diplomático permanente, caracterizaron la impúdica
concertación entre el imperialismo y la derecha criolla, para “doblar brazos” a
gobiernos centro y suramericanos, y colocar en el poder a figuras sumisas que
facilitaran el restablecimiento de la dominación. ¡Todo un ejemplo de
democracia made in USA!
Y si de México y
Centroamérica se trata, basta con decir que el presidente Obama se ganó con
creces el título de deportador en jefe,
con el que activistas y comunidades hispanas en los Estados Unidos pretenden
señalar la doble moral del todavía ocupante de la Casa Blanca, y de la política
imperial migratoria contra ciudadanos centroamericanos y mexicanos. De acuerdo
con datos oficiales de la Oficina de Inmigración y Aduanas, del año 2009 al mes
de julio de 2016, fueron deportados 2,8 millones de personas, en condición de
indocumentados. En 30 años, nadie deportó más migrantes que el Premio Nobel de
la Paz: ni Reagan, los Bush –padre e hijo-, ni Clinton. Y cada vez son más los deportados, porque
cada vez son más los hombres, mujeres y niños lanzados al exilio económico:
fenómeno que tiene una relación directamente proporcional con el fracaso del
modelo neoliberal impuesto por el Consenso de Washington a México y los países
centroamericanos, desde la década de 1980, y que concentra la riqueza en una
élite privilegiada, multiplica la pobreza y ensancha la brecha de la
desigualdad social.
Barack Obama prepara su
adiós. We can, le había dicho a su
pueblo y al mundo; pero, al final, él no pudo. El suyo será recordado como el
gobierno de transición de George W. Bush a Donald Trump. Un hilo de continuidad
imperial entre la locura guerrerista y la demencia xenófoba y fascista. ¡Vaya honor!
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