Hoy, el mayor reto intelectual y cultural que hoy encara Panamá consiste en repensar el tránsito y su organización, una tarea imposible de concebir en el marco de la cultura dominante. Ese reto no opera en el vacío, sino en la necesidad de dar forma y voz a las transformaciones que luchan por abrirse paso en la conciencia nacional.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para José de Jesús Martínez, Chuchú,
Que camina con nosotros.
El futuro de Panamá – y las opciones para un Panamá futuro – están directamente asociados a la comprensión del transitisimo como estructura ha cumplido y cumple funciones de servicio a la circulación de capitales, mercancías y personas en el mercado mundial. Desde su organización por la monarquía española, además, el transitismo concentra en una sola ruta interoceánica esa funciones, y garantiza el control de sus beneficios por quienes controlan esa ruta.
Esa forma de organización del tránsito ha generado un desarrollo desigual y combinado del Istmo. Desigual, porque concentra en la región interoceánica los beneficios del tránsito: allí, en menos del 10% del territorio del país, se genera más del 80% de la riqueza que cada año producen los trabajadores de lo que ha venida a ser en el siglo XXI la Plataforma de Servicios Globales de Panamá. Combinado, porque esa Plataforma utiliza los recursos del resto del país como subsidio para sus actividades, y subordina a sus propios intereses y necesidades el potencial de desarrollo de las otras regiones del Istmo.
La contradicción entre la resistencia a la transformación de quienes controlan el transitismo y la demanda de una transformación por parte de quienes llevan la carga de su carácter desigual y combinado se expresa en la crisis de gobernabilidad que se ha venido forjando en el país de 1999 a nuestros días. Esa crisis se expresa en un crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una degradación ambiental constante, y una creciente desintegración institucional, que se expresa en el colapso de los servicios públicos y la impunidad como forma de relación de los administradores de los bienes públicos con el Estado y la sociedad. Y esos factores internos, a su vez, determinan las modalidades del impacto de la crisis global en la vida interna del país.
Hoy, el mayor reto intelectual y cultural que hoy encara Panamá consiste en repensar el tránsito y su organización, una tarea imposible de concebir en el marco de la cultura dominante. Ese reto no opera en el vacío, sino en la necesidad de dar forma y voz a las transformaciones que luchan por abrirse paso en la conciencia nacional. Así, por ejemplo, desde hace 30 años se viene incrementando el número de vías interoceánicas alternativas, cuyo desarrollo podría beneficiar a regiones hasta ahora marginadas. Ese desarrollo es temido y obstaculizado por los sectores de la vida nacional que históricamente se han beneficiado del transitismo, en particular aquellos vinculados a la banca, el comercio y la renta inmobiliaria, que constituyen el núcleo tradicional de lo que Hernán Porras llamó en su momento “el grupo capitalino blanco”.
En esta perspectiva, cabe decir que a partir de la integración del Canal a nuestra economía interna gracias al Tratado Torrijos Carter de 1979-1999, y de esa economía al mercado global en el siglo XXI, el desarrollo de estas contradicciones internas se acerca a un punto en el que el transitismo conspira contra el tránsito. Con esto, a su vez, el país se acerca a una circunstancia en la cual, de no ser resueltas, esas contradicciones terminarán por generar conflictos regionales que podrían afectar la estabilidad política del país en el mediano plazo, y aun la viabilidad económica del tránsito.
No fue en balde que el Presidente Ernesto Pérez Balladares (1994-1999) advirtiera a fines de su gestión que el Panamá tendría que escoger “entre desarrollar el país o subdesarrollar el Canal.” El hecho mismo de que la hegemonía cultural del transitismo no permitiera – ni entonces ni ahora – comprender el sentido profundo de esa advertencia, confirma que esa hegemonía ha entrado en crisis.
En el moderno sistema mundial solo cabe concebir un conflicto entre el Pro Mundi y el Pro Domo beneficio en la cultura forjada al calor del protectorado impuesto a Panamá por los Estados Unidos tras apoyar nuestra separación de Colombia en 1903, y renovado en los hechos – así fuera con disimulo mayor – tras el golpe de Estado con que sus fuerzas armadas resolvieran para su ventaja y beneficio la grave crisis política provocada por el militarismo panameño en la década de 1980. Hoy, un Pro Domo et Mundi Beneficio es perfectamente imaginable si se tiene la capacidad de pensar fuera del cepo mental transitista.
Ese cepo venía siendo resquebrajado por el ascenso de las luchas populares y de sus reivindicaciones a lo largo de los últimos quice años, que hoy encuentran voces – aun sin proyecto – en el relevo generacional que ya está en curso en nuestra vida cultural y política. Gratas nuevas para la generación de quienes éramos niños cuando ocurrió el alzamiento anticolonial de enero de 1964; llegamos demasiado jóvenes a la lucha de liberación nacional de 1972 – 1977, y desde 1990 sufrimos todo el peso de la política cultural del pensamiento único neoliberal que hoy se diluye entre plegarias a ideólogos cuyas trompetas pudieron parecer de oro ayer, y se revelan hoy de indudable latón, cuando todo lo que habían proclamado como sólido se disuelve en el aire. Hoy podemos decir que nuestra generación
se parece a los judíos que Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los hombres que estén a la altura del nuevo mundo.[1]
El viento del mundo, como lo llamara Aníbal Ponce, sopla aquí también cargado de futuro. De nosotros depende, dependerá cada vez más, lo que ese futuro nos depare.
Panamá, 7 de junio de 2020
[1] Marx, Carlos: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/index.htm
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