En todo momento demostraba Norberto Padilla consideración y deferencia hacia el prójimo, sustentando sus buenas maneras, su caballeresca urbanidad de cuño provinciano, en fin su “suaviter in modo”, en profundos y acendrados principios éticos de humanismo y humanitarismo y sobre todo en la enseñanza evangélica que le dictaba atender a la dignidad de cada semejante hecho a imagen y semejanza del Creador.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina
El doctor Norberto Padilla. |
Sucede que en todo momento demostraba Norberto Padilla consideración y deferencia hacia el prójimo, sustentando sus buenas maneras, su caballeresca urbanidad de cuño provinciano, en fin su “suaviter in modo”, en profundos y acendrados principios éticos de humanismo y humanitarismo y sobre todo en la enseñanza evangélica que le dictaba atender a la dignidad de cada semejante hecho a imagen y semejanza del Creador. En tiempos de preeminencia del valor útil por sobre el valor moral, aquel que es conveniente a la naturaleza racional del ser humano, Padilla, sabedor de que el bien y la belleza se dan la mano y tan generoso y solidario en el plano de las relaciones interpersonales como impulsor de grandes causas patrióticas y religiosas, se nutrió con los bienes del espíritu y amó la música clásica y la buena literatura sin caer en el esteticismo ni refugiarse en ninguna torre de marfil. Así como investigó con vocación científica temas genealógicos y heráldicos, lejos de toda subalterna vanidad de prestigio social que por cierto poseía en grado sumo. Hace un par de años encontré por casualidad algunas cartas dirigidas a Carlos Gregorio Romero Sosa en marzo 1961, es decir cuando tenía apenas diecisiete años ya que había nacido en febrero de 1944. Contenían información sobre la familia tucumana Gallo de su estirpe y solicitaban otros datos sobre el particular. Le envié copia de esa correspondencia por correo electrónico y me respondió entre otros conceptos: “Impresionante, la verdad que bastante bien la carta.,....y qué bien gente como tu padre y Jorge de Durañona y Vedia., que atendían y respondían a las inquietudes de los jóvenes.”
En tanto los fundamentalistas de cualquier signo monologan sus consignas guerreras, él fue quizá el más notorio de los laicos de las últimas décadas jugados por el diálogo ecuménico, el interreligioso y en el caso del entablado con el judaísmo, debe haber celebrado la conclusión de Benedicto XVI en el sentido que el entablado entre los católicos y el pueblo elegido es más una interlocución intrarreligiosa que interreligiosa. Católico practicante y fundador con su esposa, la teóloga y catequista Gloria Williams de un hogar ejemplar, ajeno a todo relativismo creyó en la verdad única pero desanduvo la soberbia intelectual de quienes pretenden tenerla e imponerla. “El Estado no puede ser juez de las creencias de la gente”, manifestó en el año 2000 siendo Secretario de Culto, cuando se cuestionaba la proliferación de movimientos vinculados al “New Age”.
Ocupó primero la Subsecretaría de Culto de la Cancillería y luego, durante el gobierno de su amigo Fernando de la Rúa, fue secretario del área. Era el hombre para el cargo y así lo entendieron a su hora las autoridades de diversas confesiones religiosas que celebraron su nombramiento. No le habrá resultado pequeño el desafío, antes había prestigiado la función en dos oportunidades el doctor Ángel Centeno, del que fue asesor y con quien mantuvo fuertes vínculos amistosos en comunidad de ideales cristianos y republicanos. Y hubo antes y después de Padilla otros nombres para recordar a la cabeza de ese organismo, como Ramiro de La Fuente que como publicista escribió sobre las instituciones del patronato y el concordato con la Santa Sede y hoy, de sonar su nombre, será más como el del director del Ente de Calificación Cinematográfica creado por el onganiato; o Carlos Palmero designado por Raúl Alfonsín; o el poeta Ricardo Adúriz y, hasta su renuncia en 1998, el embajador Santiago de Estada con el presidente Mauricio Macri.
Cabe hacer mención que la Secretaría de Culto durante el gobierno del doctor Carlos Saúl Menem fue trasladada, encabezada por el dirigente católico santiagueño Juan José Ramón Laprovitta, al ámbito de la Presidencia de la Nación. Y que precisamente con Norberto Padilla volvió al Ministerio de Relaciones Exteriores según lo prescribía desde 1898 la ley de ministerios número 3727, como lo subrayó en un artículo publicado en La Nación el 7 de diciembre de 1999 el notorio periodista Jorge Rouillon.
Pocos dominaron como Padilla la historia de los vínculos entre la Iglesia Católica y el Estado Argentino y ello queda demostrado en publicaciones como “Relación Iglesia-Estado: la experiencia argentina”; “El derecho de la libertad de cultos. Constitución Argentina. Análisis doctrinal y jurisprudencial” en 2009; “La crisis del patronato”, trabajo que en 2015 publicó la Academia Nacional de la Historia y en su conferencia de incorporación como miembro de número a la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas –donde su padre: Alberto G. Padilla, ocupó el sitial de Félix Frías- pronunciada en sesión pública del 10 de julio de 2019, sobre “Libertad Religiosa y Estado Confesional”.
****
No hay comentarios:
Publicar un comentario