sábado, 27 de junio de 2020

John Bolton: memorias de un gánster

En medio de controversias jurídicas y mucho revuelo mediático -quizás más llamativo que el contenido de la obra- finalmente se publicó el libro The Room Where it Happened (La habitación donde sucedió), de John Bolton, exconsejero de seguridad nacional de la administración de Donald Trump, en el que presenta una versión presuntuosa y sobredimensionada de su breve paso por la Casa Blanca entre 2018 y 2019. 


Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica


Avivado por el clima electoral que impera en los Estados Unidos, y por el morbo que alimentaron algunos medios de comunicación, el texto está plagado de aseveraciones sin fundamento, juicios de valor sobre la debilidad, el temor en la toma de decisiones y la falta de liderazgo del presidente Trump; pero, sobre todo, se trata de un ejercicio desmesurado de reforzamiento de la imagen y las habilidades políticas -y conspirativas- del autor, para ayudar a que prevalezcan los intereses estadounidenses en el mundo libre. Vemos, pues, al halcón que despliega sus alas en un intento de intimidar a su presa, presumiendo su ausencia de escrúpulos: extraño rasgo de su personalidad, por el que alguna vez el analista mexicano Alfredo Jalife definió a Bolton como “el diplomático más peligroso del mundo”.  

En este sentido, el libro de Bolton bien podría calificarse como las memorias de un gánster que se pavonea de su prontuario criminal (son conocidos sus antecedentes que lo vinculan con crímenes de guerra y el terrorismo internacional) y sus andanzas por distintos puntos candentes de la geopolítica global. Consecuente con su anticomunismo enfermizo, su pasión por las soluciones de fuerza y su vindicación permanente de la Doctrina Monroe -y tras ella, de la ideología del supremacismo estadounidense-, el exasesor dedica un capítulo de la obra para analizar sus actuaciones en Venezuela: allí, con cinismo y desvergüenza, reconstruye los acontecimientos conspirativos que desplegó entre enero y mayo de 2019 para derrocar al gobierno de Nicolás Maduro, evitar cualquier intento de negociación política entre oficialismo y oposición, imponer un presidente títere -el desconocido Juan Guaidó- en el que Washington nunca depositó grandes expectativas, sacar a China y Rusia del negocio petrolero y de la zona de influencia norteamericana en la región y, en definitiva, para apoderarse de la nación suramericana a la que Trump considera “parte de los Estados Unidos”.

 

Las páginas que Bolton dedica a Venezuela dan cuenta de la forma en que la élite estadounidense desprecia la democracia y, al mismo tiempo, instrumentaliza el discurso de su defensa y promoción en América Latina, con la complicidad vasalla de los gobiernos y cancillerías alineadas en el Grupo de Lima, como un arma de la lucha política por la hegemonía. Figuras como el vicepresidente Mike Pence; el secretario de Estado, Mike Pompeo; el senador Marco Rubio, el congresista Mario Díaz-Balart o el director del Consejo de Seguridad Nacional, Mauricio Claver-Carone; o los mandatarios de Colombia, Brasil, Chile, Panamá y Paraguay, quedan retratados como una camarilla de matones y delincuentes dispuestos a extorsionar, manipular y a pasar por encima de la ley y el derecho internacional para alcanzar sus oscuros objetivos. Personajes que lucirían mejor en una novela de Mario Puzo o en una película de Martin Scorsese, que ocupando un cargo en la función pública.


En un comentario publicado en The New York Times, el analista Michael Shifter sostiene que Estados Unidos realizó un manejo desastroso de la situación política en Venezuela, y lo atribuye a “una mezcla de falta de conocimiento, incompetencia y frivolidad” de la actual administración, y en particular, a la colisión de dos torpezas: “la de Trump y la de Bolton”. “Tanto el presidente como su antiguo asesor”, explica Shifter, “creen que su país controla América Latina; uno por ignorancia, el otro por su deseo de revivir la Doctrina Monroe”. Si los delirios y fantasías de Trump y Bolton insultan el sentido común y enrojecen a la intelectualidad estadounidense, entre nosotros, pueblos latinoamericanos y caribeños, deberían despertar la más profunda indignación: por un lado, por el desprecio sistemático a la dignidad, la soberanía y el derecho a la autodeterminación que no se cansa de mostrar el imperialismo en sus relaciones con las naciones de nuestra América; y por el otro, por el odioso servilismo con que nuestra clase política sigue empeñada en forjar sus alianzas con Washington. Sietemesinos, al decir de José Martí, a los que les falta valor y no tienen fe en su tierra.

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