Los Bicentenarios pandémicos son el telón de fondo de una sociedad que intenta prepararse para salir del pozo profundo que, los poderosos de tierra –esa minoría caprichosa, díscola e impune– intentan eliminar la esperanza de la faz de la tierra, cosa totalmente imposible.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
En ese contexto Buenos Aires advierte una serie de beneficios de los que disfrutaría durante el siglo XIX. Durante la gobernación de Martín Rodríguez, se produjeron una serie de reformas que le permitieron mejorar la administración, como concentrar el puerto y la aduana, para bronca y miseria de los trece ranchos con que Mitre identificaba a las provincias del interior. El padre de los cambios fue Bernardino Rivadavia, autor del primer empréstito a la Baring Brothers, también se le debe la creación de esta prestigiosa casa de altos estudios, de la que salieron cinco premios Nobel argentinos y dieciséis presidentes se graduaron en sus aulas.
Juan Bautista Alberdi y Faustino Sarmiento, eran unos niños de 10 años cuando se creó la Universidad. Ambos provincianos. El primero nacido en Tucumán y, el maestro de América, en San Juan; los dos férreos enemigos del oscurantismo monárquico y clerical, impusieron sus ideas en el proyecto de país establecido en la Constitución de 1853. Alberdi con sus Bases, había leído a Kant y Rousseau y, viendo la extensión del país expuso su tesis: gobernar es poblar.
En tanto el sanjuanino, ferviente admirador de la revolución norteamericana, a los 34 años había fundado varias escuelas en Chile y Argentina y un periódico que lanzaba llamas contra el gobierno central y sobre todo, sobre las masas gauchas e indígenas a las que llamaba la barbarie. En 1845, exiliado en Chile por el gobierno de Juan Manuel de Rosas, partió hacia España con el encargo del ministro chileno de Instrucción de estudiar los sistemas educativos de distintos países europeos.
Las ciudades de Europa lo decepcionaron: “He visto sus millones de campesinos, proletarios y artesanos viles, degradados, indignos de ser contados entre los hombres, la costra de mugre que cubre sus cuerpos, sus harapos y andrajos de que visten…” (Viajes por Europa, África y América 1845-1847)[1].
Quien se quejaba de la barbarie, luego derramaría toda su barbarie contra el gaucho: aplaude la muerte del Chacho Peñaloza, caudillo riojano y su cabeza expuesta en una pica en la plaza de Olta y humilla a doña Victoria Romero, su viuda, felicita el exterminio de los indios en la expansión de la frontera agropecuaria que encabeza el General Julio A. Roca, el futuro presidente. Sin embargo éste, una vez que ha pacificado el país, impone la ley 1420 contra viento y marea (el ala clerical), de educación obligatoria y laica, germen remoto de la maravillosa escuela pública, cuya movilidad social sigue siendo parte de la identidad nacional hasta nuestros días.
Justificamos nuestros actos presentes originados en un pasado remoto. Su actualidad es consecuencia de aquellas acciones encadenadas que algunos denominan, la lanza del tiempo.
La UBA nacida al calor de las demandas vecinales que se remontaban a los tiempos de la Colonia; la nueva casa de estudios se forjó con el destino de modernizar la enseñanza universitaria y amoldarla a los saberes prácticos que la provincia-puerto requería. En los 200 años transcurridos desde esa idea formadora a la actualidad, la UBA transitó mares tranquilos y prósperos, encaró climas amenazantes e incluso salió del ojo de la tormenta dictatorial durante los sangrientos años setenta.
Hoy es la nave insignia de las universidades del país y un emblema mundial en educación pública y gratuita de calidad.
En Buenos Aires existía una tradición de instituciones anacrónicas de enseñanza superior. Estaban las escuelas que había creado Manuel Belgrano en el ámbito del Consulado; una Academia de Jurisprudencia, que se creó en Buenos Aires durante la primera década revolucionaria; y el Protomedicato que era una institución dedicada a ciudar la salud de la población y la formación de los primeros médicos.
Estas instituciones estaban destinadas a resolver los problemas concretos de la comunidad de Buenos Aires. La Universidad se crea sobre la base de esa tradición precedente, rica a la hora de plantear la creación de la UBA, en 1821.
Tanto la Universidad Nacional de Córdoba como la de Buenos Aires fueron muy afectadas por las guerras civiles que se sucedieron hasta mediados del siglo XIX. Situación que es superada con la pacificación del país.
En 1860 se crea el Departamento de Ciencias Exactas, en la década de 1860, y la gestión que lleva adelante Juan María Gutiérrez, de la que salen científicos e ingenieros.
Siendo presidente Bartolomé Mitre, crea el Colegio Nacional en 1863 con su flamante edificio en la manzana de las luces, el que luego formará parte de la UBA como la Escuela de Comercio, creada por Carlos Pellegrini después de la revolución del Parque. Allí las maestras norteamericanas traídas por Sarmiento, se niegan a que sus escuelas sean hospitales para los heridos del conflicto. Su lucha heroica es tan demencial como su mentor.
Sin embargo, un año clave es su nacionalización en 1880 y, en el siguiente, la modernización a través de la aparición de nuevas leyes educativas. El tercero tiene que ver con la primera ley universitaria nacional, conocida con el nombre de Ley Avellaneda, y que permite una nueva reorganización estatutaria. Digamos que la estructura que conocemos nosotros en la actualidad es en realidad el resultado de estos procesos que se dan en la década de 1880.
Cuando uno mira las discusiones académicas, los diarios y las revistas culturales de la época lo que encuentra es una cierta insatisfacción con las características del modelo universitario.
La creación de la Facultad de Filosofía y Letras, en 1896, responde a esos nuevos desafíos. En paralelo a esto se da la aparición de un movimiento estudiantil que empieza a tomar forma y a definir sus reivindicaciones de carácter gremial. La primera reforma de los estatutos es de 1906. Años más tarde vendrá la Reforma de 1918, que incluía la participación estudiantil en la elección del gobierno universitario, se recibieron de una manera menos conflictiva de lo que había sucedido en Córdoba.
Cuando el peronismo llega al poder, lo hace con la oposición de gran parte de la comunidad universitaria. La contradicción entre libros y alpargatas refleja es ese conflicto cultural de mediados de los años cuarenta. Lo que también hay que tener en cuenta es que el inicio de una cultura universitaria de masas en la Argentina se da en esos años.
Había cerca de 45 mil estudiantes universitarios en 1946-1947 y 150 mil en 1955 cuando cae el gobierno de Perón como producto del golpe de Estado. Acá hay que destacar algunas cosas importantes: la primera es la gratuidad. Hasta ese entonces, la Universidad era pública pero arancelada. También hay que destacar la mejora de las condiciones de vida de la población, que le permiten a muchos padres no tener que enviar a sus hijos a trabajar en condiciones tempranas, sino mantenerlos para que terminen el secundario primero y se inserten posteriormente en el ámbito universitario. Voto femenino con Perón, ingresan mujeres a la Universidad.
El cambio de mentalidad por parte de las clases medias, que conforman los estudiantes, con respecto al peronismo, lo vamos a encontrar a fines de los años sesenta y principio de los años setenta.
La Universidad se transforma en el periodo 1955-1966. Sin embargo, todos estos cambios suceden dentro de la Guerra Fría y la Doctrina de la Seguridad Nacional. En el marco de esas doctrinas, las Fuerzas Armadas interpretan que la Universidad es el lugar en el que se asienta el enemigo interno.
Un mes después del golpe de Estado de 1966, el gobierno de Onganía decide la intervención de las universidades. En la UBA, ese proceso es particularmente traumático, atroz, el día que se conoce como “La noche de los bastones largos”.
La dictadura de 1976 es muy distinta. Su principal objetivo es reducir el número de estudiantes, y lo hace, por ejemplo, con el cierre completo de la Universidad Nacional de Luján.
La Universidad de Buenos Aires ha tenido un papel central en el proceso de ampliación de la matricula facultativa. Argentina tiene cerca de 57 universidades públicas, un número un poco mayor de universidades privadas, pero la UBA tiene casi 300 mil estudiantes. El peso que ha tenido la UBA en la reconstrucción de la Universidad con la vuelta de la democracia ha sido absolutamente fundamental: es el actor principal del sistema.
Benito Pérez Galdós escribe Los episodios nacionales, son 40 episodios a partir de Trafalgar, en 1806; son grandes novelas a partir de los personajes anónimos y humildes del pueblo que hacen a la historia con mayúscula, fuente inagotable de la escritora madrileña Almudena Grandes que ha elaborado Episodios de una guerra interminable a partir de la dictadura franquista.
De alguna manera, el Facundo, escrito por Sarmiento sin conocer la Pampa húmeda, es una ficción maestra de la literatura argentina que, insisto, de alguna manera, hermana la visión galdosiana, cosa que no realiza el Martín Fierro de José Hernández que, de rebelde pasa a asimilarse al estado nacional en la Vuelta. Facundo es indómito, rebelde como su autor, como diría Borges del peronismo, incorregible.
Por esos años, Conte uno de los padres de la sociología y el positivismo – a mediados del siglo XIX dice, tirando de la piola, que el ojo humano no puede verse a sí mismo. Es interesante esta definición, porque Comte entiende que si el ojo humano no puede verse a sí mismo, la función del ojo, esto es, la del investigador científico, es la de objetivar aquella realidad que ve. Pero aquello que está en el interior del investigador como parte de una realidad social dada, no existe. Es decir, el investigador es un elemento ajeno a aquello que está investigando y por lo tanto, esa ajenidad le permite llegar a un plano que de otra manera sería imposible. Comte dice, repito, “el ojo no puede verse a sí mismo”, pero de esta manera clausura de ahí en adelante un concepto de objetividad que solo va a ser discutido nuevamente a partir del compromiso militante que deben asumir los científicos sociales en esta parte del mundo, donde todo está por realizarse.
La Universidad nos interpela en sus 200 años, nos pone de manifiesto todas las contradicciones de país emergente y en emergencia por una pandemia, crisis de crisis.
Vivir la emergencia emocional del encierro prolongado nos lleva a realizar lecturas que nos leen y reflejan en toda nuestra trastornada psicología. Bajo las turbias aguas, nada es claro ¿importa?
En julio de 1816 se embarcan desde Río de Janeiro rumbo a España María Isabel y María Francisca, las hijas de Carlota Joaquina y Juan de Braganza, rey de Portugal. Van a cruzar el Atlántico en un viaje de dos meses para casarse con sus tíos, hermanos de su madre, Fernando VII, rey de España y Carlos María de Borbón, hijo del rey Carlos IV.
Napoleón Bonaparte ha sido derrotado y Fernando VII se ha liberado de su cautiverio, ha llegado el momento de restaurar el antiguo régimen, junto con la corona de España, pretende recuperar sus posesiones americanas, insurrectas desde 1810. “En Viena, el absolutismo en pleno, se propone recomponer el mundo. Una enorme flota espera en el puerto de Cádiz para zarpar al Río de la Plata a sofocar la revolución. En Buenos Aires los gobernantes temen, especulan, negocian, combaten a los disidentes, intentan conciliar con ellos, que a su vez calculan, apuestan, escuchan, transigen, se niegan. Y del lado de la contrarrevolución se promete, se desconfía, se amenaza desde Madrid a Río, a Montevideo, a Buenos Aires, al campamento de José de Artigas de Purificación. Hasta que un día la enorme flota llega, pero no al Río de la Plata, donde todavía se la aguarda o se la teme, sino a Venezuela, porque las instrucciones secretas de Fernando VII han obligado a cambiar el rumbo en alta mar.”Narrada en presente por la historiadora Marcela Ternavasio, expone ese período revolucionario en su reciente libro, Los juegos de la política. (Edit. Penguin Random House, Buenos Aires, 2021).
La gesta libertadora de San Martín y Bolívar, aseguran con Junín y Ayacucho la expulsión de los realistas del sur del continente, algo que las hermanas Braganza no sabían aquel mes de julio de 1816, cuando el Congreso de Tucumán declaraba la Independencia de las Provincias Unidas del Sud.
Los Bicentenarios pandémicos son el telón de fondo de una sociedad que intenta prepararse para salir del pozo profundo que, los poderosos de tierra –esa minoría caprichosa, díscola e impune– intentan eliminar la esperanza de la faz de la tierra, cosa totalmente imposible. ¿No les parece?
[1] Laura Ramos, Las señoritas. Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX, Edit. Lumen, Buenos Aires, 2021, p.13
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