Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Es probable que en este nuevo escenario que se pueda abrir se modifiquen relaciones de poder entre las grandes potencias. En este momento todo indica que Estados Unidos está perdiendo -bastante aceleradamente- su papel de centro hegemónico global. Con un producto bruto de más del 50% de la economía planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, ahora aporta solo un 18%. El hiperconsumo desenfrenado y su voraz avidez le han pasado factura: su moneda, anteriormente sostenida a punto de invasiones militares, hoy día va perdiendo valor. La República Popular China lo está destronando como potencia económica y científico-tecnológica. En el plano puramente militar, Rusia lo ha dejado atrás, tomándole varios años de delantera en el desarrollo de armas estratégicas (misilística hipersónica). Todo eso, de todos modos, no necesariamente es una buena noticia para el campo popular. Está abierto el debate sobre el actual modelo de “socialismo de mercado” impulsado por China; en principio, sin embargo, ese no es el espejo donde puede mirarse la clase trabajadora internacional y los empobrecidos pueblos del mundo. ¿Post pandemia con una China hegemónica y dominante en tecnología 5G? (y 6G ya en camino).
Trabajar por un mundo post pandemia donde “quepamos todos”, tal como se ha dicho, es algo que va más allá de la crisis sanitaria. ¿Solo una enfermedad esparcida globalmente nos puede movilizar en tal sentido? Suena raro. Quizá ante el trauma de un evento con algo de catastrófico por lo ahora vivido (en muy buena medida, exagerado convenientemente por los medios comerciales de comunicación), puedan surgir estas aspiraciones “bondadosas”, de llamados a un nuevo modo de relacionamiento, de “sentirnos hermanos todos”, como pide el Vaticano con la reciente invocación del Papa Francisco “Fratelli tutti” (Hermanos todos). Siendo crudamente realistas todo indica que quienes marcan el rumbo no son precisamente los “trabajadores asalariados” sino sus jefes: “Hay mucha gente que ya le encontró el gusto por trabajar desde la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas”, dijo Franco Uccelli, alto directivo del JPMorgan Chase & Co, uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de esos que sí, efectivamente, marcan lo que es “normal”. Seguramente por allí va a ir esta “nueva normalidad”.
De ningún modo podemos aceptar la actual normalidad donde mueren diariamente 24,000 personas por hambre o por causas ligadas a la desnutrición mientras sobra comida en el mundo. Pero la supuesta “nueva normalidad” no augura nada nuevo en verdad. Más allá de buenas intenciones, queda por verse cómo lograr efectivamente ese cambio. ¿Es un acto de corazón? ¿Se “abuenarán” los “malos” que nos matan de hambre? Obviamente no se trata de bondades o maldades en juego: son luchas de clases, relaciones sociales trans-individuales. Todo indica que lo dicho por este funcionario de uno de los bancos más poderosos del mundo marca la “nueva normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento no parece favorecer a las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no cabe? Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir para dar saltos en la historia; o también, como pareciera perfilarse de momento, para controlarnos más y mejor.
Según la UNESCO, órgano especializado del Sistema de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, lo que vendrá cuando se haya aplanado completamente la curva epidemiológica del COVID-19 (la de los muertos por inanición no se aplana nunca, ¡no olvidarlo!), invita “a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que hemos aceptado lo inaceptable durante demasiado tiempo. Nuestra realidad anterior ya no puede ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”.
Pero, ¿la “hemos aceptado”, o se nos ha impuesto? Luego de la pandemia de coronavirus viene la vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de esas megaempresas que se ha beneficiado exponencialmente con los encierros causados por la pandemia, es uno de los más grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su ahora ex cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de tanta bondad?
Va quedando claro que el principal perjudicado con esta crisis sanitaria global es la gran masa trabajadora de todos los países. La oligarquía internacional que maneja el mundo capitalista -que no tiene nacionalidad, en definitiva: “El capital no tiene patria” decía Marx- puede hoy hacer algunas mínimas concesiones para que no estalle la olla de presión. De esa cuenta, ha comenzado a hablar de la posibilidad de establecer una renta básica universal. Probablemente el “Gran Reinicio” del que se habla, por ejemplo en el Foro de Davos, consista en un intento de reingeniería social a escala planetaria para seguir manteniendo inalterables sus privilegios. En esa lógica, con planes neoliberales que no terminan -¿quién dijo que el neoliberalismo está acabado?- los Estados van quedando crecientemente debilitados, siendo reemplazados por el asistencialismo de mecenas (fundaciones como la de Bill Gates, o Soros, o cualquiera por el estilo), o por ese engendro impresentable llamado “cooperación internacional”. La cada vez mayor precarización en las condiciones laborales constituye un mecanismo para aumentar las tasas de ganancia del capital, fragmentando la organización, y por tanto las luchas populares. El proceso de “oenegización” hoy día tan extendido, no es sino una forma de seguir implementando el “divide y reinarás”.
La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a esas tecnologías. Llama la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es un gran evasor fiscal como se ha denunciado y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. No mucho tiempo atrás, el fundador de Microsoft advertía al mundo que la gran amenaza global en este momento no era la guerra nuclear sino las pandemias. “Microbios y no misiles” indicaba. Quizá deba incluirse también en los negocios de futuro, de esos que no decrecen con la pandemia (como parece estar sucediendo con el petróleo, por ejemplo) a la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma (que durante el 2020 produjo y vendió en cantidades mayúsculas mascarillas, respiradores, gel antibacteriano, pruebas de detección de COVID-19, fármacos como Remdesivir -del fármaco cubano Interferón: ni una palabra- o las vacunas, todo lo cual está generando ganancias astronómicas). Según datos que llegan dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización universal.
Acertadamente dice Mara Luz Polanco: “La lógica mercantil de la industria farmacéutica también ha provocado que sus inversiones se destinen principalmente a la búsqueda de aquellos medicamentos que podrían redituar más ganancias, descuidando los necesarios para el tratamiento de otras enfermedades. Se sabe por ejemplo que las farmacéuticas desatienden la investigación para el tratamiento de enfermedades raras, infecciosas, o la producción de vacunas porque pueden ser menos rentables que otros productos, y en general, la industria privada orientada por criterios de rentabilidad no está interesada en proyectos que requieren mayor inversión, suponen más riesgos o son de baja demanda”.
La insistencia en esa vacunación universal, exigida casi como un obligado pasaporte que permitirá moverse por el mundo y seguir integrado a la “nueva normalidad”, obliga a formularse preguntas. Una vez más, parafraseando al jesuita Xabier Gorostiaga, quien dijo que “No somos estúpidos quienes seguimos teniendo esperanza [en un mundo más justo luego de la caída del Muro de Berlín]”, podemos decir: “No somos paranoicos quienes nos planteamos preguntas ante tanta confusión con la pandemia”. ¿Por qué esta apresurada, casi desesperada necesidad de vacunación global?
Esta autorización de super emergencia que recibieron las distintas vacunas anti COVID-19 que fueron apareciendo, abrió dudas. Decisiones de excepcionalidad para el uso de medicamentos que no han sido debidamente probados -una vacuna debería pasar no menos de diez años de observación antes de ser ofrecida públicamente- se dan solo en casos de una muy grave situación de alarma, que podría permitir correr riesgos excepcionales, saltando los protocolos y controles exigidos normalmente. El pánico generado al inicio de la pandemia, básicamente inducido por los medios comerciales de comunicación a escala planetaria, preparó el terreno para la posterior aceptación de las vacunas.
El capitalismo es el capitalismo. Es decir: solo piensa en lucro empresarial, basado en un individualismo hedonista fundante. La salud pública, por tanto, es concebida de la misma manera. En otros términos: es un valor de cambiomás, una mercancía que puede generar ganancias. La solidaridad no existe (la beneficencia y la cooperación internacional no tienen nada que ver con la solidaridad). En esa lógica, los grandes oligopolios farmacéuticos utilizaron fondos públicos para la investigación de estas nuevas vacunas, y sin que se hubiera demostrado la validez, eficacia y seguridad de las mismas, comenzaron a utilizarse. Curioso que esas empresas (estadounidenses y europeo-occidentales) lograron que sus respectivos Estados sean quienes pagarían las indemnizaciones por posibles efectos secundarios derivados de estos productos experimentales, mientras continúan negociaciones para lograr quedar exentas de toda responsabilidad civil por las eventuales secuelas producidas por sus medicamentos.
El reputado neurocirujano estadounidense Russell Blaylock afirmó que “Dado que no se han realizado estudios sobre lo que sucede con las proteínas de pico una vez que se han inyectado y, lo que es más importante, cuánto tiempo seguirá produciendo el ARNm las proteínas de pico, no tenemos idea sobre la seguridad de estas vacunas. Moderna y Johnson & Johnson nunca antes habían hecho una vacuna. (…) Para permitir que la población use estos productos biológicos completamente experimentales, el gobierno tuvo que declarar esta “pandemia” una emergencia médica y utilizar la Autorización de uso de emergencia (EUA), que enfatiza que los agentes no están aprobados y son completamente experimentales. El proceso de aprobación de una vacuna experimental normalmente requiere un período de hasta diez años de estudio intensivo antes de que se apruebe una vacuna”.
Más allá de la efectividad o no de estas vacunas -curiosamente, las de fabricación rusa, china o cubana no ocupan la cartelera de la prensa como sucede con las de las multinacionales capitalistas-, de sus efectos secundarios nocivos a mediano y largo plazo, de las razonables dudas que todo esto pueda abrir, la ideología capitalista (individualista y hedonista) evidencia una vez más que no está en condiciones de aportar nada para una humanidad igualitaria. Vergonzosamente los países llamados desarrollados han acaparado la casi totalidad de la producción, dejando migajas para el Sur.
El Director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, no ahorró palabras para denunciar las asimetrías en el manejo de las vacunas y la voracidad de los más acaudalados. Consideró “moralmente indefendible, epidemiológicamente negativo y clínicamente contraproducente” el panorama actual. Atacando la mercantilización de la salud y la falta de solidaridad evidenciada en el manejo de la distribución de las vacunas, se refirió a los mecanismos de mercado enfatizando que son “insuficientes para conseguir la meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con vacunas”, defendiendo la necesidad de planteos de políticas públicas para afrontar la crisis sanitaria. “Tengo que ser franco: el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres”.
Como una medida paliativa ante esta desproporción impresentable, en el Foro Mundial de Davos en 2017 se presentó el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19, más conocido por su sigla COVAX. Es preciso puntualizar que el mismo fue fundado por la ya mencionada GAVI y por la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations -CEPI-, ambas instancias concebidas y financiadas por la Fundación Gates. El COVAX se presenta como institución público-privada, utilizando fondos públicos (las investigaciones para generar las vacunas de los oligopolios capitalistas de allí provienen) para beneficio privado. Es un sutil mecanismo que emplea el disfraz de lo público para actuar como institución bancaria comercial, comprando las vacunas a las grandes empresas farmacéuticas (Pfizer/BioNTech, AstraZeneca, Moderna, Johnson & Johnson, Janssen). Supuestamente su objetivo es garantizar el acceso igualitario a las vacunas para todos los países, pero en realidad se trata de un instrumento de los grandes capitales para defender a la Big Pharma. Todo indica que su cometido real no es, precisamente, la solidaridad con los más humildes sino la protección de las patentes de los oligopolios capitalistas, impidiendo en todo lo posible la distribución de vacunas producidas por instancias públicas de Rusia, China o Cuba, bloqueando al mismo tiempo la posibilidad de producción de países que tienen la capacidad tecnológica de hacerlo, como India, Brasil, Argentina o Sudáfrica,
Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada. ¿Por qué, por ejemplo, Bill Gates, este mecenas multimillonario también evasor fiscal, está tan preocupado por la salud mundial? A toda esta parafernalia de la pandemia debe continuar una vacunación universal obligatoria con insumos que habrá que pagar y que, tal como están las cosas, no garantizan el fin de la crisis (la OMS y las mismas farmacéuticas están hablando de la necesidad de dosis de refuerzo). Además, la inmunidad que otorgan estas vacunas es temporal, por lo que se está entrando en un ciclo de obligadas vacunaciones periódicas. Todo indica que hay un muy buen negocio a la vista. Según se nos dice, podrán venir nuevas pandemias, a partir de nuevos agentes patógenos. “Microbios y no misiles” se apuntaba; ¿habrá un guión escrito? Vacunas de uso mundial casi obligado surgidas en un santiamén, saltando todos los protocolos. Son más las dudas que las respuestas, las sombras que las luces.
El modelo de producción y consumo que trajo el capitalismo no es viable a largo plazo: las pandemias serían, entre otras, una de sus ingratas consecuencias. Las respuestas técnicas -la vacunación universal- no alcanzan, porque la evidencia muestra que las mismas no llegan por igual a todos los habitantes del planeta. Se trata entonces de buscar otros caminos, establecer las relaciones humanas y los esquemas sociales sobre otros modelos sociopolíticos. Hay que pensar en alternativas, por lo que, como dijera Rosa Luxemburgo entonces: “socialismo o barbarie”.
El sistema capitalista, que sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. La situación de la salud lo evidencia de modo patético, y la actual crisis sanitaria muestra que la mercantilización de un bien tan preciado como ese lo único que trae es ganancias para unos pocos a costa de sacrificios de los más. Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda realidad, y la posibilidad de un holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la masa trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano -a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización- o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar.
Con esperanza, pero también con realismo -y cabe aquí el llamado de Antonio Gramsci a “actuar con el pesimismo de la razón y el optimismo del corazón”- recordemos que “el capitalismo no caerá si no existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer”, como dijo certeramente Vladimir Lenin.
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