sábado, 4 de septiembre de 2021

Y ahora, ¿qué será de Afganistán?

 ¿Qué será de Afganistán ahora que ha quedado librado a su suerte, ahora que el campeón del mundo libre ha salido de su territorio con el rabo entre las patas y hace todo lo posible, por voz de su presidente, por mostrarse victorioso aunque no pueda ocultar los magullones físicos y morales que le aquejan?

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica


La prensa mundial, la ONU, la Unión Europea, rusos y chinos, organizaciones no gubernamentales variopintas y pobres ciudadanos de a pie como yo, y usted qué saca su tiempo para leerme, seguimos los acontecimientos de Afganistán que se van desarrollando, aparentemente sin mayor dramatismo, sobre todo tomando en cuenta que del país ha sido desalojada la mayor potencia militar del planeta. 

 

Hubo fuegos artificiales en su capital, tal vez también en otras ciudades a donde los corresponsales occidentales no se atreven a llegar, incluso manifestación de mujeres protestando contra los misóginos talibanes, algo sorprendente en un país en el que, por las noticias que nos llegan y los antecedentes ya conocidos, se podía pensar que eso les costaría, cuando menos, ser  vapuleadas y confinadas, pero no, no sucedió nada parecido.

 

¿Qué será de Afganistán ahora que ha quedado librado a su suerte, ahora que el campeón del mundo libre ha salido de su territorio con el rabo entre las patas y hace todo lo posible, por voz de su presidente, por mostrarse victorioso aunque no pueda ocultar los magullones físicos y morales que le aquejan?

 

No hay que ser futurólogo ni politólogo graduado en universidad prestigiosa para atisbar, entre la palabrería oficial y las nubes de polvo que dejan los enormes aviones militares que salen en estampida de Kabul, lo que le espera Afganistán y a los afganos. No hay que ser, tampoco, muy sagaz, muy acucioso observador de la realidad política del mundo circundante para deducir de nuestro pasado reciente lo que les espera, el futuro al que están destinados.

Véase, por ejemplo a Irak, en el que las tropas norteamericanas no se fueron sino llegaron hasta el corazón mismo del país, dieron pie y colaboraron con el derribo de estatuas, dieron con Sadam Husein en una ratonera, lo juzgaron sumarísimamente y lo ahorcaron. ¿Qué ha sido de ese país entre el Tigris y el Eufrates, lugar, tal vez, del bíblico paraíso terrenal; del Edén en donde Adán, enamorado, dio el mordisco fatal a la manzana? Ahí está, con miles de muertos, con sus maravillosos tesoros arqueológicos saqueados o destruidos, envuelto en una violencia interminable mientras las transnacionales se reparten su petróleo que es extraído de esos pozos que ardieron apocalípticamente cuando los marines avanzaban arrasando por el desierto.

 

O vuélvase a ver a Libia, hoy escenario de luchas interminables entre pandillas armadas hasta los dientes que controlan, cada una, esquinas de un país en el que se venden y compran esclavos y que se ha transformado en pasaje de un interminable río de migrantes africanos que se arrojan al Mediterráneo, en el que muchos  perecen tratando de llegar a una Europa que está pagando caro haber secundado a los Estados Unidos en su aventura.

 

O échesele un ojo a Siria, a la que han desmembrado y barrido dejándola asolada y exhausta, para no hablar de Yemen, un desastre total en el que la hambruna ha dejado regueros de muertos no solo producto de la furia de las armas sino por la desnutrición de niños, ancianos y mujeres que no tienen un mendrugo para llevarse a la boca.

 

Pero, no vayamos tan lejos y veamos en lo que convirtieron a Guatemala, que después de más de 60 años del  golpe de Estado que protagonizó los Estados Unidos en su "plan piloto" para el continente sigue sin levantar cabeza, con gobiernos presididos por gobiernos corruptos e ineptos que no solo dan lástima sino vergüenza.

 

Países que se convierten en un problema para los Estados Unidos mismos que después no saben que hacer con el embrollo que armaron, con los déspotas mafiosos que entronizaron. Ahí están, a ojos vista, las consecuencias palpables. Y ahora, preguntémonos ¿qué va a ser de Afganistán?

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