Era Jorge Mario García Laguardia parte de la generación de jóvenes revolucionarios a los cuales les tocó enfrentar la contrarrevolución de 1954 y el surgimiento de la ominosa dictadura militar guatemalteca.
Carlos Figueroa Ibarra / Para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Conocí a Jorge Mario desde que yo era un adolescente pues era parte del círculo de amistades de mi padre. Pero realmente tuve un contacto estrecho con él a partir de 1971, cuando comenzó su segundo exilio después del asesinato de su entrañable amigo, colega y compañero de lides políticas, Adolfo Mijangos López. Era Jorge Mario parte de la generación de jóvenes revolucionarios a los cuales les tocó enfrentar la contrarrevolución de 1954 y el surgimiento de la ominosa dictadura militar guatemalteca. Fue el principal dirigente del grupo estudiantil que fundó el periódico de resistencia en contra de Castillo Armas y que habría de llamarse El Estudiante. Era éste, como su nombre lo indicaba, un periódico estudiantil. Pero el contexto oscurantista que se irguió sobre el país con el derrocamiento de Jacobo Arbenz y la llegada de Carlos Castillo Armas, lo volvió durante un período el principal vocero de la resistencia contra el régimen anticomunista que fue el origen de todos los males contemporáneos de Guatemala.
A diferencia de buena parte de sus coetáneos de El Estudiante, Jorge Mario no se encaminó hacia “la izquierda revolucionaria” sino hacia “la izquierda democrática” como se decía en los sesenta. Cuando El Estudiante fue prohibido y disuelto, García Laguardia salió al exilio y después de una estancia de estudios en Italia regresó a Guatemala y unió esfuerzos a Mijangos López, a Manuel Colom Argueta y a Francisco Villagrán Kramer entre otro/as, para fundar la Unidad Revolucionaria Democrática (URD), el esfuerzo socialdemócrata que persistiría hasta el asesinato de Colom Argueta. Su segundo exilio lo llevó a la UNAM y coincidió ese hecho con la publicación de su estupendo libro La Reforma Liberal en Guatemala, editado en ocasión del centenario de la misma.
Nunca fui su alumno en un aula sino en largas conversaciones de sobremesa, en tardes sabatinas al calor del tequila o francamente en alguna cantina de la ciudad de México y también a través de sus libros. Siendo yo un joven inclinado hacia el comunismo pude valorar las enseñanzas de un maestro socialdemócrata. Nos volvimos a encontrar en Guatemala en estos últimos años. Pese a nuestras diferencias teóricas e ideológicas, tuvimos al final una gran coincidencia política: la lucha contra el neoliberalismo y el pacto de corruptos que hoy impera en Guatemala. En nuestras últimas conversaciones, Jorge Mario visualizaba un cambio de época y paradigmas y un sistema putrefacto en Guatemala. Lo dijo: “No me alejé de la política, la política se alejó de mí”. ¡Adiós Maestro!
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