Sin oficinas de Western Union, sin posibilidad de envíos por DHL, con bancos bajo intimidación y vuelos suspendidos a todas las provincias –salvo los muy limitados a La Habana–, a Virgen Elena sólo le queda esperar que sus ancianos padres resistan la pandemia.
Rosa Miriam Elizalde / LA JORNADA
Una semana antes de las elecciones en Estados Unidos, el 27 de octubre de 2020, Trump emitió su última medida contra la isla. Incluyó entonces en la Lista Restringida de Cuba a la empresa financiera cubana Fincimex, contraparte de Western Union, con el pretexto ridículo de que pertenece a la corporación empresarial cubana Gaesa.
La medida cortó de golpe los canales para remesas, y los ancianos padres de Virgen Elena, en medio de la epidemia, no han podido recibir ninguna ayuda.
Este lunes, Fincimex anunció en un comunicado retrasos en las entregas de remesas que llegan a Cuba por terceros países, debido a la dificultad de encontrar instituciones financieras que autoricen las operaciones. La inclusión de esta empresa en la lista de entidades restringidas por el Departamento del Tesoro estadunidense, sigue generando en el sector bancario internacional temores a aceptar operaciones dirigidas a la entidad y tendencias a limitar su alcance.
Es una situación contra toda lógica. Las remesas han salido al rescate de las familias castigadas por el coronavirus en todo el mundo. Según el Banco Mundial, el envío de dinero de los emigrados a sus familiares superó en 2020 la suma de la inversión extranjera directa (259 mil millones de dólares) y la ayuda oficial al desarrollo (179 mil millones) de los países en desarrollo. Por ejemplo, en los primeros seis meses de 2021, las remesas tuvieron un crecimiento histórico en México, como dio cuenta recientemente La Jornada. Alcanzaron 23 mil 681 millones de dólares, 22.4 por ciento más que igual periodo del año anterior.
Mientras el Covid-19 sigue devastando a las familias de todo el mundo, las remesas siguen siendo un salvavidas fundamental para los más pobres y vulnerables, comentó a propósito Michal Rutkowski, director mundial de Protección Social y Empleo del Banco Mundial. Esto pasa en México y en todas partes. Los envíos regulares que hacen los migrantes latinoamericanos pobres a sus familias se han convertido en vitales para muchas de las economías de la región. Generalmente son los trabajadores pobres quienes mandan hasta ocho veces por año sumas pequeñas sacándolas de donde no tienen. Han sido el segundo ingreso de México durante años y cerca o más de 20 por ciento del producto interno bruto de Honduras, El Salvador, Guatemala y otros países. Protegen a millones de personas. ¿Por qué lo hacen, por qué tanto sacrificio? Las encuestas dicen que la explicación de este gran gesto solidario de enorme impacto macroeconómico está ante todo en la familia. Lo hacen por inspiración moral, por lealtad a sus padres, hermanos, hijos y sobrinos.
En un estudio realizado en 2006 sobre las remesas y su impronta en la familia cubana, el investigador Edel Fresneda Camacho reconocía que esta ayuda no se destina a la inversión productiva. Constituye una fuente importante de ingresos para las familias receptoras, de su capacidad de consumo y ahorro e implican un mejoramiento en las condiciones de vida, que en el caso de Cuba incluye la posibilidad de invertir en un pequeño negocio particular.
Él y otros investigadores han dado cuenta de los escarceos manipuladores de Washington en este frente. En los años 90, durante la crisis conocida en Cuba como el Periodo Especial, Estados Unidos reforzó el cerco económico. Bill Clinton prohibió de agosto de 1994 a 1998 las remesas excepto bajo condiciones estrictamente humanitarias: enfermedad o en casos de personas con permiso oficial de inmigración. Bush impuso restricciones aún más crueles, al permitir sólo visitas a la isla, una vez cada tres años, si se trataba de familiares muy cercanos –los tíos y primos no eran considerados familia–.
Aun así, la remesa se las ingenió para continuar llegando a la isla. Hasta ahora. Sin oficinas de Western Union, sin posibilidad de envíos por DHL, con bancos bajo intimidación y vuelos suspendidos a todas las provincias –salvo los muy limitados a La Habana–, a Virgen Elena sólo le queda esperar que sus ancianos padres resistan la pandemia. Y ruega cada día para que el sentido común tome posesión en la Casa Blanca, ubicada a sólo dos cuadras de la oficina que ella limpia en las noches con la terca voluntad de seguir sacando a flote a sus seres queridos.
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