“El Ángel Rubio”, como se lo conocía por su belleza y juventud había sido mandado al frente un grupo de “lagartos” (comandos) con la intención de limpiar su carrera, luego de su sangriento paso como agente encubierto de la ESMA en las Madres de Plaza de Mayo.
En ese momento, Suecia y Francia pedían la extradición del marino por las desapariciones de la joven Dagmar Hagelin y las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon. Pero luego Gran Bretaña lo devolvió a la Argentina como prisionero de guerra.
Este pedido de un sumario para un delito militar grave como rendirse sin combatir había sido borrado de la versión del informe que se publicó en 1983 en la revista “Siete Días” y había merecido, más tarde, una queja del propio Rattenbach.
A fojas 277 se puede leer que Astiz “ rindió su tropa al enemigo, sin efectuar la debida resistencia . No se tiene conocimiento de que, en forma similar a lo indicado (con su colega el teniente Luna que estaba a cargo de otro grupo de comandos), el comando en jefe de la Armada haya ordenado la instrucción de un sumario”. El accionar de Astiz fue informado por el capitán de navío César Trombeta.
El diferente tratamiento que tuvo Luna muestra una protección política desde la cúpula de la Armada quien, a pesar de este antecedente, siguió ascendiendo de grado hasta fines del gobierno del presidente Carlos Menem.
La participación de Astiz en el conflicto había comenzado el 2 de abril cuando la fragata “Guerrico” llevó a sus comandos a las Georgias porque 22 marines y 13 civiles británicos estaban hostigando a los obreros argentinos que habían izado una bandera argentina en Georgias donde estaban desmantelando instalaciones balleneras. Este episodio desencadenó la guerra. El desembarco de los militares argentinos dejó un saldo de 3 muertos y 7 heridos. Luego se mandó al teniente Luna con 40 hombres a custodiar Grytviken y a Astiz y 10 hombres a Puerto Leith, junto con los obreros argentinos contratados por el empresario Constantino Davidoff. Más tarde la “Guerrico” y el “Bahía Paraíso” regresaron al continente con los 35 británicos que se habían rendido.
Ambos se rindieron sin combatir y así se dejó asentado en el informe final. Pero en 1983, Rattenbach se enteró que la versión publicada faltaban las páginas referidas a Astiz y otros jefes militares y se quejó ante sus superiores.
Por el faltante de estas hojas, tanto el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y luego la Cámara Federal porteño no condenaron a Astiz por su actuación en Malvinas. Recién el año pasado (26 de octubre de 2011), el tribunal oral federal 5 condenó a Astiz a prisión perpetua pero por crímenes de lesa humanidad como miembro del grupo de tareas de la ESMA.[1]
Tramas oscuras de un período oscuro que, así como hace más de dos meses, se publicó en esta columna los cuarenta años del desembarco en las islas, el 2 de abril de 1982, cabe en la fecha recordar todo lo sucedido a partir de las horrorosas decisiones adoptadas por los siniestros dementes que asolaron el país en su hora más negra.
La periodista Leila Guerriero, en 2021, publica el libro La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas. Allí cuenta los trámites realizados por el oficial Geoffrey Cardozo, del ejército inglés enviado a las islas con el fin de ayudar a la tropa en posguerra. El hombre se encontró con un escenario inesperado, los cuerpos de los soldados argentinos se encontraban esparcidos en el campo de batalla. Hecho que fue comunicado por el gobierno británico en noviembre de 1982. “El gobierno militar respondió […] autorizando el entierro de sus soldados caídos, pero reservándose el derecho de decidir, cuando sea adecuado, acerca del traslado de los restos […] desde esa parte de su territorio al continente”[2]. Por otro, narra la odisea de los familiares de los caídos para recuperar sus restos, determinar su identidad y darles sepultura en el país. El cementerio se inauguró el 19 de febrero de 1983. Idas y venidas durante tres décadas de los familiares, miembros del Equipo de Antropología Forense, organizaciones civiles, Cruz Roja y empresarios que costearon viajes a las islas para identificar los restos, son uno de los tantos lastres que deben ser visualizados y reconocidos como parte de esa deuda con las víctimas y sus familias. Como siempre, hay dificultades para esclarecer los hechos, de allí que dedicamos algunas líneas relatando hace dos meses a describir el castigo al que fueron sometidos los combatientes de Malvinas en un proceso de desmalvinización acordado entre los militares salientes y la nueva administración radical. Cientos se suicidaron. No fue casual.
Durante la dictadura militar, Raúl Alfonsín participó de las reuniones en que la UCR avaló aportar intendentes (la cantidad de 310) y embajadores a la referida dictadura militar, en 1976.
Alfonsín no tenía el menor empacho de cenar con su gran amigo, el ministro del Interior Albano Harguindeguy, compañero de andanzas adolescentes en el Liceo Militar, tampoco de ser fotografiado por medios de prensa, en medio del estado de sitio y la represión más brutal a cargo del gobernador Ibérico Sean Jeans, y su “mano de hierro” Camps, Jefe de la Policía del proceso en la provincia de Buenos Aires.
Harguindeguy decidía muchas veces sobre la vida o la muerte de algún desaparecido, sin embargo, siendo Alfonsín el gran “denunciador” de unos supuestos o reales “pactos militares-sindicales”, se olvidó. Luego, cuando estuvo en el poder, “no recordó” mandarlo al “gordito pícaro” (como le decía Perón, siendo Harguindeguy, Coronel) a responder en un juicio por sus asesinatos y atroces crímenes.
El verdadero “pacto” triunfante en 1983, el real, no el “relatado”, fue el pacto “Alfonsinista-militar”, dado la participación de los dirigentes de la UCR en transas con Harguindeguy (vía Alfonsín) Todo esto pasaba mientras militantes radicales “de base” también desaparecían y eran torturados durante el denominado “Proceso” exterminador.
Durante el gobierno del General Viola, se permitía opinar de política libremente (mientras muchos morían o estaban siendo torturados). Se decía entonces que no veía mal una salida “a la portuguesa”, rememorando la “Dictablanda” de Salazar en Portugal.[3]
El gobierno menemista también indultó con decretos a las juntas militares y a sus miembros subordinados. Cuestión archisabida y denunciada por los organismos de Derechos Humanos.
En estos días se han difundido unas cartas escritas de Hugh Thomas a su hijo mayor, Inigo Thomas que permanecen inéditas. Entre 1979 y 1990, Hugh Thomas, presidió el Centro de Estudios Políticos (Centre for Policy Studies, CEP), gabinete de estrategia fundado por Margaret Thatcher y Keith Joseph. También fue asesor informal de Thacher antes y después de las elecciones, principalmente, pero no solo en asuntos españoles, europeos y latinoamericanos. Le envió 12 cartas a la India, donde estuvo de viaje en esos meses de 1982.
Con fecha 16 de junio (1982), dos días después de la rendición, escribe “Apenas llegué a Londres tuve que ir corriendo al Ministerio de Asuntos Exteriores para ver a Douglas Hurd (ministro para Europa). Estaba inquieto porque un discurso que M.T. iba a pronunciar en la asamblea especial de la ONU en Nueva York, sobre el que yo iba a trabajar, no tuviera ciertas opiniones claras del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tomé asiento en su despacho, cómodo y muy amplio, no tan diferente de la sala del ministro de Asuntos Exteriores español en la que yo había estado el día anterior.
Hicimos varios planes. Douglas, quizás lo sepas, era gran amigo mío en Cambridge pero no he seguido viéndolo de manera sostenida. Es una de esas raras personas que en público aparecen muy afectuosas pero en privado son más frías.
Todo el viernes trabajé en el discurso de M.T.”, continuando más adelante: … “A las 10, la Primera Ministra fue a la Cámara de los Comunes para hacer una declaración. La hizo muy brevemente. Los argentinos habían aceptado rendirse. Para entonces, los Marines habían tomado todo el terreno alto sobre Puerto Stanley y ellos parecían tener pocas posibilidades. Foot respondió muy bien: ‘Felicito a la honorable dama’. Fue un momento maravilloso. Todos temíamos una batalla terrible”. Más adelante continúa en una carta fechada el 21 de junio, “Antes vino a verme Julio Núñez, muy excitado por los acontecimientos de Buenos Aires, como de costumbre había estado hablando por teléfono con un ministro que interrumpió sus conversaciones, no porque hubiese caído Galtieri (aunque sí cayó), sino porque todos los ministros que tenía cerca tenían que ir a ver el partido de fútbol que se jugaba en Madrid y algún otro país, tal vez Kuwait”[4].
Este último párrafo pone de manifiesto que no sólo pensamos con los pies, sino que hay un desprecio visceral por quienes tuvieron a cargo los destinos del país y sus aliados civiles que continuaron con la desidia y la indiferencia de millones de argentinos; sobre todo, con aquellos que entregaron su vida por defender los derechos de Malvinas e islas del Atlántico Sur.
[1] LAS PARTES DEL DOCUMENTO MILITAR SECRETO QUE HABIAN DESAPARECIDO. Pidieron sumariar a Astiz por rendirse en Georgias sin pelear. Clarín, 24/03/2012. Actualizado al 08/12/2016.
[2] Leila Guerriero, La otra guerra. Una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas. Editorial Anagrama, Bs. Aires, 2021. Pág. 10.
[3] José Terenzio, Los innombrables “aliados” de Raúl y Ricardo Alfonsín, Tribuna de periodistas, 05/05/2011.
[4] A cuarenta años de la rendición, cartas inéditas, traducción de Román García Azcárate, en Revista Ñ, N° 976, sábado 11/06/2022, pág.9
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