La crisis sanitaria que se vive hoy, así como el decrecimiento de la economía a nivel mundial producto de la anterior (retracción de alrededor de un 5% del producto bruto global) son una realidad palpable. Debe agregarse, sin embargo, que en el estancamiento económico hay además otro factor: el empantanamiento del capitalismo. La crisis bursátil iniciada en el 2008 nunca se resolvió, y el parate ocasionado por los confinamientos de la pandemia han servido como salida “adecuada” para justificar el estancamiento. Aunque debe quedar bien en claro que lo que produjo tantos desastres económicos no fue solo el encierro obligado, sino el sistema imperante.
Los millones de muertos por la enfermedad, al igual que el quiebre de numerosas empresas y la pauperización de grandes masas, ahí están, sin miras de solución en lo inmediato. Las distintas secuelas que está dejando el Covid-19 van modificando el mundo. Las vacunas que comenzaron a suministrarse -con todas las críticas aparejadas- no son la gran panacea, porque el deterioro del que es un síntoma la actual crisis no se arregla con inmunizaciones. La crisis se evidencia en la alarma que se encendió en todos los países dado el tremendo nivel de deterioro de los sistemas públicos, que no pudieron dar abasto a la avalancha de infectados, dada su precarización producto de las políticas privatistas de estas últimas décadas. Todo indica que la realidad sanitaria global se está modificando a futuro. Hacia mediados del 2022, y pese a la vacunación masiva, la situación no mejora sustancialmente en términos planetarios, surgiendo cepas nuevas que, si bien no son especialmente más mortales, sí tienen mayores capacidades de transmisibilidad. Sin ser agorero, todo indica que lo vendrá en el futuro inmediato no va para mejor, al menos para el gran campo popular, para las grandes mayorías de la humanidad. Si alguien se beneficia de la situación presente son, como siempre, pequeños grupos de poder: farmacéuticas, todo lo relacionado con la informática, la gran banca y, aunque parezca monstruoso, la industria militar, que fue de los pocos negocios que siguió creciendo durante la pandemia.
Se habló hasta el hartazgo de la “nueva normalidad” post-pandemia, viendo en ella -quizá con excesivo optimismo- la posibilidad de un mundo más “humanizado”, más solidario. Sin dudas: ¡excesivo optimismo! Lo que muestra el mundo hoy día no nos permite ser muy promisorios: sigue el capitalismo feroz, sigue el individualismo, continúan las guerras.
En el nuevo escenario global que se va abriendo -en realidad no solo por la pandemia- puede que se modifiquen relaciones de poder entre las grandes potencias. En este momento todo indica que Estados Unidos está perdiendo -bastante aceleradamente- su papel de centro hegemónico internacional. Con un producto bruto de más del 30% de la economía planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, ahora aporta solo un 18%. El hiperconsumo desenfrenado y su voraz avidez le han pasado factura: el dólar, su moneda, anteriormente sostenido a punto de invasiones militares, hoy día va perdiendo valor. La República Popular China lo está destronando como potencia económica y científico-tecnológica. En el plano puramente militar, Rusia lo ha dejado atrás, tomándole varios años de delantera en el desarrollo de armas estratégicas (misilística hipersónica). Todo eso, de todos modos, no necesariamente es una buena noticia para el campo popular. Está abierto el debate sobre el actual modelo de “socialismo de mercado” impulsado por China; en principio, sin embargo, ese no es el espejo donde puede mirarse la clase trabajadora internacional y los empobrecidos pueblos del mundo. ¿Post pandemia con una China hegemónica y dominante en tecnología 5G? (y 6G ya en camino). Eso no necesariamente es una buena noticia para la humanidad: las injusticias siguen a la orden del día por doquier. Continúa la ética individualista, la explotación de la clase trabajadora… ¡y los conflictos bélicos! Repitamos: la industria militar creció casi un 5% durante la pandemia.
¿Qué es entonces la “nueva normalidad”? ¿El teletrabajo? “Hay mucha gente que ya le encontró el gusto por trabajar desde la casa, y las empresas ya se encontraron el gusto de que la totalidad de la gente no vaya a las oficinas”, expresó Franco Uccelli, alto directivo del JPMorgan Chase & Co, uno de los bancos más grandes del mundo (estadounidense), de esos que marcan lo que es “normal”.
En el apogeo de la pandemia se dieron unas 6,000 muertes diarias; ahora la curva epidemiológica de esta enfermedad tiende a aplanarse, mientras se mantienen otras muertes por razones inaceptables: ¡desnutrición!, por ejemplo. De ningún modo podemos aceptar la actual normalidad donde mueren diariamente 20,000 personas por hambre o por causas ligadas a la desnutrición mientras sobra comida en el mundo. La supuesta “nueva normalidad” no augura nada nuevo en verdad, al menos para las grandes mayorías (para las empresas como la recién citada, quizá sí). En esta sociedad global post-pandemia, ¿se “abuenarán” los “malos” que nos matan de hambre? Obviamente no se trata de bondades o maldades en juego: son luchas de clases, relaciones sociales trans-individuales. Todo indica que lo dicho por este funcionario de uno de los bancos más poderosos del mundo marca la “nueva normalidad”. El mundo digital que ya se abrió, de momento no parece favorecer a las grandes mayorías. Trabajar desde casa ¿es un triunfo popular? ¿Cómo se formarán los sindicatos entonces? ¿O en la “nueva normalidad” eso ya no cabe? Las tecnologías digitales, fabulosas sin dudas, pueden servir para dar saltos en la historia; o también, como pareciera perfilarse de momento, para controlarnos más y mejor (control, se entiende, que ejercerán los grupos de poder sobre las poblaciones, obligando a consumir lo que entiendan oportuno, y silenciando la protesta cuando también lo consideren oportuno).
Luego del auge de la pandemia vino la vacunación masiva. Va quedando claro que el principal perjudicado con esta crisis sanitaria global es, como siempre, la gran masa trabajadora de todos los países. La oligarquía internacional que maneja el mundo capitalista -que no tiene nacionalidad, en definitiva: “El capital no tiene patria” decía Marx- puede hoy hacer algunas mínimas concesiones para que no estalle la olla de presión. De esa cuenta, ha comenzado a hablar de la posibilidad de establecer una renta básica universal. Probablemente el “Gran Reinicio” del que se habla en los más altos círculos de poder consista en un intento de reingeniería social a escala planetaria para seguir manteniendo inalterables sus privilegios. En esa lógica, con planes neoliberales que no terminan -¿quién dijo que el neoliberalismo está acabado?- los Estados van quedando crecientemente debilitados, siendo reemplazados por el asistencialismo de mecenas, o por ese engendro impresentable llamado “cooperación internacional”. La cada vez mayor precarización en las condiciones laborales constituye un mecanismo para aumentar las tasas de ganancia del capital, fragmentando la organización, y por tanto las luchas populares. El proceso de “oenegización” hoy día tan extendido, no es sino una forma de seguir implementando el “divide y reinarás”.
El capitalismo es el capitalismo. Es decir: solo piensa en lucro empresarial, basado en un individualismo hedonista fundante (“La sociedad no existe. Solo hay hombres y mujeres individuales”, dijo Margaret Tatcher). La salud pública, por tanto, es concebida de la misma manera. En otros términos: es un valor de cambio más, una mercancía que puede generar ganancias. La solidaridad no existe (la beneficencia y la cooperación internacional no tienen nada que ver con la solidaridad). En esa lógica, los grandes oligopolios farmacéuticos utilizaron fondos públicos para la investigación de estas nuevas vacunas, y sin que se hubiera demostrado fehacientemente la validez, eficacia y seguridad de las mismas, comenzaron a utilizarse. Curioso que esas empresas (estadounidenses y europeo-occidentales) lograron que sus respectivos Estados sean quienes pagarían las indemnizaciones por posibles efectos secundarios derivados de estos productos experimentales, mientras continúan negociaciones para lograr quedar exentas de toda responsabilidad civil por las eventuales secuelas producidas por sus medicamentos.
Más allá de la efectividad o no de estas vacunas -curiosamente, las de fabricación rusa, china o cubana no ocuparon la cartelera de la prensa como sucede con las de las multinacionales capitalistas-, de sus efectos secundarios nocivos a mediano y largo plazo, de las razonables dudas que todo esto pueda abrir, la ideología capitalista (individualista y hedonista) evidencia una vez más que no está en condiciones de aportar nada para una humanidad igualitaria. Vergonzosamente los países llamados desarrollados han acaparado la casi totalidad de la producción, dejando migajas para el Sur.
El Director de la OMS no ahorró palabras para denunciar las asimetrías en el manejo de las vacunas y la voracidad de los más acaudalados. Consideró “moralmente indefendible, epidemiológicamente negativo y clínicamente contraproducente” el panorama actual (hay países prósperos del Norte con casi la totalidad de su población con tres dosis, mientras otros en el Sur no llegan al 50% de habitantes con una o dos dosis). Atacando la mercantilización de la salud y la falta de solidaridad evidenciada en el manejo de la distribución de las vacunas, se refirió a los mecanismos de mercado enfatizando que son “insuficientes para conseguir la meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con vacunas”, defendiendo la necesidad de planteos de políticas públicas para afrontar la crisis sanitaria. “Tengo que ser franco: el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres”.
El modelo de producción y consumo que comporta el capitalismo no es viable a largo plazo: las pandemias serían, entre otras, una de sus ingratas consecuencias. Las respuestas técnicas -la vacunación universal- no alcanzan, porque la evidencia muestra que las mismas no llegan por igual a todos los habitantes del planeta. Se trata entonces de buscar otros caminos, establecer las relaciones humanas y los esquemas sociales sobre otros modelos sociopolíticos. Hay que pensar en alternativas, por lo que, como dijera Rosa Luxemburgo entonces: “socialismo o barbarie”.
El sistema capitalista, que sin ningún lugar a dudas no puede solucionar todos los problemas humanos que hoy día ya son solucionables gracias al desarrollo científico-técnico, no está agotado. Con varios siglos de existencia, sabe arreglárselas muy bien para permanecer de pie. En la guerra contra el socialismo, hoy por hoy va ganando. Pero eso no es una buena noticia para la humanidad, porque la prosperidad de unos pocos asienta en las penurias de las grandes mayorías planetarias. La situación de la salud lo evidencia de modo patético, y la actual crisis sanitaria muestra que la mercantilización de un bien tan preciado como ése lo único que trae es ganancias para unos pocos a costa de sacrificios de los más. Después de la pandemia no se ve, al menos en principio, un horizonte post capitalista. Al contrario, todo augura más capitalismo, con una super potencia en declive disputando la hegemonía mundial con otras dos super potencias (con capitalismo de Estado y capitalismo mafioso una, con socialismo de mercado la otra). Las guerras no han desaparecido de la historia, sino que siguen siendo una cruda realidad -ahí está la mediática guerra en Ucrania-, y la posibilidad de un holocausto termonuclear está siempre abierta. Ante este mundo y la nueva normalidad que se avecina, con este “Gran Reinicio” que los capitales occidentales propician, la clase trabajadora mundial no puede sentir ninguna alegría. Si nuevas pandemias podrán venir, y la salud seguirá siendo un bien comercializable, el camino capitalista es un callejón sin salida. Por tanto, como gran tarea pendiente, estamos llamados a construir algo distinto, una alternativa a este modo de producción basado solo en el lucro, que prescinde tanto del ser humano -a quien transforma en esclavo asalariado, o lo desecha producto de la robotización- o se lleva por delante la naturaleza, olvidando que hay un solo planeta, que nuestra casa común no es una infinita cantera para explotar. En tal caso, por supuesto que son más que actuales las palabras de la revolucionaria polaco-alemana.
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