Eso se veía venir: miles de jóvenes abandonados por la sociedad, sin ingresos, sin formación, sin oportunidades, en manos del rebusque, tenían que salir a las calles a expresar su exasperación, a demostrar que a pesar de todo no estaban muertos, y que lo único que pedían era educación, empleo y dignidad.
Y ahí sí los tribunales, que nunca están para ofrecer justicia oportuna, salen ante los reflectores a demostrar que la justicia existe, del único modo que saben hacerlo: abusando del pobre. Porque Colombia se ha convertido en un país donde para el rico ladrón y para el político corrupto las cárceles están alfombradas, pero al pobre y al desvalido sí se le muestran los dientes de la justicia.
Un país donde se perdonan las masacres, se hacen tribunales especiales para los que obran violencia contra la población, donde se absuelve hasta el genocidio, pero donde la desesperación de los pobres se sigue castigando con la misma ferocidad con que antes se llevaba a los indios al cepo, se cargaba de cadenas a los esclavos y se llevaba a la pira a los infieles.
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