Por ahora, Santos ha sabido interpretar muy bien los ciclos políticos en Colombia. Pero, cuando a Santos le llegue el inevitable desgaste político, ¿será Uribe capaz de volver a cautivar a los colombianos con su radicalismo bélico?
Guillaume Long / El Telégrafo (Ecuador)
Era solo cuestión de tiempo para que el paulatino distanciamiento entre Santos y Uribe cobrara mayor visibilidad en los medios. El elemento decisivo para agriar una relación que ya transitaba por un franco deterioro ha sido el escándalo de las “chuzadas”, es decir de las escuchas telefónicas ilegales del DAS, la principal agencia de inteligencia estatal de Colombia.
El escándalo ha adquirido proporciones muy comprometedoras para Uribe, ya que varios de los involucrados, incluyendo el ex jefe de la Oficina de Análisis del DAS, Gustavo Sierra, sostienen que la información de las grabaciones ilegales “sí llegaba a altos funcionarios” del Gobierno. La subdirectora de Operaciones del DAS, Martha Leal, ha sido aún más cándida al afirmar ante la Fiscalía que sus superiores le aseguraron que las chuzadas a miembros de la oposición, y a los senadores Piedad Córdoba y Gustavo Pietro, entre otros, eran “por orden del entonces presidente de la República, Álvaro Uribe”.
La semana pasada, una de las principales involucradas en el escándalo de las chuzadas, la ex directora del DAS, María del Pilar Hurtado, solicitó asilo en Panamá, lo que le fue otorgado inmediatamente. Santos se molestó, sosteniendo que “sí, nos hubiera gustado, precisamente por la amistad que tenemos [con Panamá], que nos hubieran informado. Porque es de elemental cortesía entre amigos que se informen sobre estos hechos”. Uribe decidió entonces romper su silencio y salió a defender a varios pedidos de asilo que, según él, se deben a que sus ex colaboradores “no tienen garantías”, porque “la persecución sobre ellos amenaza sus vidas”. Santos no tuvo más remedio que contestarle a Uribe: “Nadie puede sostener ante un tercer país que aquí no hay garantías suficientes para ser juzgado debidamente”.
El vaivén de declaraciones no pone sino al descubierto el creciente antagonismo entre Santos y Uribe. De hecho, a Uribe nunca le agradó el abrumador triunfo electoral de Santos y el hecho de que este último lograra quitarle el exclusivo padrinazgo sobre las políticas de “seguridad democrática”. Para salir airosamente de la presidencia, Uribe orquestó, además, un fríamente calculado incidente diplomático con Venezuela; relación que Santos tuvo que volver a encarrilar, entre otras medidas de normalización diplomática con varios vecinos. Uribe, mientras tanto, y en su condición de ex presidente, encabeza hoy un lobby constante en contra de los gobiernos progresistas de la región. Esta semana, en visita a Honduras, Uribe declaró que “Honduras es para nosotros un ejemplo de valor civil y valor democrático”. Pero más problemáticamente desde la perspectiva de un Santos empeñado en mejorar las relaciones con sus vecinos, Uribe añadió: “Yo no veo en América Latina simples populismos, aquí hay unos nuevos comunistas”.
Lo más probable es que ambos líderes sigan ahondando su actual distanciamiento. Uribe seguirá buscando volver a cobrar relevancia política, adoptando un discurso de derecha radical y popular que cala con sus bases políticas regionales. Santos, por otro lado, seguirá gobernando con las élites más tradicionales, hartas, en los últimos años de la administración Uribe, de sus vulgares y bochornosos escándalos de corrupción y de sus prácticas mafiosas y parainstitucionales. Santos, por lo tanto, se apegará a esta vieja (e hipócrita) tradición legalista colombiana, insistiendo en la sagrada independencia entre los poderes del Estado (que tanto reclamaba su contrincante Antanas Mockus en las últimas elecciones presidenciales).
Por ahora, Santos ha sabido interpretar muy bien los ciclos políticos en Colombia. Pero, cuando a Santos le llegue el inevitable desgaste político, ¿será Uribe capaz de volver a cautivar a los colombianos con su radicalismo bélico?
No hay comentarios:
Publicar un comentario