El diálogo entre gobierno y oposición comenzado en Venezuela posterga
sine die el referendo revocatorio y el juicio político al presidente Nicolás
Maduro, y abre un arcoiris de esperanza tendiente a encaminar políticamente la
situación del país, garantizar el abastecimiento de alimentos y medicinas a la
población, y consensuar una agenda electoral, eliminando la posibilidad del
apocalipsis anunciado.
Aram Aharonian / Rebelion
Si uno se remite a la información mediática, pareciera que se trata de
un diálogo “obligado” pero sin compromiso con el presente y futuro del país.
Pero, de fracasar, los pronósticos no son para nada halagüeños, y la
confrontación puede transformarse en formas más complejas, violentas y
peligrosas, las que son estimuladas y desestimuladas –a la vez y
contradictoriamente- desde el exterior.
Hoy se lo presenta como un proceso más complejo que las negociaciones en Colombia, El Salvador y Guatemala, donde hubo guerras con miles de muertos, pero también existió el convencimiento de que para recibir hay que hacer concesiones. Y por eso, el éxito de este proceso de diálogo dependerá de la voluntad de encontrar puntos comunes y también del uso del lenguaje y el abandono de la persistente guerra de micrófonos, acicateada desde el exterior.
Un sector de la oposición venezolana sustenta su estrategia política
en el supuesto de que en el país gobierna una “dictadura” o un “régimen”, que
se ha tratado de imponer como imaginario colectivo a través de la prensa
hegemónica continental e internacional. Maniqueo el argumento, ya que se trata
de un gobierno surgido bajo los mismos mecanismos que le permiten a la
oposición elegir gobernantes de municipios y estados y obtener una
representación mayoritaria en la unicameral Asamblea Nacional.
No hay posibilidad de diálogo sin el reconocimiento del “otro”. Hay
varios sectores de la oposición que no reconocen al bolivarianismo como un
adversario político sino como un enemigo a aniquilar. Hoy se ven en la
necesidad de re-convertirse en actor político, más allá de su obstinación en
derrocar a un gobierno.
Para el “catedrático” chileno Fernando Mires, el objetivo del supuesto
diálogo es para el gobierno dividir a la oposición entre dialoguistas y
radicales destruyendo así el centro político que “hasta ahora mantiene su
hegemonía gracias al liderazgo ejercido dentro y fuera de la Mesa de Unidad
Democrática por Jesús Torrealba desde la MUD, Henry Ramos Allup desde la AN,
Leopoldo López desde la prisión, y Henrique Capriles en comunicación con la
mayoría ciudadana.
Mires señala que diálogo es la palabra mágica que permite a los gobiernos
latinoamericanos escurrir el bulto del problema. Al haberse imbricado el propio
Vaticano el “régimen” ha logrado neutralizar en parte la abierta oposición
ejercida por la Iglesia Católica venezolana y con ello ha obligado a la MUD a
participar en el simulacro de diálogo, añade. Argumentos desde el exterior para
quienes diálogo es una mala palabra.
El Vaticano y los mediadores coinciden en que Venezuela no puede
celebrar elecciones en medio de los desastrosos resultados de su economía,
porque supondría, de ganar la oposición, el inicio de un período incierto y de
alta probabilidad de violencia. Esa lectura cuenta con el apoyo de Estados
Unidos. Sobre todo, ante la negativa de la oposición de garantizar –de ganar
las elecciones- que no se tocarán los beneficios sociales logrados por el
chavismo en los últimos tres lustros.
Obviamente, la salida política no dependerá del Vaticano, que quiere
darle un voto de confianza a Maduro para que se logre primero la estabilidad de
Venezuela, estrategia a la que se suman dos de los mediadores de Unasur: el
expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el
expresidente de Panamá, Martín Torrijos, quienes intentan un acuerdo para
lograr que las instituciones recuperen su credibilidad e independencia.
Lo que no han logrado los mediadores es bajar los decibeles de la
guerra de micrófonos. Para sectores de la oposición, el 11 de noviembre deviene
en fecha decisiva en torno al éxito o fracaso del diálogo, y afirma que “no son
momentos para ceder”, “no están dadas las condiciones” y el “que se haya
abierto este diálogo no quiere decir ni de lejos que se va a paralizar la
lucha”.
Mientras, desde el oficialismo se señala que “no se puede pretender
darle un ultimátum a las conversaciones, a los diálogos y a la paz” y no se
aceptan “amenazas” ni “condicionamientos”.
¿Cuál es la finalidad del
diálogo?
Muchos son los que apuestan, desde antes de iniciarlo, a su fracaso.
No es difícil hacer aflorar las dudas y las vulnerabilidades, en detrimento de
la construcción de consensos perdurables. La paz y la violencia no se instauran
ni terminan por decreto: hay que construir un camino, un proceso, del que
participen no solo los dirigentes sino la sociedad.
El diálogo pareciera una suerte de comodín que toma distintos valores
y cumple diversas funciones según convenga políticamente (ya que) la debilidad
estructural y coyuntural, con la que el diálogo comienza, afecta los acuerdos y
concesiones iniciales, que se desdibujan con la reactivación del sistema de
amenazas de parte y parte, señala la socióloga Maryclén Stelling.
Hay frentes de batalla que se deben ir desmontando: el conflicto de
poderes entre Ejecutivo y Legislativo, las acciones de calle, el tema el
electoral (suspendido hasta nuevo aviso); y el poderoso transmediático.
Los facilitadores
Llaman la atención algunas frases de los facilitadores del diálogo:
“Si fracasa el diálogo nacional entre el gobierno venezolano y la oposición, no
es el Papa sino el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino
podría ser el de la sangre”, señaló monseñor Claudio Maria Celli, el enviado
del Papa.
Mientras, el subsecretario del Estado de EE-UU., Thomas Shannon,
señaló que es impredecible lo que pueda ocurrir en la negociación entre el
gobierno y la oposición venezolana. "Al final de cuentas son los
venezolanos los que determinarán el éxito o fracaso de todo esto", tras
indicar que el proceso está todavía en “una fase crítica y delicada”
¨Pero también toma partido: “En muchos aspectos el gobierno tiene la
llave del éxito de este diálogo porque es quien tiene a los presos, controla
las organizaciones electorales que toman decisiones sobre las elecciones y es
el que tiene que acceder a sentarse con los miembros de la sociedad civil y la
oposición para determinar los próximos pasos que Venezuela puede tomar”,
condicionó
Samper, por su parte, alertó a las partes a no crear falsas
expectativas sobre los resultados en el plazo inicial de valoración de lo
acordado hasta el 11 de noviembre y dejó en claro que el diálogo debe ser
entendido como fruto del compromiso y voluntad real del gobierno y de la
oposición por encontrar caminos de una convivencia democrática.
El diálogo, insistió, está basado en el respeto y reconocimiento
mutuo, bajo las premisas de a) confianza en la neutralidad de la tarea y
propuestas de los acompañantes, b) Nadie se levanta de la mesa, c) El proceso
no será utilizado con fines partidistas., d) Nada está acordado hasta que todo
esté acordado, e) Respeto, reconocimiento y convivencia entre las partes, e) La
comunicación de los resultados es responsabilidad de los acompañantes, f)
Respeto a la soberanía de Venezuela.
Avances reales
Las partes acordaron organizar el trabajo en las siguientes mesas
temáticas: 1) Paz, Respeto al Estado de Derecho y a la Soberanía Nacional,
coordinada por José Luis Rodríguez Zapatero; 2) Verdad, Justicia, Derechos
Humanos, Reparación de Víctimas y Reconciliación, coordinada por el
representante del Vaticano; 3) Económico-Social, coordinada por el ex
presidente dominicano Leonel Fernández, y 4). Generación de Confianza y
Cronograma Electoral, coordinada por el ex mandatario panameño Martín Torrijos.
En la primera semana se han estado reuniendo tres de las cuatro
comisiones de trabajo designadas. Ernesto Samper, secretario general de Unasur,
señaló que están “construyendo espacios de confianza para avanzar en temas
fundamentales”. Se trata de un proceso difícil, espinoso, frágil, quebradizo,
pero de una trascendencia que en ocasiones parecen olvidar algunos.
El Vaticano salta al ruedo
A mediados de septiembre se hizo pública una carta en la que monseñor
Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano, aceptaba la oferta de
Unasur, la organización regional que facilita el diálogo, de sumarse a las
conversaciones como mediador, tras una petición especial de la oposición, sin
fuerzas para la recolección de las firmas de la segunda etapa del referéndum
revocatorio.
Henrique Capriles, dos veces derrotado candidato presidencial de la
oposición, denunció el 24 fde octubre un golpe de Estado en Venezuela, anunció
que la Asamblea –de mayoría opositora- iniciaría un juicio político a Maduro e
instó a los venezolanos a acudir, en una marcha, hasta el Palacio de
Miraflores, la sede presidencial, la que fracasó. Fue el detonante (¿esperado?)
para que el vaticano pusiera manos a la obra.
El 25 de octubre, el nuncio en Caracas, Aldo Giordano, se reunió con
el secretario general de la Mesa de la Unidad Democrática, Chúo Torrealba y los
representantes de Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática, Primero Justicia y
Voluntad Popular. Este último grupo sigue creyendo que la violencia callejera
llevará a la negociación política, y no participa del diálogo. El Vaticano dio
a conoc er un comunicado para que la oposición superara sus diferencias y señaló
que era al menos descortés reclamar la presencia de un enviado del Papa
Francisco para luego no acudir a la cita.
El lunes siguiente, el enviado del Papa, monseñor Claudio Maria Celli,
pidió a la oposición que suspendiera el proyectado juicio político al
Presidente Nicolás Maduro y que desviaran la anunciada marcha hacia el palacio
de Miraflores prevista para el jueves. La oposición aceptó a cambio de que el
Gobierno excarcelara a seis presos.
Sin embargo, los llamados del Vaticano no encuentran eco en el
arzobispado venezolano ni en la jesuita Universidad Católica Andrés Bello,
convertida en punta de lanza de la oposición.
Las dudas de la oposición
Sin lugar a duda, hay disidencias políticas al interior del
bolivarianismo y sectores que combaten al gobierno con tanta o más fiereza que
a la oposición: exministros de Chávez, grupos de izquierda radical y
trotskista, generales y altos oficiales en retiro (chavistas) que no vacilaron
en apoyar al referéndum revocatorio de Maduro. No todo el chavismo apoya a
Maduro, pero, obviamente, menos aún a la MUD
En 18 años de gobiernos bolivarianos se llevaron a cabo 18 elecciones,
pese a lo que el chavismo ha estado bajo permanente sospecha antidemocrática
por parte del poder mediático hegemónico. Además, en reacción a las continuas
derrotas electorales, la oposición ha reaccionado organizando acciones
desestabilizadoras como el golpe cívico-militar en el 2002, el paro petrolero
en 2002-2003 y las más recientes medidas de desestabilización con “guarimbas”
callejeras desde 2014.
Con la prioridad económica establecida (garantizar el abastecimiento
de alimentos y medicinas) el referéndum revocatorio o el juicio político a
Maduro ya lucen un asunto del pasado y hoy la oposición duda sobre lograr un
acuerdo político que permita, a través de una enmienda constitucional,
adelantar las elecciones generales para finales de 2017. O sea, un año más de
gobierno para Maduro.
La oposición tiene experiencias que ponen en duda su poderío real (y
no el virtual, que es inmensamente mayor, sobre todo en el exterior) y recuerda
que en 2003, tras el golpe de Estado frustrado al presidente Hugo Chávez –con
el apoyo, entonces, de la OEA- se instaló una mesa de diálogo, que allanó el
camino para un referéndum revocatorio de su mandato. En ese año, Chávez redobló
sus exitosos programas sociales y elección tras elección gobernó con altísima
popularidad hasta el día de su muerte.
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