El 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París sobre cambio climático. Mirando los datos reales, los festejos por este “logro” parecen un teatro del absurdo.
Silvia Ribeiro / LA JORNADA
Abundan afirmaciones
engañosas de fuentes oficiales y empresariales para desviar la atención de la
gravedad del caos climático, dando así coartada y protección a quienes lo han
causado: transnacionales de energía (petróleo, gas, carbón), agronegocios, construcción,
automotrices; y el 10 por ciento de la población mundial más rica que con su
sobreconsumo es responsable de 50 por ciento de las emisiones de gases de
efecto invernadero.
El primer objetivo del
acuerdo es “mantener el aumento de la temperatura media mundial [para el año
2100], muy por debajo de 2º C respecto de los niveles preindustriales y
proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1.5º C… ”
Pero la misma semana que
entró en vigor el Acuerdo de París, el Programa de Naciones Unidas para el
Medio Ambiente publicó el informe Brecha de emisiones 2016, donde señala
que con el actual curso de emisiones, habrá un aumento de 1.5º C, ya en 2030 o
antes. Agrega que sumando los “compromisos” oficiales que han declarado los
gobiernos a la Convención sobre Cambio Climático, la temperatura aumentará 3.5º
C hasta fin de siglo. (http://tinyurl.com/jr3n9mk).
¿Por qué dos organismos
de Naciones Unidas dan mensajes tan contradictorios? Para empezar el Acuerdo de
París pone una meta “ideal” –que se propagandea y festeja como si fuera real–
pero permite que cada país haga contribuciones voluntarias de reducción
de emisiones llamadas Contribuciones Previstas Determinadas a nivel nacional.
No son vinculantes, no obligan a tomar medidas para cambiar el curso de la
crisis climática y, peor aún, lo que declaran ni siquiera son necesariamente
reducciones reales (en sus fuentes y por parte de quienes se benefician con el
consumo), porque la “contribución” de muchos de los principales países emisores
no es tal: se basa en gran parte en mecanismos fallidos como mercados de
carbono y tecnologías no probadas ni viables.
El artículo 4.1 del
Acuerdo de París agrega que para cumplir los objetivos, se propone que “las
emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo
antes posible (…) y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones
de gases de efecto invernadero (…) para alcanzar un equilibrio entre las
emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción antropógena por los
sumideros en la segunda mitad del siglo...”
Si las metas son
teóricas, la forma de llegar a ellas que establece el acuerdo es surrealista:
primero se puede seguir emitiendo –hasta alcanzar un punto máximo o “pico” que
no se define cuánto es– y luego hay que reducir rápidamente (lo cual no se
podía hacer antes, pero al alcanzar el pico mágicamente sí se podrá) y luego,
continúa sin hacer reducciones, sino que se trata de “alcanzar un equilibrio”
entre emisiones y absorción “antropógena”, o sea, por medios tecnológicos, no
naturales.
Esta última parte es
particularmente perniciosa, porque justifica el concepto fraudulento de “cero
emisiones netas” o hasta negativas. No son reducciones sino compensaciones, es
decir, contabilidad no realidad. Presupone que se puede seguir aumentando la
emisión de gases de efecto invernadero porque se “compensarán” con tecnologías
de “emisiones negativas”.
Las tecnologías a las que
se refieren mayoritariamente son captura y almacenamiento de carbono en fondos
geológicos y bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (CCS y BECCS
por sus siglas en inglés), ambas consideradas técnicas de geoingeniería. En sí
mismas conllevan riesgos importantes –todos los estudios recientes sobre BECCS
muestran que las plantaciones para bioenergía en la escala requerida tendrán un
impacto devastador en suelos, agua, ecosistemas y producción de alimentos. CCS
es una vieja técnica de la industria petrolera que no se usa porque es cara e
ineficiente: se llamaba antes Recuperación Mejorada de Petróleo pero cambiaron
el nombre para venderla como tecnología para el cambio climático. Se trata de
inyectar CO2 para empujar a la superficie reservas profundas de
petróleo y dejar el carbono en el suelo. No es técnica ni económicamente viable
–tampoco sirve para el cambio climático porque aumenta el consumo de petróleo–
pero si se paga con subsidios públicos, es un jugoso negocio para las empresas
que causaron el problema. Cuando en unos años sigan sin dar “emisiones
negativas” y el planeta se siga calentando, dirán que para enfriarlo sólo
quedan otras formas aún más riesgosas de geoingeniería.
Lo más cruel de este
teatro es que el problema del caos climático es real, nos afecta a todos, se
conocen claramente las causas y responsables, pero la mayoría de las propuestas
oficiales y empresariales son falsas “soluciones”. Por el contrario, muchas
organizaciones y movimientos sociales muestran que hay gran diversidad de
alternativas que funcionan, son viables y benefician a la mayoría de la gente y
el planeta. La más fuerte por su alcance y capacidad de contrarrestar el cambio
climático son los sistemas agroalimentarios campesinos, agroecológicos y
locales. Pero también energías renovables con las comunidades, sistemas de
basura cero, recuperar ferrovías, buen transporte colectivo de bajas emisiones
y muchas otras. Cada una no es suficiente, pero juntas tienen un enorme y
potencial real, viable económica, ambiental y socialmente. Lo criminal es
seguir con el mismo modelo de producción y consumo, aumentar la civilización
petrolera, su devastación ambiental y social y sus dueños hagan nuevos negocios
con tecnologías para “compensarlos”.
*Investigadora del Grupo ETC.
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