Centroamérica,
una región marginal en la marginalidad latinoamericana, ha tenido
históricamente una atención especial de los Estados Unidos por su posición
geográfica. Donald Trump, el obtuso, sabe en donde está: es en donde construyó
su torre. Pero eso no significa ninguna ventaja.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-Costa Rica
Donald Trump y el expresidente Ricardo Martinelli, en la inauguración de la Torre Trump en Panamá. |
En
julio de 2011 se inauguró en Panamá la Torre Trump que, hasta el 2012, fue el
edificio más alto de América Latina. Forma parte del horizonte de rascacielos
que ha cambiado el perfil de Ciudad de Panamá a partir del año 2000, producto
de un boom inmobiliario resultado en
buena medida del lavado de dinero. La ciudad de los rascacielos, apenas
habitada en un 30% de su capacidad, tiene como emblema el hotel de Trump,
parecido en su arquitectura, que recuerda una vela, al Málaga de Qatar, otra
ciudad que, al igual que la centroamericana, sucumbirá en fecha no muy lejana.
Qatar será devorada por la arena como las pirámides de Egipto, y los
rascacielos panameños se oxidarán inexorablemente frente al Océano Pacífico.
Si no
fuera porque participó en la inauguración de su torre, seguramente Trump no
sabría ni dónde está Centroamérica. Para él, como para muchos de sus
compatriotas, lo que hay al sur del Río Bravo son mexicans que comen tacos y duermen una eterna siesta a la sombra de
un nopal.
Antecesores
suyos no tuvieron mayores conocimientos sobre nosotros. Para ser justos, hemos
de consignar una excepción: Ronald Reagan. El señor Reagan, con su peinado a lo
Hollywood y voz aterciopelada dijo ser un Contra, mientras sonreía a las
cámaras acompañado de uno de los mercenarios que financiaba con dinero del
tráfico de armas para Irán.
Donald
Trump forma parte de la estirpe inaugurada por Reagan y, en relación con
Centroamérica, poco se diferencia de ellos. Fuera del Panama Canal, los mexicans que
les llegan y el tráfico de drogas que pasan por nuestras tierras y que su
entorno consume, sabe poco de nosotros.
Nuestras
pequeñas oligarquías lo ven sentándose próximamente en la silla presidencial
norteamericana y se ponen a temblar. Sacan cuentas y se siente engañados.
Resulta que precisamente en los años de Ronald Reagan les vendieron un paquete
por el que se han quebrado el lomo y han empeñado su prestigio durante ya más
de treinta años.
Ese
paquete se llama Consenso de Washington y, para no hacer largo el cuento,
consignaremos aquí uno de sus eslóganes centrales: “¡Que no nos deje el tren de
la globalización!”.
Amparados
como estuvieron estos señores en tal arrebato de combate “se abrieron al
mundo”, y la culminación de tal apertura fue el Tratado de Libre Comercio entre
Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana, sintéticamente conocido
como “el” TLC, el cual no ha hecho sino quintuplicar el déficit de la región
con ese país.
Y
ahora resulta que viene el tal Trump y se deja decir en campaña que los
mentados tratados de libre comercio no le simpatizan. “¡Dios mío! (algunos
dicen: Oh, my God!), pero ¿en qué mundo estamos?”, y se rasgan las vestiduras
viendo cómo las maquileras, a las que tanto les cuesta competir con la mano de
obra barata (“¡regalada!”) de China, pueden esfumarse.
Así
de serias están las cosas en Centroamérica; pero ojalá ahí terminaran: está el
tema de lo mexicans centroamericanos.
Especialmente en el Triángulo Norte de Centroamérica han apostado por las
remesas de quienes no teniendo otra opción migran en pos del american way of life. El 17% del PIB de
El Salvador y Honduras y el 15% del de Guatemala se sustenta en ellas. Y
entonces, ¿qué pasará si empiezan las deportaciones masivas?
De
este problema, la otra cara de la moneda lo ven en Costa Rica: “¿será que se
van a venir para acá?” La Nación, periódico portavoz de lo más rancio del
pensamiento neoliberal en este país, ya se lo pregunta, y hace entrevistas
amañadas a “especialistas” que, con ojos desorbitados, pintan el panorama
apocalíptico de miles de centroamericanos cruzando sus fronteras.
Centroamérica,
una región marginal en la marginalidad latinoamericana, ha tenido
históricamente una atención especial de los Estados Unidos por su posición
geográfica. Donald Trump, el obtuso, sabe en donde está: es en donde construyó
su torre. Pero eso no significa ninguna ventaja.
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