Buena parte de la prensa
hegemónica muestra hoy su pesadumbre por creer que son ellos mismos los que han alimentado a la figura de Donald Trump,
regalándole una cobertura
mediática por valor de casi 2.000 millones de dólares a Trump (contra 746
millones para Clinton, 321 millones para Sanders o 313 para Cruz).
Aram Aharonian / ALAI
Loser, perdedor, es una de las
palabras preferidas de Donald Trump. La enciclopedia estadounidense Merriam
Webster, señala que loser es una persona que no es exitosa o atractiva.
Trump llegó a decir que Jesús era “un socialista loser” porque alimentaba a los
pobres y sanaba a los enfermos: “No tengo respeto por él, no creo que sea muy
bueno como deidad. Nunca fue dueño de casinos, nunca se casó con una modelo,
como yo. Creo que está sumamente sobrevalorado”. Amén.
Loser es una
palabra que aparece permanentemente en los medios de comunicación, en las tiras
cómicas, naturalizando maneras despectivas y discrimanadoras para dominar a los
otros. No se trata de ser el mejor para eventualmente ganar, sino de ganar para
ser considerado el mejor, la falacia vigente del mercado, la ideología
mercantil-empresaria trasladada al amor, al poder político, las artes, la fama
y, sobre todo, la popularidad.
“El perdedor es el que no
gana; el ganador (winner) es el que se impone entre pares y gana (solo él) (…)
En la sociedad contemporánea, en la vida cotidiana, en la realidad concebida/
pintada/vendida y celebrada como territorio de competencia y confrontación (la
cultura generada por la ideología capitalista) solo caben ganadores (pocos) y
perdedores (todos los demás)”, señala el argentino Juan Sasturain en su Manual
de Perdedores.
Para el portal loser.com,
Trump es un loser, porque de self-made man no tiene nada: es hijo de un
constructor millonario, con palacio en Palm Beach “y un indecoroso escaqueo
para no cumplir con el servicio militar” según el diario español La Vanguardia.
Claro, además, de xenófobo, racista, misógeno.
El arco completo del
gremio liberal pensante estadounidense –señala José Steinsleger- subestimó la
profecía de los Simpson cuando anunciaron la llegada de Donald Trump en Bart al
futuro (19 de marzo de 2000). ¿Ficción, realidad? La verdadera discriminación
consiste en separar alta y baja cultura. Porque el único muro realmente
existente en Estados Unidos es el muro mental que los Trump erigieron durante
240 años.
Bastaba con mirar con la
cabeza fría el abandono que sufren millones de norteamericanos a los que les
prometen diariamente una dieta de sueño americano y apenas llegan a meterse en
la boca la sensación de ser uno más de esos loser de las
peores series, señala el español Juan Carlos Monedero.
“Entre una amiga de
los banqueros -decía Hillary Clinton que el socialismo de Sanders era un
terrible peligro- y un rico, la gente escogerá al rico. Porque saben que es el
jefe. Aún más si es hombre. Porque la estructura laboral, los anuncios, los cuidados,
el ejército, los salarios y la violencia recuerdan a cada paso que los que
mandan son los hombre. Y los ricos. Lo que pasa en nuestras sociedades es
estructural”, añade.
En los debates con
Clinton, el enfoque no estuvo tanto en la economía, las guerras, la lucha
antiterrorista o el cambio climático, sino en el sexo, las mentiras, las
videograbaciones y los correos electrónicos. Eran momentos de un éxodo de
políticos republicanos de la campaña, como resultado de declaraciones grabadas
hace una década que revelan su agresión sexual contra mujeres. Los asesores de
Trump rescataron su campaña con sexo, mentiras y videos.
Lo cierto es que las
mejoras con Barack Obama, han sido mínimas y hoy los ricos son infinitamente
más ricos y los pobres son más y más pobres. La ciudadanía estadounidense,
saturada audiovisualmente, tuvo delante un dilema difícil de digerir: elegir a
alguien que va a mandar todo al diablo, o más de lo mismo.
Y, como en los años
treinta, en una situación de desempleo, de precariedad laboral, de impunidad
política, de violencia estructural y guerra, de miedo y amenaza, los fantoches
de la extrema derecha emergen
Trump, los medios y las
redes
Buena parte de la prensa
hegemónica muestra hoy su pesadumbre por creer que son ellos mismos los
que han alimentado a la figura de Donald Trump, regalándole una cobertura
mediática por valor de casi 2.000 millones de dólares a Trump (contra 746
millones para Clinton, 321 millones para Sanders o 313 para Cruz). Lo cierto es
que sus publicistas bien sabían que cualquier información sobre él generaba una inmensa
cantidad de visitas, mejoraba todas las cuantificaciones de
audiencias.
Son muchos los
estadounidenses que desprecian la supuesta ecuanimidad de la prensa
convencional. Quieren reafirmarse en sus convicciones previas, y para eso ya
disponen de unas redes sociales que se han convertido en círculos cerrados de
partidarios y detractores. Lo cierto es que Trump tiene más seguidores en
twitter que el Wall Street Journal o el Washington Post,
que los blogs y páginas web de la llamada “derecha alternativa” (alt right)
como Breitbar.com, y de una cadena tan influyente en el debate político
como Fox News, propiedad del ultraconservador Rupert
Murdoch.
Trump se nutre de la
atención de los medios, pero también sabe que a medida que la prensa se hunde
en la estimación del público, cualquier cobertura dura de él se hace menos
creíble. Los medios principales –especialmente las televisiones, y entre
ellas CNN-se han sentido obligados a expiar el pecado de haber dado un
tiempo de cobertura excesivo a una candidato histriónico y arrogante que, no
nos engañemos, elevaba los índices de audiencia, señala Rafa de Miguel en El
País de España.
Ronald Reagan fue el
primero en darse cuenta de que, en la era de la televisión, bastaba con
suministrar imágenes atractivas para dar de comer a los informativos, y así
permitió que se lo grabara caminando por los jardines de la Casa Blanca al
helicóptero presidencial. Entre el ruido ensordecedor del motor y las aspas,
quedaban apagadas las preguntas sobre el escándalo del Irán-contras y sólo se
veía a un presidente sonriente y enérgico que saludaba a los pocos curiosos
congregados.
En este mundo paralelo
del que se nutren los seguidores de Trump, da igual que lo que se cuenta
sea verdad o no. Algunos medios hablan ya de la “era postfactual”, o de la era
“postverdad”. Los vehículos para la transmisión de los mensajes ya no son los
“medios”, sino los dispositivos móviles y la llamadas redes sociales. Nada
importan las calumnias o las injurias porque el (inexistente) código ético y
profesional de estos no tiene nada que ver con el periodismo tradicional, tal y
como se entendió y veneró en Estados Unidos liberal.
No sé de qué nos
extrañamos: es con lo que somos bombardeados todo el día en nuestras casas, en
nuestros televisores, radios, periódicos, en nuestras comunicaciones o
recepciones por internet, en las redes sociales, por intermedio de información
(incluyendo la imposición de imaginarios colectivos en esta llamada guerra de
cuarta generación, a través de mentiras, medias verdades, mensajes únicos,
golpes bajos, manipulación), publicidad y entretenimiento, llámese series de
televisión o ciberjuegos.
También es cierto que la
mitad de la población de Estados Unidos no ha leído nunca un periódico. Y la
mitad de los norteamericanos no ha votado nunca a un Presidente, como recordaba
Gore Vidal.
Aprendiendo a leer a
Donald
La victoria de Trump debe
leerse en el marco de una tendencia mundial de ascenso de movimientos
populistas con caracteres derechistas y xenófobos que se viene expresando en
Europa, EE.UU. y partes de América Latina o Asia, que en pocos meses ha
conseguido dos triunfos importantes, el del Brexit y el de Trump.
Estos movimientos
populistas derechistas están encauzando el profundo malestar existente entre
amplias capas populares contra los efectos de la globalización a través de
discursos demagógicos que señalan las soluciones en el impedimento de entrada o
expulsión de los inmigrantes y en el reforzamiento de los sentimientos
nacionalistas. Tanto EE.UU. como Europa comparten una fuerte presión migratoria
de vecinos mucho más pobres, de áreas geográficas (en el caso europeo) asoladas
por las guerras.
Esto es percibido por los
estratos de trabajadores nacionales menos cualificados como una competencia por
empleos cada vez más escasos y peor remunerados, y por unos recursos sociales
públicos en retroceso, desde el desencadenamiento de la crisis económica actual
y el desmontaje de los llamados estados de bienestar. Y, de allí, las amenazas
xenófobas relacionadas con la inmigración; los objetivos proteccionistas que
pueden variar la trayectoria de la frustrante globalización neoliberal
impulsada desde la administración de Ronald Reagan.
Junto a ello,
amenaza con una nueva arquitectura de las relaciones internacionales con
tendencia a un mayor aislacionismo y un nuevo enfoque sobre los aliados, para
hacerla más favorable a los intereses de las corporaciones estadounidenses,
sustituyendo algunos de los grandes tratados comerciales existentes o en
curso por acuerdos bilaterales dónde se impongan más nítidamente los intereses
propios. Reagan tenía en la mira a Rusia, Trump en cambio, tiene a China.
Hace “apenas” 44 años, el
chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart, escribían Para leer al Pato Donald, donde
señalaban que las historietas de la factoría Disney no sólo eran un reflejo de
la ideología de la clase dominante, sino, además, eran cómplices activos y
conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología.
En la representación del
buen salvaje, el indígena es tonto por naturaleza, no entiende el uso de
las cuantiosas riquezas con las que cuenta y por eso debe ser expoliado
de ellas. Es fácil engañarle y recibe gustoso tecnología a cambio de
los tesoros que esconde. Así, enseñaban al lector como opera la usurpación
imperialista.
El lado más peligroso
está en el Trump “populista”, que amenaza no solo a Cuba y Venezuela, sino
también a México y los migrantes, porque junto al nacionalismo interno,
puede reanimar el intervencionismo en América Latina, al estilo del cowboy
Teddy Roosevelt a inicios del siglo pasado.
Hoy debemos aprender a
leer a este nuevo Donald, deshojando la realidad virtual, para entender qué va
a pasar en nuestra América Latina, para dejar de seguir comprando espejitos de
colores.
- Aram
Aharonian es periodista y docente uruguayo-venezolano, director de
la revista
Question, fundador de Telesur, director del Observatorio
Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC).
No hay comentarios:
Publicar un comentario