Aunque ha sido en nuestros países
ubicados en la periferia capitalista en donde hemos resentido más crudamente
los efectos de esta globalización neoliberal, las clases trabajadoras y los
sectores populares de los países centrales no han estado al margen de esta
situación.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Dos procesos concomitantes del
capitalismo se dieron la mano en los últimos cuarenta años y contribuyeron,
potenciándose, a perfilar la situación actual: la globalización y el
neoliberalismo. La primera, producto de la expansión sin límites del capital
que, buscando su realización, promueve la avorazada y eterna transformación de
todo lo que toca en mercancía expandiéndose por todo el orbe; la segunda, de la
búsqueda constante de mayores cotas de productividad y rentabilidad basándose
en la explotación creciente del trabajo y la concentración del capital.
En esta situación, el engranaje
productivo del capitalismo, aceitado al máximo, se ha convertido en una
fabulosa máquina productora de riqueza material generadora de ganancias exorbitantes que, sin embargo, se
quedan cada vez más en menos manos.
Los perdedores de esta expansión
productiva y geográfica han visto atónitos como, ante sus ojos, se han venido
desarrollando estos procesos que se empezaron a gestar en su expresión
contemporánea en los años de Reagan y Thatcher y que, aunque en crisis, se ha
profundizado en los últimos años.
Las protestas han sido de muchos
tipos, desde las movilizaciones ciudadanas en las grandes urbes de los países
centrales del sistema, hasta el surgimiento de gobiernos nacional progresistas
en América Latina, que se convirtieron en un punto de atención para quienes
buscaban respuestas a la brutal acción del capital que se sentía liberado luego
de la caída del Muro de Berlín.
Aunque ha sido en nuestros países
ubicados en la periferia capitalista en donde hemos resentido más crudamente
los efectos de esta globalización neoliberal, las clases trabajadoras y los
sectores populares de los países centrales no han estado al margen de esta
situación.
Como ya se ha mostrado
insistentemente después de las elecciones norteamericanas que llevaron a Donald
Trump a la presidencia, una parte importante de la clase trabajadora votó
entusiastamente por esta opción retrógrada de derechas que, a menos de un mes
de haber salido electa, muestra con toda crudeza su perfil reaccionario.
Se trata de grupos sociales que
han quedado desocupados y marginados de la sociedad de consumo, a los que se
les esfumó el mito del sueño americano sin que a nadie del establishment le
importe, ocupados como están en salvar a los grandes capitales bancarios y
financieros.
Son grupos sociales que se han ido
transformando paulatinamente en lo que Marx llamó lumpenproletariado, y cuyas
características expuso en el capítulo V de El
dieciocho Brumario de Luis Bonaparte,
siendo una de ellas precisamente el ser portadores de ideologías conservadoras,
reaccionarias y oportunistas.
Los desesperanzados del sistema
son muchos más que estos grupos sociales, y muchos de ellos tampoco tienen la
suficiente conciencia como para apostar por un cambio como el que,
eventualmente, puede proponerles la izquierda. Muchos, como apuntó en algún
momento Leonardo Boff, protestan solamente porque se siente marginados de las
posibilidades de consumo que, como un espejismo, se les vende como la panacea,
como la consumación de la tan buscada felicidad.
Bastos sectores sociales con estas
características se han expresado o están por hacerlo en elecciones en las que
han salido o están por salir electos partidos y personajes de derecha que nos
hacen avizorar un panorama oscuro para los próximos años.
En América Latina, esta tendencia
global puede aumentar el poder de partidos políticos que han estado al acecho
del gobierno después de veinte años de experiencias nacional progresistas. No
se trata, en nuestro caso, de que haya terminado un ciclo y que empiece otro,
sino que una tendencia distinta y opuesta al nacional progresismo adquiere
fuerza y sale a flote. Tiene como sustento una base social oscilante,
ideológicamente débil, que apuesta por unos o por otros dependiendo de lo que
encuentre más viable y cercano.
La única respuesta posible es la
organización y la unidad más amplia de las izquierdas y sus aliados, pero
organización que trabaje de forma permanente y profunda la conciencia. Sin un
cambio de conciencia toda posible victoria será vana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario