El Papa Francisco tiene
un mérito innegable: sacó a la Iglesia Católica de una profunda desmoralización
debida a los delitos de pedofilia que afectaron a cientos de eclesiásticos.
Después desenmascaró los crímenes financieros del Banco del Vaticano, que involucraban
a monseñores y a gente de las finanzas italianas.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
Pero principalmente dio
otro sentido a la Iglesia, no como una fortaleza cerrada contra los
"peligros" de la modernidad, sino como un hospital de campaña que
atiende a todos los necesitados o en busca de un sentido de vida. Este Papa
acuñó la frase “una Iglesia en salida” en dirección a los demás y no a sí
misma, autofinalizándose.
Los datos revelan que el
cristianismo es hoy una religión del Tercero y Cuarto Mundo. El 25% de los
católicos viven en Europa, el 52% en América y los demás en el resto del mundo.
Esto significa que, terminado el ciclo occidental, el cristianismo vivirá en su
etapa planetaria una presencia más densa en algunas partes del mundo hoy
consideradas periféricas.
Sólo tendrá un
significado universal con dos condiciones.
La primera, si todas las
iglesias se entienden cómo el movimiento de Jesús, se reconocen mutuamente como
portadoras de su mensaje sin que ninguna de ellas pretenda reclamar
exclusividad sino en diálogo con las religiones del mundo, valorándolas como
caminos espirituales habitados y animados por el Espíritu. Sólo entonces habrá
paz religiosa, una de las condiciones importantes para la paz política. Todas
las iglesias y las religiones deben estar al servicio de la vida y de la
justicia para los pobres y para el Gran Pobre que es el planeta Tierra, contra
el cual el proceso industrial lleva a cabo una verdadera guerra total.
La segunda condición es
que el cristianismo relativice sus instituciones de carácter occidental y se
atreva a reinventarse partir de la vida y la práctica del Jesús histórico con
su mensaje de un reino de justicia y de amor universal, en una total apertura a
lo trascendente. Mantener el canon actual puede condenar al cristianismo a
transformarse en una secta religiosa.
Según la mejor exégesis
contemporánea, el proyecto original de Jesús se resume en el Padre Nuestro. En
él se afirman las dos hambres del ser humano: el hambre de Dios y el hambre de
pan. El Padre Nuestro enfatiza el impulso hacia lo Alto. Solamente uniendo el
Padre Nuestro con el Pan Nuestro se puede decir Amén y sentirse en la tradición
del Jesús histórico. Él puso en marcha un sueño, el Reino de Dios, cuya esencia
se encuentra en los dos polos, en el Padre Nuestro y en el Pan Nuestro Pan
Diario vividos en el espíritu de las bienaventuranzas.
Esto implica para el
cristianismo la audacia de desoccidentalizarse, desmachicizarse,
despatriarcalizarse y organizarse en redes de comunidades que se acogen
recíprocamente y se encarnan en las culturas locales y forman juntas el gran
camino espiritual cristiano que se suma a los otros caminos espirituales y
religiosos de la humanidad.
Realizados estos
supuestos, en la actualidad se presentan a las iglesias y al cristianismo
cuatro retos fundamentales.
El primero es
salvaguardar la Casa Común y el sistema de vida amenazados por la crisis
ecológica generalizada y el calentamiento global. No es imposible una
catástrofe ecológico-social que diezmará la vida de gran parte de la humanidad.
La pregunta ya no es qué futuro tendrá el cristianismo, sino cómo ayudará a
asegurar el futuro de la vida y biocapacidad de la Madre Tierra. Ella no nos
necesita. Nosotros sí la necesitamos.
El segundo reto es cómo
mantener a la humanidad unida. Los niveles de acumulación de riqueza material
en muy pocas manos (el 1% controla la mayoría de la riqueza del mundo) pueden
dividir a la humanidad en dos partes: los que gozan de todos los beneficios de
la tecnociencia y los condenados a la exclusión, sin esperanzas de vida o
incluso siendo considerados subhumanos. Es importante afirmar que tenemos una
sola Casa Común y que todos somos hermanos y hermanas, hijos e hijas de Dios.
El tercer desafío es la
promoción de la cultura de la paz. Las guerras, el fundamentalismo político y
la intolerancia frente a las diferencias culturales y religiosas pueden llevar
a niveles de violencia de alto poder destructivo. Eventualmente pueden
degenerar en guerras mortales con armas químicas, biológicas y nucleares.
El cuarto desafío se
refiere a América Latina: la encarnación en las culturas indígenas y
afroamericanas. Después de haber casi exterminado las grandes culturas
originales y esclavizado a millones de africanos, es necesario trabajar para
ayudarles a rehacerse biológicamente, a rescatar su sabiduría ancestral y a ver
reconocidas sus religiones como formas de comunicación con Dios. Para la fe
cristiana el reto consiste en animarles a hacer su síntesis con el fin de dar
lugar a un cristianismo original, sincrético, africano-indígena-latino-brasilero.
La misión de las
iglesias, de las religiones y de los caminos espirituales es alimentar la llama
interior de la presencia de lo Sagrado y lo Divino (expresado en millares de
nombres) en el corazón de cada persona.
El cristianismo, en la
fase planetaria y unificada de la Tierra, posiblemente se constituirá en una
inmensa red de comunidades, encarnadas en las diferentes culturas, dando
testimonio de la alegría del Evangelio que promueve ya en este mundo una vida
justa y solidaria, especialmente para los más marginados, que se completará en
la culminación de la historia.
En la actualidad, nos
corresponde a nosotros a vivir la comensalidad entre todos, símbolo anticipador
de la humanidad reconciliada, celebrando los buenos frutos de la Madre Tierra.
¿No era esta la metáfora de Jesús cuando hablaba del Reino de vida, de justicia
y de amor?
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