Ya ha pasado cerca de un año desde la asunción del nuevo gobierno, y las promesas de cambio han sido solo eso: promesas. ¿Habrá que esperar que Santa Klaus traiga esos cambios como regalo navideño?
Marcelo Colussi / Para para Con
Nuestra América
Desde
Ciudad de Guatemala
Si así fuera, vamos mal. Los cambios sociales no dependen
nunca, no pueden depender, de una persona. Los cambios sociales son producto de
las sociedades, de las grandes masas que hacen la historia, nunca jamás de
individuos. El año pasado se nos “vendió” la idea -en el peor sentido de la
palabra- que con la llegada de Jimmy Morales a la presidencia cambiaban las
cosas. Casi un año después de ese montaje vemos que no cambió absolutamente
nada.
1) Ahora puede verse claramente que las movilizaciones del
año 2015 no fueron reales alzamientos populares, espontáneos, nacidos como
reacción a una injusticia. Fueron producto de una muy sopesada operación
político-mediática impulsada por el gobierno de Estados Unidos. La misma, que
podría considerarse como un experimento de guerra psicológica repetido luego en
otras latitudes (Argentina, Brasil, Bolivia), consistió en colocar a la
corrupción como el principal problema a resolver en la sociedad guatemalteca.
Es preciso decir que la corrupción, en sí misma un problema, no es causa sino efecto
de problemas estructurales mucho más complejos. Atacar la corrupción es
quedarse solo en el síntoma. Y eso es lo que se hizo: sumamente llamativo que
el embajador de Estados Unidos se pusiera al frente de estas movilizaciones,
por ejemplo. ¿Desde cuándo a ese gobierno le preocupa el tema de la corrupción
en Guatemala? “Revoluciones de colores”, se les llamó en Europa del Este.
Manipulación de los sentimientos de la clase media urbana, podría decirse aquí.
La protesta popular contra la corrupción consistió en ir a cantar el himno
nacional en la plaza, y no pasó de ahí. Las verdaderas protestas -las luchas
campesinas contra la industria extractiva, las reivindicaciones de los
trabajadores- continúan invisibilizadas.
2) Esas protestas, que evidenciaron un descontento
profundo en la población, no fueron más allá de un nivel de indignación que
terminó con la salida del Ejecutivo de presidente y vicepresidenta.
Eventualmente podrían haber ido más lejos, pero no fue así. Ello deja ver la
falta de organizaciones de izquierda que puedan ponerse al frente de las
luchas. Los años de represión desbarataron las organizaciones populares, y hoy
por hoy no existe un proyecto político alternativo en el que la gente puede
confiar. La izquierda está maniatada, fraccionada, cooptada por el discurso de
la democracia representativa o por la cooperación internacional.
3) Pasado el calor de las protestas (inducido en buena
medida con perfiles falsos desde redes sociales), la salida a la crisis
planteada fue manejada por los factores de poder (embajada de Estados Unidos y
alto empresariado nacional) “inventando” la figura de un presidente no corrupto
que podría funcionar como propuesta de alternativa. Así surgió Jimmy Morales,
quien “actuó” de candidato presidencial renovado, apelando a su profesión de
comediante. Pasado ya cerca de un año de su mandato, puede verse que está
“actuando” un papel -para el caso, el de presidente honesto- sin mayor pena ni
gloria. La corrupción no ha desaparecido de la escena política nacional, y nada
indica que vaya a desaparecer. Y los problemas estructurales reales del país
persisten inalterables: 50% de la población vive en pobreza, la tenencia de
tierras está hiper concentrada en pocas manos, la brecha entre quienes más
tienen y los desposeídos es de las más grandes del mundo, continúa el hambre
(Guatemala es el segundo país en desnutrición en Latinoamérica: 5 de cada 10
niños sufren desnutrición crónica), sigue el analfabetismo, el salario básico
cubre apenas una tercera parte de la canasta básica, y la migración en
condiciones de absoluta precariedad sigue siendo la única salida para las
grandes masas empobrecidas (200 personas diarias parten buscando el “sueño
americano”). Es más que evidente que la lucha contra la corrupción no es sino
un distractor.
4) Todo ello demuestra que los verdaderos cambios sociales
no pueden venir de un determinado presidente, de una administración. Esas son
circunstanciales modificaciones cosméticas, pasajeras. Solo los pueblos
organizados cambian la historia. Si pensamos en “regalos navideños” (como puede
haber sido la oferta electoral de un supuesto “no corrupto” tal como Jimmy
Morales -o cualquier otro para el caso-), no se podrá tener una solución real.
Los cambios sociales no son regalos navideños. Además, si esperamos esos dones,
no tenemos muchas esperanzas concretas, ya que para este año parece que está en tela de juicio la llegada de
Santa Claus, que no tendría cómo venir.
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