Trump ha navegado toda su vida entre la ilegitimidad y la discutible
legalidad de sus negocios; como presidente se sentirá más protegido, pero
estará más expuesto también. Es probable que se haya metido él solo en una
trampa y que lo sepa.
La idea de que el futuro está hacia adelante es una construcción
imaginaria, como casi todo, y procede de la acción de caminar. Pueblos más
contemplativos consideraban que el tiempo fluía desde nuestras espaldas, razón
por la cual sólo el pasado se puede ver, no el futuro. Por el pasado juzgamos
lo que puede estar por pasar, pero con frecuencia vemos aparecer dragones,
unicornios y todo tipo de seres y hechos inesperados.
Nadie puede ver el futuro como vemos el pasado, y quizás por esta
razón se deba que el solo intento de predecirlo resulta antipático, sino
arrogante. Pero no deja de ser un ejercicio necesario. Empecemos echando una
mirada al pasado, que no siempre es del todo nítida.
El llamado nacionalismo islámico que vemos hoy no era tal a mediados
del siglo pasado cuando muchos gobiernos de grandes países de África del Norte
y Medio Oriente eran seculares y en algunos casos también eran democráticos.
Sólo que tuvieron la suertedesgracia de estar sobre grandes reservas de
petróleo. Fueron las potencias occidentales las que jugaron un rol decisivo
interviniendo, destruyendo sus precarias democracias y estimulando el
nacionalismo étnico y religioso a fuerza de humillaciones. La inestabilidad y
las guerras civiles y militares terminaron desplazando a millones de personas,
una parte menor de ellos hacia Europa.
Paradójicamente, este proceso fue, a su vez, la principal causa de la
actual ola de nacionalismos de esas mismas potencias occidentales que,
obviamente, toman su inspiración de sus propios pasados, desde las Cruzadas y
la Inquisición hasta los fascismos de la convulsionada Europa de los años
treinta y cuarenta. Para bien y para mal, Europa y Estados Unidos crearon esa
globalización que ahora rechazan por catastrófica para la existencia de sus
“esencias nacionales”; se sienten invadidos por los inmigrantes de piel oscura
y religiones falsas, robados por el libre mercado que ellos mismos impusieron
por generaciones a fuerza de cañón y conspiraciones.
Esta ola de nacionalismos en las potencias militares del mundo (Rusia,
Europa, Estados Unidos) se extenderá a otras regiones del mundo como India,
China, Japón y, probablemente con menos fuerza, a la región menos nacionalista
del mundo: América Latina. Así se comenzará a construir un orden altamente
inestable, proclive a nuevas guerras al estilo del siglo XX.
En Estados Unidos, el presidente electo Donald Trump no cumplirá
completamente ninguna de sus promesas electorales pero en su intento por
hacerlo se encontrará con resultados contradictorios.
Al principio de su mandato, la economía mostrará signos de fortaleza.
El parámetro más tradicional y engañoso, el PIB, recibirá un estímulo de no
menos tradicionales medidas de la escuela Reagan-Bush (ej. recortes de
impuestos), las que en su tiempo mejoraron la economía y aumentaron la pobreza
(1981-1993). Por no hablar de los logros del segundo Bush (2001-2009). Pero
también aumentarán la inflación y, en consecuencia, la tasa de intereses de la
FED, lo cual fortalecerá el dólar haciendo las exportaciones estadounidenses
más caras para el resto del mundo y aliviando las industrias del llamado Tercer
mundo.
Los intentos de aislacionismo nacionalistas, paradójicamente,
aumentarán la agresión internacional de las viejas potencias, ya que dejarán
espacios libres a otros protagonistas, como China, para ocupar los mercados
vacantes. China necesitará hacerlo desesperadamente, ya que la estabilidad
social de su sistema depende de su economía y ésta será seriamente amenazada
por una población envejecida. Los inmigrantes serán la peor solución para un
sistema comunista autoritario, cerrado a su propia sociedad y abierto al
capitalismo que no lo amenaza sino que lo sostiene, como lo ha hecho antes con
muchas otras dictaduras de derecha en América latina.
Habrá una recesión económica en el primer periodo de Trump, lo cual
creará tensión ideológica y étnica: por un lado los demócratas se beneficiarán
en la disputa dialéctica y por el otro Trump responderá con la creación de
dicotomías y conflictos internos y externos, al mejor estilo Vladimir Putin.
Dentro de Estados Unidos la antigua herida producida por la guerra
civil del siglo XIX se abrirá y sangrará como nunca antes. El sistema electoral
que llevó a Trump a la presidencia habiendo perdido la elección general por dos
millones de votos, fue creado para preservar los intereses del sistema
esclavista del siglo XVIII; ese mismo pasado sobrevive de muchas otras formas.
En el exterior, los conflictos en Medio y extremo Oriente servirán
para disimular los problemas económicos y sociales internos.
Como consecuencia, nuevos movimientos al estilo de los años sesenta
contra la guerra de Vietnam surgirán de forma más organizada y, en casos,
violenta.
A largo plazo, el futuro de Donald Trump es oscuro. Su presidencia
estará marcada por los escándalos, esta vez sin el apoyo y la impunidad de una
población que quiso castigar a los políticos con alguien peor, con un falso
profeta. Grupos cada vez más radicales de corte neonazi y confederados,
legitimados y luego marginados por un líder que prometió e incumplirá tanto
como presidente improvisado como lo hizo como empresario con un lago historial
de bancarrotas y manipulaciones legales.
Trump ha navegado toda su vida entre la ilegitimidad y la discutible
legalidad de sus negocios; como presidente se sentirá más protegido, pero
estará más expuesto también. Es probable que se haya metido él solo en una
trampa y que lo sepa.
Su partido perderá la mayoría en al menos una de las cámaras del
congreso y él mismo se enfrentará a intentos de impeachment, no solo por sus
propios méritos sino por el deseo de los conservadores de dejar a Mike Pence en
el poder, un personaje menos payasezco y un conservador mucho más radical, al
mejor estilo Savonarola.
México sentirá la incertidumbre de un Gran Hermano más inestable y más
hostil. Su comercio sufrirá al comienzo y más tarde sus industrias se verán
beneficiadas por el peso barato. Los mexicanos pobres se repartirán entre
nuevos puestos de trabajo en su país y el estímulo de un dólar fuerte del otro
lado. En cualquier caso, la reducción de la inmigración ilegal presionará aún
más la inflación en Estados Unidos y la caída de competitividad de sus
manufactureras que deberán radicalizar el proceso de automatización y despidos
de trabajadores --votantes de Trump.
Si no se produce un conflicto sangriento, dentro o fuera de fronteras,
Trump no será reelecto en 2020. Un candidato joven de la izquierda sucederá al
senador Bernie Sanders y explotará cierto grado de nostalgia por los años de
Obama que, luego del descrédito inicial en la Era Trump, comenzará a crecer en
las décadas por venir.
Nuevas formas de organización sociales alejadas de las redes sociales
buscarán convertir al espectador (apasionado, pasivo y acrítico) de las redes
en protagonistas circunstanciales de la historia.
A más largo plazo, este orden basado en nacionalismos étnicos en un
mundo globalizado, es suicida. Si sobrevivimos como especie a la catástrofe
ambiental, acelerada por los negacionistas, y a las nuevas guerras tribales, la
humanidad volverá al camino de la consolidación de una conciencia más global,
de una justicia internacional y de democracias más directas y más responsables.
Aunque, claro, con demasiada frecuencia, hasta el más humilde
optimismo sobre la especie humana suele probarse exagerado.
*Escritor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y otras
novelas.
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