Cuando el presidente de
EEUU, Barack Obama, visitó La Habana hace apenas unos pocos meses, sentía que
cada uno de sus movimientos era seguido por la mirada atenta del comandante en
jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro R. Al lado del líder cubano, todos
los aguerridos guajiros de la isla mayor de las Antillas estaban vigilantes.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Detrás de Obama hay una
historia cincuentenaria de invasiones, asaltos, agresiones económicas y
humanitarias que le han costado a los cubanos vidas, bienes y felicidad. Un
total de 11 presidentes norteamericanos han hecho todo lo posible por acabar
con la Revolución cubana. Incluso, antes del triunfo de la Revolución, durante
60 años, EEUU sometió a la isla a una especie de protectorado al servicio de
las mafias que controlan el tráfico de ‘blancas’, de ‘drogas ilícitas’ y armas
de guerra (aún activas en Norte, Centro y Sur América).
Fidel ha muerto, pero
la Revolución sigue viva y es a través de este proceso que mueve a millones de
cubanos y a miles de millones de mujeres y hombres en todo el mundo, que el
comandante seguirá vigilante y su voz se escuchará por muchas generaciones por
venir. Existe la falsa idea en Wall Street, y en las mentes de quienes explotan
a los pueblos del mundo, que pueden derrotar a la Revolución cubana penetrando
su economía con promesas de espejitos. A cambio de juguetitos, los cubanos
deben entregar su soberanía a Washington y, de paso, el gobierno a los
especuladores cubanos que ladran sin cesar desde Miami.
Durante su visita a La
Habana, el presidente Obama dijo que, “vine aquí para dejar atrás los últimos
vestigios de la guerra fría en las Américas. Vine extendiendo la mano de
amistad al pueblo cubano”. Fidel le respondió “no, muchas gracias”, en una
carta publicada posteriormente. El comandante cubano agrego que “no necesitamos
que el imperio nos regale nada. Nuestros esfuerzos serán legales y pacíficos,
porque es nuestro compromiso con la paz y la fraternidad de todos los seres
humanos que vivimos en este planeta”.
Obama abandona la Casa
Blanca en apenas siete semanas. Se lleva con él su estilo de política exterior.
En su lugar, aparecerá en Washington el actual presidente-electo, Donald Trump.
Tiene un estilo totalmente diferente. El objetivo sigue siendo el mismo:
Destruir la Revolución cubana. En vez de la llamada ‘política suave’, Trump
inaugurará su estilo de ‘política dura’. Cuestionará todo lo hecho por Obama
mediante ‘órdenes ejecutivas’ y amenazará con suspender las relaciones
diplomáticas así como las pequeñas ventanas abiertas a los viajeros
norteamericanos con destino a Cuba.
Definirá su comercio
exterior – incluyendo inversiones en el extranjero – sobre la base de la
lealtad política. Con Trump surge la pregunta si su política exterior será
diseñada sólo para beneficiar a la fracción de la clase capitalista que
controla el Congreso y las oficinas del poder ejecutivo. Puede también estar
orientada a apoyar sus propios intereses como especulador.
En 1998, un consultor
de Trump viajó a La Habana con una propuesta para abrir una cadena de hoteles,
con casinos, clubes y acceso a playas. El gobierno cubano lo rechazó sin
mayores consideraciones. ¿Estará el presidente-electo de EEUU pensando en
negocios de este tipo? ¿Qué puede ofrecer a cambio? ¿Le pagará a Cuba los miles
de millones de dólares que le debe por daños y perjuicios a la economía de la
isla? ¿Piensa devolver la bahía de Guantánamo que ocupa ilegalmente? ¿Levantará
el bloqueo contra la isla?
Trump le recuerda a sus
amigos y enemigos, dentro y fuera de EEUU, que es un ‘dealer’. Es decir, un
negociador. Se cree el mejor negociador del mundo. Al pueblo norteamericano le
prometió que una vez en la Casa Blanca haría los mejores negocios para crear
más empleo y hacer a “EEUU grande nuevamente”.
Fidel falleció, pero ya
le recordó a Trump (cuando le escribió a Obama) que todos los cubanos no se
olvidan del “bloqueo despiadado que ha durado ya casi 60 años”. Que “nadie se haga la ilusión de que el pueblo de
este país renunciará a la gloria, a los derechos y a la riqueza espiritual que
ha ganado con el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura”.
“Somos capaces de
producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el
esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo. No necesitamos que el imperio nos
regale nada”.
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