Las decisiones de Estado no se pueden apoyar solamente en el aislamiento, requieren de políticas de sostenibilidad que garanticen la vida plena de la sociedad panameña.
Enoch Adames M. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Pese a la gramática militar en uso –“estamos en guerra”—, la caracterización correcta es que estamos frente a una catástrofe. El problema de la analogía militar es que se le otorga al virus, acción e inteligencia, se escamotea su origen y se criminaliza al portador (Alba Rico). Lo cierto es que con esta metáfora se induce la intolerancia y además se fomenta la insolidaridad al prójimo portador. Hemos presenciado con indignación situaciones lamentables de esta naturaleza.
Por su origen, y pese a las consecuencias de alta letalidad que la pandemia tiene en el ser humano y en la sociedad en su conjunto, los virus— el SARS-CoV en el 2002 y ahora Covid 19, por ejemplo) — están asociados a la pauperización de sociedades enteras. Es el resultado de una modernidad capitalista de acumulación y consumo insaciable que está provocando devastación en el ecosistema del planeta; como también, la sistemática desarticulación social de nuestras sociedades.
Sin embargo, son en estas situaciones límites donde se exigen explicaciones que nos faculten actuar con racionalidad; y con ello, tomas de decisiones que reduzcan al máximo concepciones alucinadas de comportamiento político-social. En este sentido es crucial orientar perspectivas explicativas que nos permitan avanzar hacia una sociedad panameña informada y en conocimiento.
La sociedad del riesgo
La sociedad del riesgo es parte del legado teórico de Ulrich Beck (1944-2015) que, en nuestra opinión, contribuye abrir hacia adelante el espacio explicativo de las ciencias sociales y nos acerca al conocimiento de estos momentos límites de una destructiva modernidad avanzada y de la globalización neoliberal que la acompaña. Etapa donde pareciera que no hay certezas y todo es incertidumbre. Por supuesto que están como antecedentes, los modelos explicativos de Marx y Weber.
No obstante, de manera contemporánea, Beck propone el concepto de “sociedad del riesgo” y cuya tesis esencial se formula como: “la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos”. Es el momento, según Beck, en que el proceso de modernización técnico productivo produce un crecimiento exponencial que volatiliza cualquier prevención ética y libera, cual caja de pandora, riesgos y potenciales autoamenazas en una escala no conocida hasta ese momento. Y agregamos, que han sido las concepciones neoliberales de sociedad y mercado las que han coadyuvado a este límite.
Por qué juzgamos en este momento las políticas neoliberales, porque estas políticas también son parte de la definición del riesgo hoy. La acción política y económica neoliberal está fundada en la mercantilización de todos los componentes sociales e institucionales que hacen sostenible la reproducción de la vida en sociedad. Esta ideología ha construido relaciones de poder y de riqueza organizada en la fantasía de una prosperidad colectiva basada en la razón de mercado. En esta relación de mercado, el ser social ha sido despojado de su condición humana, vaciado de subjetividad y acción política, convirtiéndolo en una mercancía cuya historia y porvenir está regido por el capital.
No hay certezas
Retomar reflexivamente la modernidad como modo de vida es crucial, La modernidad es muchas cosas, entre otras: razón y racionalidad. Individuos portadores de razón (Kant) y una sociedad orientada por la racionalidad, por una racionalidad técnica o instrumental (Weber).
Sin embargo, así como el arado en las sociedades agrarias iba más allá de su utilidad productiva; igual que la máquina de vapor para los inicios de la sociedad industrial; la microelectrónica-informática-computación, permea a la sociedad de la modernidad avanzada produciendo transformaciones: tanto en la organización productiva, en la estructura social; como también, en las “fuentes de certezas de que se nutre la vida” (U. Beck).
Certezas que en algún momento se transforman en la convicción irrefutable que la vida está regida por una lógica técnica, y que ésta es infalible. Sin embargo, la modernidad produce también la otra cara de la moneda: el proceso de modernización de nuestras sociedades, en su desenvolvimiento técnico-económico se vuelve también reflexivo. Esto es, se toma a sí mismo como tema y problema (U. Beck).
En “el reparto y los conflictos de reparto en torno a la riqueza producida socialmente” como manifiesta Beck, se produce la confrontación de diversos pensamientos y actuaciones de seres humanos en sociedades orientados por la evidencia de la miseria material, por la “dictadura de la escasez. Esto se produce en momentos en que la propia modernización ha liberado fuerzas destructivas en una escala nunca imaginada y que dejan a la inteligencia humana postrada ante el asombro. Esto sucede con la crisis sistémica, y en ella la fuerza destructiva de la pandemia.
La crisis sistémica
El Covid 19, al igual que el Ébola, gripe porcina, aviar, el MERS-Cov (2012), o el SARS-CoV (2002), son coronavirus que producen infecciones respiratorias graves, cuyo origen está en animales infectados y que se trasmiten entre animales y de estos a los humanos. Estos virus se incuban en mega granjas de actividad intensiva; como también, del comercio de animales salvajes. Fuera de su hábitat, el virus se comporta como un patógeno y desencadenan estas epidemias. (Carmen San José Pérez),
No obstante, la pandemia es también la expresión de una crisis ecológica que tiene en la destrucción de la naturaleza, en la explotación de recursos naturales que intensifican la desforestación, la degradación del suelo y el deterioro ambiental, el proceso de destrucción global que ha impactando en el hábitat natural de muchas especies. Transformación que “ha permitido que entren con mayor frecuencia en contacto animales salvajes y personas, a través del comercio y el consumo” (Carmen San José Pérez).
Carencias y pandemia
En la sociedad de las carencias, las políticas neoliberales refuerzan las acumulaciones sociales que se distribuyen a través de un sistema socioeconómico, que jerarquiza tanto las riquezas como las miserias. A esta jerarquía de desigualdades se agregan y se refuerzan, entre otras, las de etnia y las de género. En la economía neoliberal de mercado, los “blindajes” y las vulnerabilidades socioeconómicas están desigualmente repartidas: el acceso a la riqueza, el ingreso, el empleo, educación, salud y servicios, constituyen la jerarquía de ventajas o fragilidades sociales.
En este nivel de escala en que se expresa la pandemia, se pone de manifiesto la insuficiente inversión que hemos hecho en la condición humana de los panameños y panameñas. También, en la necesidad de tomar consciencia de la importancia de la cohesión social—integración por medio del trabajo decente, salud, educación y servicios de calidad—, como la única garantía para poder enfrentar las crisis. Especialmente a crisis como ésta, que ha puesto en la primera fila del riesgo a quienes al final crean la riqueza de la sociedad, los trabajadores y sus familias.
Corolario
La catástrofe que vivimos hoy ha violentado las más elementales prácticas de afecto: el saludo de mano, los abrazos, los besos, etc. Ha volatilizado como un rayo, todas las situaciones que nos hacen una comunidad humana. Sin embargo, los riegos se reparten de la manera en que está divida la sociedad.
La pandemia es también la crisis de la desigualdad, donde la salud colectiva está en riesgo, pero no todas las personas la padecen por igual. La falta de agua en muchas comunidades, la inestabilidad del empleo, la sobrevivencia de quienes no tienen empleo, los niños y niñas cuya alimentación la garantiza el estado en las escuelas. etc. Panamá nunca será la misma, y la nueva Constitución que garantice un nuevo pacto social y político emergerá tarde o temprano, con la fuerza de un huracán.
El autor es Profesor de Sociología. Universidad de Panamá.
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