No estamos ante el fin del mundo (una percepción catastrófica que suele infiltrarse sigilosamente), sino en la fase terminal de una época y en el comienzo de otra que debe ser mejor. Y eso depende de nosotros. El reto es descifrar cuáles son los cambios requeridos y aprender a apreciar los avances.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
El mundo no aguanta más. Esta parece ser la frase que se deriva de los acontecimientos que han tenido lugar en el escenario mundial los últimos días, semanas y meses. Eso indica la sucesión de revueltas ciudadanas (Hong Kong, Francia, Irán, España, Chile, Colombia, Ecuador, etcétera), la rebelión e indignación de las mujeres (la más profunda), la crisis climática que en 2019 se presentó con incendios forestales en Siberia, la Amazonia, California y Australia y las altas temperaturas récord, y en la actualidad la crisis sanitaria representada por la expansión del coronavirus y sus impactos sobre los mercados financieros. La crisis del sistema, es decir, la crisis de la civilización industrial, aumenta su temperatura de ignición. Esta es básicamente una crisis del modelo globalizador que continúa dominado por las grandes corporaciones y bancos, y que no distingue ni respeta fronteras políticas ni soberanías nacionales, regionales y locales.
Sin embargo, a pesar de todo, comienzan a detectarse síntomas esperanzadores. No estamos ante el fin del mundo (una percepción catastrófica que suele infiltrarse sigilosamente), sino en la fase terminal de una época y en el comienzo de otra que debe ser mejor. Y eso depende de nosotros. El reto es descifrar cuáles son los cambios requeridos y aprender a apreciar los avances. El otoño pasado, Greta Thunberg llamó a detener el cambio climático y en pocos días salieron a manifestarse 7 millones de ciudadanos en casi 200 ciudades. En el mismo sentido deben citarse las reacciones de los parlamentos de Inglaterra y Canadá, que han declarado la emergencia climática, o el reconocimiento que hace la FAO a la agroecología, o la multiplicación de pueblos que buscan vivir sin petróleo ( transition towns) o guiados por la meta del buen vivir.
En los medios intelectuales de avanzada también comienzan a vislumbrarse fórmulas esperanzadoras que, sin negar la gravedad de las cosas, no se quedan ya en la inminencia de la catástrofe o el colapso, sino que comienzan a perfilar otras maneras de vivir. Ello es obra de la reflexión y el análisis de un nuevo pensamiento crítico, basado ya en las teorías de la complejidad. Hoy parece haber más elementos para argumentar cómo la sociedad reorganizada podrá remontar el colapso que viene, y cómo las actuales resistencias resultan estratégicas porque habrán de operar como los nodos para la regeneración civilizatoria, como faros de esperanza. Hagamos un recuento de esas señales
El primer punto es el de la des-globalización y la relocalización. El agotamiento de las energías fósiles con el petróleo a la cabeza al parecer será más súbito que su sustitución por energías alternativas. Ello llevará a reducir e incluso a suprimir el transporte de mercancías y de gente, por tierra, mar y aire. No más comercio y turismo globales. No se trata siquiera de retornar a las escalas nacionales, sino a la autosuficiencia regional y local. En cuestión de alimentos y de energía la fórmula correcta son las cadenas cortas y las economías sociales, justas y ecológicas que remplacen a las devastadoras economías de mercado. Esto significa detener la espiral de producción y uso, lo cual ha sido declarado por las teorías del descrecimiento. En ello el paso a energías renovables será crucial, porque éstas ofrecen una generación de tecnologías sencillas, baratas y de manejo local, siempre que no caigan en manos de grandes corporaciones o de empresas del Estado. En ello es necesaria la sustitución de las empresas y corporaciones buscadoras del lucro por las cooperativas y otras formas de organización colectiva, la democracia participativa, los autogobiernos, la agroecología y una filosofía política basada en la cooperación y la solidaridad.
Las resistencias que hoy dejan de serlo y se atreven a ensayar otras formas de vida social, con nuevos valores, se irán convirtiendo conforme la crisis se agudice en los polos de la regeneración civilizatoria. En un mundo en que menos de 1% depreda la naturaleza y explota el trabajo del resto de los seres humanos, el objetivo supremo es empoderar a los ciudadanos organizados, para que éstos gradual pero sólidamente construyan islas de esperanza. Como señaló Daniel Quinn en su libro Beyond Civilization (1999): Sostengo que dado que no lograremos derrocar gobiernos, ni abolir el capitalismo global, ni hacer que esta civilización desaparezca, ni volver a todo el mundo budas que caminan, ni curar todos los males sociales y económicos, no debemos seguir esperando a que todo eso suceda. Si 10 fulanos caminan más allá de la civilización y construyen juntos un nuevo tipo de vida para ellos mismos, entonces estos 10 estarán viviendo desde el primer día dentro de un nuevo y luminoso paradigma. No necesitan pertenecer a ningún partido o movimiento. No necesitan que se promulguen nuevas leyes. No necesitan tramitar ningún permiso, ni una nueva constitución. No necesitarán dejar de pagar impuestos. ¡Para ellos la revolución ya triunfó!(Para más detalles véase mi libro Los Civilizionarios, repensar la modernidad desde la ecología política.)
*Titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México
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