He
recordado el interrogatorio de los colaboradores del senador Joseph McCarthy al
escritor Dashiell Hammett, en estos días de escándalo, porque Bernie Sanders
habló medianamente bien de Cuba.
Rosa Miriam Elizalde / LA JORNADA
En el
afán por hallar trazas de comunismo en cualquier lugar y a cualquier precio, el
autor de El halcón maltés debió explicar si algunas de sus obras
estaban relacionadas con
problemas sociales. Hammett recordaba un relato corto llamado Night shade, en el que se pronunció contra el racismo. Tras varios rodeos, el inquisidor le exigió entonces que precisara si el cuento
refleja de alguna forma las posiciones comunistas sobre los problemas raciales.
No más que la de otros partidos políticos, respondió Hammett.
Aunque la
actividad política del senador McCarthy tuvo corta vida, el macartismo como
tendencia, sin embargo, lo sobrevivió hasta hoy. El
ismoque lleva su nombre puede leerse como la institucionalización del anticomunismo, un fenómeno socio-cultural que ha penetrado la sociedad estadunidense y que proyecta su larga sombra sobre la contienda electoral que define al candidato demócrata a la Casa Blanca.
El
anticomunismo es un fantasma que explotan por igual los dos bandos partidistas.
Joe Biden y otros de la cúpula demócrata han tomado prestada la táctica
empleada por los republicanos, usando la antigua retórica de la guerra fría para
advertir sobre el
comunismode Sanders. A los jóvenes parece no importarles: no sólo porque no están contaminados con la retórica de una etapa que no vivieron, sino porque en el ambiente polarizado y ríspido de las redes sociales, los ataques al favorito, cualquiera que éste sea, rebotan dentro de la cámara de eco de los seguidores. La información que no gusta, simplemente se desecha.
Los
angloparlantes llaman cámara de eco ( echo chamber) al fenómeno que describe
la incapacidad de un individuo de escuchar en las plataformas sociales algo más
que la resonancia de su propia voz. El término se está imponiendo en la
literatura técnica y designa la manera en la que los ciudadanos se informan en
tiempos en que los artilugios técnicos han propiciado la aparición de
guetos identitarios, donde reina una especie de sectarismo entre grupos. Sólo se ven y leen las opiniones que fortifican prejuicios y creencias. En un entorno así no sólo se devalúa el debate político, sino se elimina de raíz.
Joseph
McCarthy se sentiría muy cómodo si tuviera la oportunidad, ahora mismo, de
asistir a la disputa por llegar a la Casa Blanca en noviembre. La satanización
de Sanders por sus elogios a la educación y la salud en Cuba, que ha crispado a
los macartistas de ambos partidos, resulta marginal en un contexto donde la
propaganda anticomunista es más descarada ahora que en los años cuarenta y
cincuenta del siglo pasado, zona de confort de Donald Trump.
Sanders
perdió el impulso que traía para imponerse en las primarias demócratas, cuando
varios de los candidatos de ese partido endosaron a Joe Biden por temor al
izquierdismo de quien venía como favorito en las encuestas, cuya propuesta más
radicales extender el Medicare a la población estadunidense que carece de protección sanitaria y cobrarles un impuesto merecido a los multimillonarios. Una oferta infinitamente más cerca de Franklin Delano Roosevelt que de Carlos Marx.
El
pragmatismo demócrata empuja aún más a Estados Unidos a los brazos del
macartismo. Trump hace rato que se apropió de la teoría del complot comunista y
ha demostrado que lo suyo no es sólo un abierto desplazamiento hacia la extrema
derecha, sino la cacería de brujas, las listas negras que encabezan los medios
de comunicación y la adhesión rupturista como forma de revolución anti-establishment partidario,
de voluntad de cambio frente al statu quo de una
sociedad en plena crisis moral.
En el
debate de los candidatos demócratas en Las Vegas, el cruce de palabras entre
Michael Bloomberg y Bernie Sanders fue un déjà vu del
interrogatorio que sufrió Dashiell Hammett en el Comité de Actividades
Antiestadunidenses, que dirigía el senador McCarthy. El multimillonario ex
alcalde de la ciudad de Nueva York, con una fortuna que supera los 60 mil
millones de dólares, rechazó airadamente la propuesta de Sanders de que los
trabajadores pudieran participar de la dirección de las empresas que los
emplean.
Absolutamente
no, dijo Bloomberg. “No vamos a echar al capitalismo… Otros países lo
intentaron. Se llamó comunismo y simplemente no funcionó”. Era la primera vez
que el ataque macartista venía de la cúpula demócrata. Sanders reaccionó con un
“yo hablo de socialismo democrático, no de comunismo, señor Bloomberg… Lo que
usted me ha dicho es un golpe bajo”.
Pero fue
más que eso. El macartismo en EU todavía funciona y la prueba es que el
Supermartes demócrata logró resucitar a Biden con grandes posibilidades de
dejar fuera del juego electoral al favorito Sanders, sospechoso, inmerecidamente,
de comunista.
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