La pandemia del COVID 19 nos avisa que la globalización –con todo su extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas– ha ingresado en una fase en la cual las relaciones de producción vigentes impiden producir las transformaciones ambientales y sociales necesarias para hacer de la Humanidad la patria de todos los humanos.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.”
Federico Engels, 1876[1]
La pandemia del coronavirus nos ofrece una oportunidad para recordar que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, mientras que la salud es un producto del desarrollo social. Esto permite entender que el estado de salud de nuestra especie, en lo grande como en lo pequeño, expresa la calidad de las relaciones de los seres humanos entre sí y con su entorno natural a lo largo del tiempo.[2]
En efecto, las alteraciones en las modalidades de relación de los seres humanos entre sí y con su entorno natural conducen a cambios en sus condiciones de salud. Esto es especialmente relevante cuando esas alteraciones alcanzan la complejidad de una transición entre distintas formaciones económico – sociales. Tres casos han sido objeto de interés a este respecto.
El primero fue el del desplome demográfico que acompañó el proceso de des - integración de la romanidad en la cuenca del Mediterráneo. Aquí, la expresión más conocida de ese proceso fue la llamada Plaga de Justiniano – probablemente, peste bubónica - de la que se calcula que, entre 541 y 750, causó la muerte de entre 25 y 50 millones de personas, equivalentes a entre el 13 y el 26% de la población estimada en el siglo VI.[3]
El segundo caso es el de la llamada Peste Negra, - bubónica, también – que se propagó desde Mongolia a Europa en el siglo XIV a lo largo de las rutas de comercio que anunciaban la formación del mercado mundial. En Europa, la epidemia ocasionó la muerte de al menos 25 millones de personas – cerca del 30% de la población – entre 1347 y 1353, y contribuyó a acelerar la descomposición de las condiciones sociales, económicas e ideológicas de una feudalidad que ya ingresaba en la que sería su crisis terminal a partir del siglo XVI.[4]
El tercer caso es el de las consecuencias demográficas de la conquista europea de nuestra América. Aquí, la destrucción de las formaciones económico – sociales originarias provocó una catástrofe sanitaria que se extendió a lo largo de los siglos XVI y XVIII.[5] En lo general, se estiman extinciones de entre el 70 y el 90% de la población originaria – estimada a su vez entre 30 y 120 millones de personas, asociadas a un complejo de enfermedades que incluía, entre otras, la viruela y el tifus. La tasa de extinción fue mucho mayor entre las sociedades menos complejas que en aquellas que habían llegado a la organización de formaciones estatales de base tributaria a las cuales los conquistadores llamaron “imperios”, que se vieron arrojadas a una transición desde formaciones socio - económicas no feudales a otras de carácter feudal – mercantil tardío.
Hoy, la pandemia de COVID 19 hace parte de una compleja transición en el desarrollo del mercado mundial. La primera, como sabemos, dio lugar a la formación de un mercado colonial hegemonizado por la Gran Bretaña. Tras la crisis provocada por la disputa por la hegemonía sobre ese mercado entre 1914 y 1945, ocurrió la transición a un mercado internacional, organizado en torno al intercambio entre mercados nacionales tutelados por sus respectivos Estados.
De fines del siglo XX acá hemos ingresado en un tercer periodo de transición entre ese mercado internacional y otro - tutelado por el capital financiero a través de grandes corporaciones transnacionales -, al que llamamos proceso de globalización. Ese proceso ha visto un incremento sostenido en la circulación de capitales, mercancías y personas a un punto que pone en crisis los mecanismos de tutela del mercado internacional creados en la segunda mitad del siglo XXI. [6]
La globalización, en este sentido, define un proceso, pero aún no un estado. La conducción inicial de ese proceso por parte de Estado neoliberales ha conducido a la Humanidad a una situación de crecimiento económico incierto, inequidad social persistente, degradación ambiental constante y deterioro institucional creciente. Así, la crisis social, económica y política asociada a la pandemia del coronavirus expresa el agotamiento de la fase neoliberal del proceso de globalización.
La hegemonía del capital financiero, principal protagonista y beneficiario de esta fase, ha creado problemas que ese capital no está en capacidad de resolver. Así, por ejemplo, el conflicto entre la vieja política de construcción de áreas de influencia de las grandes y medianas potencias – como fue el caso del llamado “sub-imperialismo brasilero” de la década de 1970, y la que apunta al fortalecimiento de las relaciones entre las nuevas regiones económicas interdependientes, se expresa en la política de constantes provocaciones de la Administración Trump hacia la República Popular China, expresada en el empeño en llamar “virus de Wuhan” al microorganismo que provoca el COVID19.
Se ha acentuado, también, el conflicto entra la vieja democracia liberal y las nuevas doctrinas de seguridad nacional, justificadas mediante la invocación a la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, la criminalidad informática y los desórdenes migratorios, por señalar algunos casos relevantes. Así, hemos ingresado de lleno en la paradoja de una realidad en la que una decreciente minoría social puede actuar en los hechos como una mayoría política al servicio de sus propios fines y privilegios, negando aquel predominio de la razón de todos en las cosas de todos, que para Martí constituye un rasgo fundamental del buen gobierno.[7]
La pandemia del COVID 19 nos avisa que la globalización –con todo su extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas– ha ingresado en una fase en la cual las relaciones de producción vigentes impiden producir las transformaciones ambientales y sociales necesarias para hacer de la Humanidad la patria de todos los humanos. La crisis civilizatoria debe ser aprovechada como una oportunidad para que prevalezca lo mejor de nuestra especie: de otro modo, por el camino en que vamos, prevalecerá lo peor de ella.
Panamá, 17 de marzo de 2020
[1] El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Marx, Carlos y Engels, Federico: Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1974. Tomo III.
[2] Esta relación es compleja, y en realidad merece mucho más estudio. Un ejemplo clásico de divulgación en este campo lo constituye el pequeño libro Plagas y Pueblos (1975), del historiador norteamericano William McNeill, publicado por Siglo XXI, México.
[5] El tema es de una gran complejidad científica, a menudo enturbiada por contaminaciones ideológicas. El lector interesado puede encontrar una buena síntesis en https://es.wikipedia.org/wiki/Cat%C3%A1strofe_demogr%C3%A1fica_en_Am%C3%A9rica_tras_la_llegada_de_los_europeos
[6] Esa superestructura mundial ha sido puesta en crisis por el desarrollo de las fuerzas productivas generado por la III Revolución Industrial, y el paso a la IV. La I, como se recordará, ocurrida a partir de fines del siglo XVIII, permitió la mecanizar la producción y el surgimiento de la verdadera industria a partir de la máquina de vapor. La II permitió masificar la producción mediante la incorporación de la electricidad, y la III permitió automatizarla mediante la incorporación de la informática a la producción de bienes y servicios. La IV, hoy en curso, apunta a integrar y acelerar los procesos de producción, circulación y consumo mediante el recurso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación y el desarrollo de nuevas aplicaciones como la tecnología 5G.
[7] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 19.
1 comentario:
No me queda claro las preferencias y recomendaciones del autor. Para que la globalización sea posible y sostenible, debe existir, entre otros, un mínimo de equidad en todos los ámbitos (económico, social, comercial, tecnológico....) y una efectividad en el funcionamiento y la operación a lo interno de los países. Hoy, esa democracia liberal que insiste en impulsar al mercado como el Dios del hoy y del mañana, y que ante el problema del coronavirus plantea con objetivos económicos preferentes sobre la crisis humanitaria, pierde vigencia ante la cruda realidad que plantean las nuevas doctrinas de seguridad nacional, que pugnan por una capacidad de cada país para asegurar el bienestar y la seguridad de sus ciudadanos, incluyendo la seguridad ambiental, alimentaria y ciudadana. Se genera así una visión de colaboración globalizada para enfrentar los males y problemas comunes, pero a la vez se genera una necesidad de resolver los problemas internos de cada país, con un enfoque social y humanitario. Los derechos de las minorías en estos asuntos, requiere de una definición de la participación ciudadana, para así construir y generar esos consensos que permiten que la razón de todos predomine sobre los intereses de las minorías.
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