Tanto Israel como Arabia Saudí atraviesan profundas crisis internas, sosteniéndose en el poder a través de la guerra, la represión y la fuerza. Las sanciones estadounidenses no han mellado la voluntad de los patriotas árabes y musulmanes, lo cual mantiene a Occidente empantanado, al mismo tiempo que China y Rusia siguen ampliando su espacio de influencia a favor de la paz y el desarrollo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Hace unos días fui invitado a impartir una conferencia en un diplomado sobre planificación y cooperación internacional. Me pidieron que expusiera sobre las dinámicas principales de las relaciones internacionales y las variables que se deben manejar para comprender tales escenarios.
Comencé diciendo que respecto de la guerra fría cuando la bipolaridad hacía que el análisis fuera mucho más simple y acotado, en el mundo de hoy era sumamente complejo esbozar una opinión seria, comedida e informada. Aludía a la superposición y multiplicidad de variables que participan de los procesos, en los que a diferencia del pasado, la simplificación propia del mundo bipolar cuando se caracterizaba a los actores como “buenos o malos”, no ofrece perspectivas de estudio atinadas en el presente.
Y afirmaba que el mejor ejemplo de esta aseveración es lo que ocurre en el Asia occidental, (llamada Medio Oriente desde la perspectiva eurocéntrica) el Asia central y el norte de África donde están ocurriendo tal cantidad de eventos simultáneos que registrar correctamente la dirección hacia donde apuntan ha devenido -desde mi perspectiva- en el problema más complejo desde fines de la guerra fría, hace alrededor de 30 años.
Sin embargo, vale decir que la situación de esta región del mundo está fuertemente interrelacionada con la política exterior de Estados Unidos. En este sentido, la potencia norteamericana debe moverse desde hace 70 años a partir de la necesidad de mantener el equilibrio complejo entre intereses de diversas índole, los que a pesar de actuar en una perspectiva única de sostenimiento del modelo, generan tirantez y producen contradicciones que impiden un desarrollo lineal a su favor.
Estos intereses son, en primer lugar los de las compañías transnacionales especialmente las de armamento y energía, así como el sector financiero. En segunda instancia se mueve el lobby sionista que no necesariamente coindice con los objetivos de los primeros y en último lugar los intereses reales de los ciudadanos que son los que “ponen los muertos” en todas las guerras libradas por Estados Unidos y pagan con sus impuestos la permanencia de grandes ejércitos en la región, lo cual no siempre es comprendido, sobre todo por los jóvenes.
En la coyuntura, el gobierno de Trump está trabajando en primer lugar a favor de los intereses sionistas habida cuenta que su política hacia el Asia Occidental es manejada por su yerno Jared Kushner, un conocido militante sionista, cuya esposa, la hija del presidente estadounidense se convirtió al judaísmo cuando contrajo matrimonio.
Kushner ha llevado a Trump a tres sonados fracasos de la política exterior de Estados Unidos: el “Acuerdo del siglo”, supuesto plan de paz para el Asia occidental; el reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado sionista trasladando su embajada a esa ciudad, y el apoyo a la apropiación israelí ilegal de las mesetas del Golán sirias. Salvo muy contadas excepciones, ni la ONU, ni la aplastante mayoría de países secundaron tales decisiones lo que representó contundentes derrotas para la diplomacia imperial.
El fiasco de estas decisiones apuntaban a darle apoyo a su cuestionado socio Benjamín Netanyahu en su afán de mantenerse en el poder, toda vez que el aún primer ministro israelí sostiene a su gobierno, apenas con alfileres. La Lista Conjunta, alianza de partidos árabes anunció su decisión de construir una coalición con el principal opositor a Netanyahu, el ex general Benny Gantz, con lo cual éste cosecharía 59 votos en la Knéset (parlamento israelí), superiores a los 58 del primer ministro, quedando 3 diputados por definir su posición.
La no aceptación de esta decisión por parte de la extrema derecha política y religiosa ha conducido a que incluso algunos analistas israelíes comiencen a manifestar su preocupación por el incremento de las amenazas a Gantz estableciendo un paralelo con lo ocurrido al asesinado ex primer ministro Isaac Rabin, promotor junto a Yasser Arafat de los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos.
La ultra derecha religiosa en nombre de los rabinos Chaim Druckman, Shmuel Eliyahu, Yehoshua Shapira y David Fendel han culpado a Gantz de intentar formar un gobierno apoyado por “terroristas”. La situación se complica por las fuertes acusaciones de corrupción que pesan sobre Netanyahu, quien se aferra al poder a fin de eludir su presencia ante la justicia.
En otro ámbito, en fechas más recientes, Estados Unidos ha querido mostrar como un éxito (que toda la humanidad decente aplaudiría) el acuerdo firmado con el talibán en Afganistán. Lo cierto es que después de una larga guerra de 18 años (la más prolongada de su historia) y tras anunciar innumerables victorias que no impidieron la ampliación de la influencia del talibán en ese país, la potencia norteamericana se ha visto obligado a sentarse en la mesa de negociaciones con una organización que aún hoy es catalogada como terrorista.
Sin embargo, el acuerdo logrado que es expuesto como si Estados Unidos fuera la autoridad del país y no una potencia invasora, fue firmado además a espaldas del gobierno de Afganistán y sólo fue respetado durante dos días. Las hostilidades se rompieron antes de comenzar las negociaciones entre el gobierno y los insurgentes que ahora no atacan a las tropas de Estados Unidos ni de la OTAN, reconociendo como enemigo único a la administración política del país en cabeza del presidente Ashraf Ghani.
Estados Unidos rechazó la juramentación de Ghani y de Abdulá Abdulá como primer ministro caracterizándolos como líderes de un “gobierno paralelo” y conminándolos a que construyan “un gobierno inclusivo” en clara alusión al talibán. Así, Estados Unidos expone una política en la que designan como terrorista a quien estiman necesario de acuerdo a sus intereses y negocian con ellos cuando lo desean, mientras tanto, apoyan y financian organizaciones terroristas y rechazan cualquier camino de paz que no sea de su agrado.
La única decisión que Estados Unidos puede tomar en Afganistán es la de retirarse, poniendo fin a la invasión iniciada en octubre de 2001 y que ha significado un desastre militar y un despilfarro superlativo del dinero de los contribuyentes.
En un espacio distinto, tampoco le ha ido bien a Estados Unidos en Siria: las contradicciones con Turquía, su socio de la OTAN y las diferencias entre el gobierno del presidente Erdogan con la Unión Europea por el manejo de la crisis en Siria, generan una madeja de discordancias e incompatibilidades que auguran un futuro incierto.
El Acuerdo de Sochi, firmado por Rusia y Turquía instauró una zona de cese al fuego al noroeste de Siria, estableciendo puntos de vigilancia de ambos países en esa área. Simultáneamente el formato de Astaná, en la que a los dos anteriores se suma Irán, señala rutas para el restablecimiento pleno de la institucionalidad siria con la participación de las fuerzas políticas en conflicto.
Esto no incluía a las organizaciones terroristas vinculadas al Estado Islámico, Al Qaeda y otras que reciben el apoyo de Turquía, país que pretende aprovechar el conflicto sirio para legitimar su presencia en el noroeste de ese país pretendiendo incorporar a su soberanía una franja del territorio sirio, el cual tiene carácter estratégico por ser una de las zonas más fértiles del país árabe. El argumento turco para justificar su invasión a Siria es su confrontación con las fuerzas políticas kurdas, principal minoría del país, con presencia también en Irán, Irak y Siria. Turquía estima que el Kurdistán sirio sirve de refugio para organizaciones kurdas que considera terroristas.
Así, esta región se ha venido a transformar en un territorio en el que se confrontan proyectos internacionales diversos, no solo los de Turquía y Estados Unidos, se suman además los de Arabia Saudí y Pakistán entre otros, a fin de colocarlos indistintamente contra Rusia, Irán, Siria o incluso China donde existe una minoría musulmana en la provincia de Xinjiang que ha dado acogida a la organización terrorista Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO).
El terrorismo pretendió aprovechar el cese de fuego para desatar acciones ofensivas contra el ejército sirio, lo que obligó a éste a contraatacar. En el noreste del país. Estados Unidos y Turquía tienen profundas contradicciones por el afán estadounidense de aliarse con los kurdos a fin de tenerlos como carne de cañón para proteger sus intereses, de manera destacada se señala la apropiación ilegal de pozos petroleros que ha usurpado en la región. Mientras que en el noroeste existe una zona de mayoría kurda ocupada por Turquía desde hace dos años y en la que las organizaciones terroristas tiene su principal bastión en la actualidad.
A pesar que el gobierno de Bashar el Asad ha intentado un acercamiento con los kurdos que habitan Siria y son ciudadanos de ese país, Estados Unidos se ha encargado de abortar e impedir un probable encuentro.
La ofensiva del ejército sirio en la provincia de Idlib -donde permanecen los últimos remanentes del terrorismo en ese país- se desarrolló de manera acelerada liberando 3.500 km², esquivando los puntos de vigilancia turcos (que quedaron rodeados) y avanzando en profundidad. En este momento se comenzó a manifestar desesperación y una retórica de guerra por parte del presidente Erdogan y las autoridades turcas, informado de falsas victorias y supuestas bajas del ejército sirio que solo existen en su imaginación como se han encargado de afirmar los voceros de las fuerzas armadas rusas y sirias en el área.
Agazapados en medio de los terroristas, los militares turcos han sufrido grandes bajas, ante lo cual Erdogan clamó por la intervención rusa para detener el avance sirio. El presidente Putin demoró en recibir a Erdogan y cuando lo hizo ya el ejército sirio había consolidado el territorio reconquistado, a partir de lo cual Turquía se vio obligada a acordar con Rusia un cese al fuego, teniendo que aceptar una situación de hecho para evitar una derrota mayor, que se saldó con amenazas de Erdogan que no pueden ser ejecutadas en la zona de operaciones.
En otro escenario, el de Yemen, se ha producido un cambio estratégico en la correlación de fuerzas a favor del movimiento Ansarolá después que las provincias de Ma´rib y Al Jawf fueran tomadas en su totalidad por los insurgentes. Las tribus que habitan estas provincias le habían dado su apoyo a Arabia Saudí, pero decidieron romper el acuerdo y establecer una alianza con Ansarolá lo cual permite crear un gran colchón de defensa para Saná, la capital yemení. De esta manera, se impidió además la intención anexionista saudí que ambicionaba Ma´rib por ser el comienzo del oleoducto que une a esta provincia con Ra Isa con una longitud de 438 Km. y una capacidad de paso de 200.000 barriles por día que el reino wahabí pensaba utilizar para transportar crudo hasta el mar Arábigo evitando el paso por el estrecho de Ormuz bajo control iraní.
Por su parte, en Irak se ha consolidado la unidad de las fuerzas políticas en torno al nuevo primer ministro Mohamed Allawi. De forma unánime sectores políticos que estuvieron en pugna en el pasado están exigiendo la salida de las fuerzas de ocupación estadounidenses. El mando de este país se resiste a tal decisión, pero la permanente acometida por parte de las fuerzas de la resistencia contra las bases militares extranjeras, ha obligado a un repliegue continuo de estas desde el 8 de enero cuando se produjo el ataque con misiles de Irán como represalia por el asesinato del general Qassim Soleimani. La última acción de este tipo se realizó hoy 11 de marzo dando seguimiento al objetivo estratégico de expulsar a Estados Unidos que se ha visto obligado a concentrar sus tropas en la base de Al Asad, abandonando sus otras instalaciones.
Así, contrario a lo que se trata de mostrar, en medio de la extrema complejidad de los hechos, las fuerzas de la resistencia “sin prisa pero sin pausas” prosiguen en su objetivo de expulsar a las fuerzas estadounidenses y de la OTAN de la región mientras los principales aliados de Estados Unidos transitan momentos difíciles. Tanto Israel como Arabia Saudí atraviesan profundas crisis internas, sosteniéndose en el poder a través de la guerra, la represión y la fuerza. Las sanciones estadounidenses no han mellado la voluntad de los patriotas árabes y musulmanes, lo cual mantiene a Occidente empantanado, al mismo tiempo que China y Rusia siguen ampliando su espacio de influencia a favor de la paz y el desarrollo.
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